“No quiero llegar a viejo cantando”
El popular intérprete francés, de 40 años, anuncia su intención de dirigir
A quien le guste el gran Philippe Jaroussky, dispone estos días en el Teatro Real de dos por el precio de uno. No es que el contratenor más celebrado del mundo esté de oferta. Continúa en una línea de exquisitez impecable. Lo que ocurre es que la finesa Kaija Saariaho y el director de escena Peter Sellars le han hecho desdoblarse en ángel y víctima de las tinieblas para su papel en una ópera como Only the Sound Remains [hasta el 9 de noviembre], escrita en gran parte para él.
La propia Saariaho lo cuenta: “Me gusta componer con las voces en mi mente y todo esto partió con Philippe metido en el proyecto”. Así que durante el periodo en que concibió esta pieza, donde busca el abrazo entre los mundos palpables y ocultos, mantuvo en su imaginación sonora el timbre del francés. “Tengo mucha suerte”, comenta Jaroussky (Maisons-Laffitte, 1978). “Hace cuatro años, Peter Sellars vio mi espectáculo sobre Farinelli y quiso colaborar conmigo. Me propuso esta aventura junto a Kajia y me fui a cantar para ella a Nueva York. Yo siempre había estado interesado en el repertorio contemporáneo. Colaborar con un compositor vivo era una experiencia que no quería dejar pasar”.
Las opciones de estilo para los contratenores no son las de todos los demás cantantes. Del barroco pasan al siglo XX y dejan en medio casi todo el XIX. Se trata de una cuerda vocal que se adecua a los papeles escritos en su día para castrati. Los más contemporáneos recuperaron ese tono de atractiva ambigüedad que da la voz femenina entonada por un hombre para crear nuevas obras. Dicho impulso y la recuperación del repertorio más antiguo, propiciaron una escuela con esta especialidad que ha cristalizado y conquistado a nuevos públicos en las últimas décadas.
La vergüenza italiana por los 'castrati'
Después de su participación en el Teatro Real y su tiempo de descanso, a Philippe Jaroussky le esperan dos citas importantes junto a Cecilia Bartoli esta temporada. Una en la Pascua de Salzburgo, donde participará en Farinelli and Friends, el homenaje que ambos, acompañados de otros cantantes, quieren rendir al castrato más grande de la Historia, y otra en La Scala de Milán, donde interpretarán juntos Giulio Cesare, de Haendel. Italia no es un país donde Jaroussky haya triunfado. Por motivos de rechazo al repertorio que explora, no al cantante. Nada personal, sólo traumas colectivos mal resueltos: "Apenas he hecho allí tres conciertos en 20 años. No les gusta mucho explorar el mundo de los castrati, lo viven como algo de lo que se avergüenzan. Por eso cuesta entrar", asegura. Durante siglos, se castró a niños para que se dedicaran al canto. Algunos triunfaron, otros, como consuelo, acababan ganándose el pan en un coro, la mayoría fenecía como resultado de un sacrificio inútil para escapar al hambre. Todo aquello en nombre del arte, todavía pesa en el país que los encumbró y luego quiso borrarlos.
En Only the Sound Remains, Saariaho ha querido ampararse por textos de otro gran ambiguo, el poeta Ezra Pound. Sellars, por su parte, ha echado mano del teatro noh japonés para la propuesta escénica. Ambos han buscado también retar a Jaroussky sacándolo de terrenos habituales para él junto a una orquesta reducida, más de cámara que sinfónica, bajo la batuta de Ivor Bolton.
En esa atmósfera inquietante, donde confluyen erotismo y muerte, lo concreto con una ambición de trascendencia frustrada, se desenvuelve Jaroussky. “Son dos personajes con distinta entonación. El ángel con luz y su contrario, más tenebroso, que vaga sin paz en el mundo de los muertos”.
El resultado es un continuo desafío a las fronteras donde la del sonido manda. Su voz es amplificada y queda flotando en el ambiente una vez sale de su cuerpo con medios electrónicos. “Cada noche temo la reacción del público. Puedes controlar el sonido cuando lo llevas dentro y lo apagas con el cuerpo. Pero no cuando sale de ti y queda por ahí, fuera de tu dominio. Sin embargo, lo vivo como una rica paradoja que me abre más posibilidades que límites. En mi caso, aporta mucha seguridad a la hora de no forzar y cantar con un tono más natural, más cercano. Es una obra que debe más a los colores que pintaba Debussy en Pelléas y Mélisande que a Verdi o Wagner”.
La experiencia, así vista, le sirve sobre todo para atraer a esos públicos que se muestran reacios porque creen que la ópera es el arte de la exageración. “Me identifico mucho con la obsesión de Maria Callas a la hora de buscar la cercanía. Es algo que además nos lleva a los orígenes de este arte y reivindicar al Monteverdi que muchas veces buscaba el habla. La voz cantada, después, sobre todo en el barroco más intenso, con las piruetas de los castrati, puede travestir las verdaderas emociones”, alerta Jaroussky.
Sabe de lo que habla. Ha explorado el territorio de aquellos monstruos de feria solitarios que eran los castrati. De Farinelli a Carestini, Jaroussky ha disfrutado y padecido por medio de la voz sus maravillas y sus pesares. Por eso teme también la decadencia. “No quiero llegar a viejo cantando”, comenta a sus 40 años. “Sé que deberé bajarme del escenario algún día. Pero no lo vivo como un trauma. Me considero músico en general y esto lo afronto solo como etapa de una carrera en la que quiero probar otros ámbitos, como la dirección”, afirma.
Intentará durar en las mejores condiciones. Pero necesita periodos de descanso largos. “Cuando acabe aquí pararé tres meses. Necesito reflexionar y estudiar a fondo. De mí, depende encontrar el ritmo adecuado. Es mi responsabilidad para dar lo mejor”.
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