Pablo Gutiérrez: “Las etiquetas son terroríficas, pero asumo la de escritor social”
El autor presenta su nueva novela, 'Cabezas cortadas', sobre la emigración de los jóvenes tras la llegada de la crisis
Cabezas cortadas (Seix Barral) es una novela complicada, y describirla aún más. Esto lo tiene claro su escritor, Pablo Gutiérrez. Se podría definir como un libro sobre la situación de los jóvenes españoles que tras los estudios salieron de España a causa de la crisis y acabaron sintiéndose "más exiliados que emigrados". O sobre vivir en el extranjero con un idioma que no es el tuyo y donde te faltan recursos para expresarte, "vivir en otra lengua", como explica el autor en el Hotel de Las Letras de Madrid. La novela refleja, también, una leve distopía entre la sociedad hipertecnológica y un cierto primitivismo social. Pero, sobre todo, aborda "lo que significa escribir a solas, en un cuaderno que nadie va a leer", resalta.
Gutiérrez es profesor de literatura en un instituto de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, y no duda en afirmar que esta es su profesión, de la que se siente más orgulloso que de su oficio, el de escritor, que nunca le ha dado de comer, señala el propio autor. Tras esta diferenciación entre profesión y oficio, confiesa que probablemente no escribiría novelas de este tipo si no tuviera cada día a los alumnos que tiene: “Yo la crisis la viví no solo porque me bajaran el sueldo, como a todos los funcionarios del Estado, sino cuando enfrente de mí yo veía que las familias de esos niños se venían abajo”. Este vínculo con su profesión y con su municipio han mantenido a este escritor lejos de los circuitos habituales de las giras literarias. No le afectaron los premios y reconocimientos recibidos porque “no se tradujeron en nada”, afirma. No ha participado en giras y se ha mantenido siempre en los márgenes. “En todos los sentidos, mi literatura es periferia, porque vivo lejos de los centros donde todo ocurre, y porque en lo que escribo tiendo a la marginalidad”.
Ante esta situación el autor se pregunta: “¿Cómo no voy a escribir novelas sociales?”. Y es difícil negarlo cuando acaba de llegar de un Congreso en Alemania sobre las consecuencias de la crisis, “y yo iba como el escritor social”, señala. “Las etiquetas son terroríficas porque impiden leer en condiciones y con la cabeza despejada de prejuicios, pero esa etiqueta no hago sino asumirla”. Sin embargo, no niega que la utilización de este apelativo puede suponer una rémora para los escritores: “Cuando uno dice soy escritor social parece que está diciendo, soy imbécil, soy previsible o ya te puedes imaginar todo lo que hay dentro de la novela”. Y reacciona contra esto a través de un estilo personal.
Narrado en primera persona, el relato desordenado de María, la protagonistas, es dueño de su escritura casi obsesiva. Una novela en forma de diario personal escrito para nadie y cuyo “cuaderno de los 50 peniques”, se convierte en el único interlocutor. “Su psicología es muy compleja y yo la he ido entendiendo a medida en que la novela se iba desarrollando”, confiesa Gutiérrez. La lectura puede parecer confusa al comienzo, como lo son los pensamientos de María. Durante el presente en el que escribe recuerda momentos de su infancia, de su adolescencia o de la vida universitaria, y no en este orden. Todo esto de una forma casi autodestructiva, en un intento de expiar una sensación de culpa en la que se refleja de forma constante el rencor de clases con el que choca en su nueva vida.
María es una mujer casi en los 40 años, que hizo todo lo que se suponía que tenía que hacer: "Estudiar, esforzarse, ampliar estudios, ser una chica obediente y bien insertada en el sistema". Pero cuando le tocó insertarse en el mundo laboral vio que no cabía en el sistema y, como muchos, decidió irse al extranjero. "De una forma bastante ingenua, pensando que va a encontrar unas oportunidades que no existen, pero también seducida por cierto aire de cosmopolitismo", afirma el autor de Democracia (2012). "Ella se descubre en una ciudad muy opresiva, viviendo en un lugar donde no le correspondería, haciendo un trabajo al que había renunciado en su propio país y, al mismo tiempo, muy desarraigada".
En la piel de esta mujer, Gutiérrez resalta que se siente cómodo escribiendo sobre protagonistas femeninas. “En Los libros repentinos (2015) también me ponía en la cabeza de una mujer, creo que dentro de mi mundo, entiendo mejor la psicología femenina que la masculina”, señala. Quizás por haber crecido junto a tres hermanas o porque siempre ha tenido “mejores amigas”. A veces, como matiza el escritor, observando y leyendo mucho “uno entiende mejor lo que ve que lo que tiene dentro”. Con ese tono pedagógico inherente en algunos profesores, cita a la escritora Marta Sanz y manifiesta: “Yo también sigo creyendo en el poder transformador de la literatura, pero no soy ingenuo”. Para este escritor la literatura no sirve para alterar las masas ni para cambiar ningún tipo de orden, pero reivindica su derecho “a poner el punto, en esa línea de puntos infinitos”.
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