_
_
_
_
EL CORREO DEL ZAR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuando el detective Bernie Gunther encontró al buzo Hans Hass

Sorprendente cameo del célebre submarinista en la penúltima novela de Philip Kerr, del que se publicará otra entrega póstuma

Jacinto Antón
Hans Hass con su esposa Lotte.
Hans Hass con su esposa Lotte.

Les doy por enterados de que la última novela de Philip Kerr sobre el detective Bernie Gunther, la 13ª, Greeks bearing gifts (que aparecerá en castellano en febrero en RBA como Laberinto griego), ya no es la última sino, ¡toma!, la penúltima. Efectivamente, Kerr, fallecido de un cáncer de vejiga el pasado marzo, a los 62 años, no dejó una sino dos novelas póstumas de la serie, con lo cual los que hemos hecho una sentida, incluso llorosa despedida con la que parecía la postrera, pues vaya, hemos quedado con el paso cambiado, aunque eso sí, contentos como unas pascuas de que haya más aventuras de nuestro policía favorito en lontananza. La última, última de verdad –hasta donde yo puedo asegurarlo-, la 14º, se publicará el 4 de abril en inglés (en castellano habrá que esperar al otoño) con el título de Metropolis. Transcurre en Berlín en 1928 y Bernie Gunther es un joven detective antivicio cuando le proponen unirse a la policía criminal, la Kripo. La primera tarea de Bernie será investigar el asesinato de cuatro prostitutas, golpeadas con un martillo y escalpadas (¡), que se mezclará con otra serie de crímenes que tienen como víctimas a excombatientes mutilados que se dedicaban a mendigar. Al parecer alguien trata de limpiar las calles en el crepúsculo de la República de Weimar y probablemente no es el vampiro de Düsseldorf, o sí pero con esvástica... Ya veremos.

De momento he de decirles que Greeks bearing gifts, que se publicó pocos días después de la muerte de Kerr y yo leí a paso de hormiguita para retrasar todo lo posible la (ahora ya no) despedida de Bernie, resulta una gozada. De las mejores de la serie (sí, ya sé que lo digo de cada una que leo: entusiasta que es uno). La combinación de Bernie Gunther con Grecia, que es donde sucede la mayor parte de la historia, es sabrosísima y permite la aparición de unos secundarios de verdadero lujo. Por primera vez en la serie, que yo recuerde, la acción transcurre toda secuencialmente, en el año 1957, sin cambios cronológicos y aventura paralela. Al inicio, Bernie trabaja bajo nombre falso en la morgue de un hospital en Múnich, lo que le permite todas las muestras de humor negro berlinés que ya se pueden imaginar. Un salto laboral a mejor (al sector de los seguros navales) le lleva a Atenas donde le espera el que será su ayudante (en la línea de un Watson o un Biscuter), el inconmensurable y pusilánime pese a su nombre Achilles Garlopis (“soy el tipo de hombre que ha granjeado a los cobardes su mala fama”), un verdadero hallazgo –un poco tarde, cierto- de Kerr, acuñado en el metal de Zorba, y que dice cosas como que sin la OTAN “estaríamos todos tocando la balalaika”. Aparece también un policía local magnífico y una no menos –en realidad mucho más- sensacional mujer con recovecos (y que usa el perfume favorito de Bernie, Shalimar), Miss Panatoniou. Hay asimismo arqueología, ¡yupi!, y una persecución en Vespa a un Simca, bajo la Acrópolis, con Bernie de paquete en la scooter que pilota un sacerdote. Y aparece, y desaparece, el SS Alois Brunner.

Pero lo que quería contarles de esta novela –cuyo trasfondo es el desaparecido oro de los judíos de Tesalónica y que contiene una frase casi shakespeariana que conmueve viniendo de un escritor ya enfermo (“No hay alma, no hay Creador, lo que hay es meramente esta pobre cosa de carne y sangre llamada hombre”) - es que Philip Kerr se ha basado para varios pasajes y parte de la trama en un viejo conocido de todos los amantes de las aventuras y la exploración: ¡Hans Hass! Sin mencionarlo Kerr - el muy pillo-, el célebre submarinista austriaco (1919-2013) es la inspiración del personaje de Siegfried Witzel, “un famoso experto en buceo que hace filmes subacuáticos” y que es clave en la trama. Kerr, al que le va (¡ay!, le iba) la coña fina, lo hace el autor de La foca del filósofo, “un documental sobre la foca monje, descrita por Aristóteles y ganador de un premio en Cannes”. En realidad, Hass ganó el premio en Venecia (1951) y con el filme Abenteuer im Roten Meer (Aventuras en el Mar Rojo).

Hombres rana de las fuerzas especiales alemanas en la Segunda Guerra Mundial.
Hombres rana de las fuerzas especiales alemanas en la Segunda Guerra Mundial.

En la novela, Witzel posee un velero de exploración subacuática, un schooner de dos palos, el Doris, que se le ha hundido en la costa del Peloponeso. Hans Hass al que los rusos le birlaron después de la guerra el barco que se había comprado, el velero a motor Seeteufel (El Diablo del Mar) que había pertenecido antes al conde Von Luckner, usó luego para sus campañas de investigación bajo el agua una goleta de tres mástiles, la Xarifa. Witzel le explica a Bernie que hizo la guerra “en la marina alemana, con la división Brandeburgo, mejor conocida como los guerreros del océano”. Y que antes se adiestró con la Decima Flottiglia Mezzi d’Assalto MAS (los audaces submarinistas italianos), “los líderes en el combate submarino”. La primera parte es, por supuesto, non sense y la habrá sacado el querido Kerr de Wikipedia. Los brandenburger no eran “los guerreros del océano” sino el gran cuerpo de fuerzas especiales de la inteligencia alemana, la Abwehr, y su mayor cometido fue terrestre, aunque tuvieron pequeñas unidades de buceadores, los Marine-Einsatz Kommandos (MEK) para misiones de reconocimiento, demolición de puentes, sembrado de minas, etcétera. Esas unidades se amalgamaron con los hombres rana de la marina, los Kriegsmarine Kampfschwimmer (y luego con personal de las Waffen SS y la SD), y formaron las famosas Kleinkampfverbände (pequeñas unidades de combate), las K-Verbände (abreviado), los "Hombres K"  de Cajus Bekker. Qué bonito y sonoro es el alemán para estas cosas.

Hans Hass fue asesor –y seguramente miembro- de esas formaciones secretas. Al igual que Jacques Costeau (que trabajó para el Gobierno de Vichy), desarrolló un moderno sistema para respirar bajo el agua, en su caso a partir del Dräger, un sistema de escape de los submarinos averiados patentado en 1912. Significativamente, Hass y su colega Alfred von Wurzian (que se convirtió de facto en agente de la Abwehr), estaban en 1942, en plena guerra, probando aplicaciones militares de los nuevos respiradores en el Egeo e hicieron una prueba en el puerto del Pireo ante el comandante de la marina alemana de la zona. También se asesoraron con los italianos de la Decima Fottiglia MAS, los hombres de los torpedos tripulados, los maiale. Valga todo esto para decir que Hass, que salió de rositas de la Segunda Guerra Mundial para observar mantas gigantes en el Mar Rojo, era una buena pieza y que Phlip Kerr  habrá disfrutado de lo lindo retratándole como el bronco Witzel en la novela. Lo que peor le habría sentado a Hass, que alardeaba de su joven y escultural esposa submarinista Lotte, estrella de sus filmes junto a los tiburones, es que la novela lo retrate con intereses en su propio sexo. Qué pena ya no poder hablar de todo esto con Kerr, ¡lo bien que lo hubiéramos pasado!

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_