Se entonó el gorigori
Padilla y Roca Rey cortaron sendas orejas en una tarde de absoluto desastre ganadero
El momento más intenso, emotivo y emocionante de la tarde nada tuvo que ver con el toro. Lo que son las cosas. Roto el paseíllo y mientras los toreros tomaban contacto con los capotes, se hizo el silencio. De pronto, allá en la grada, unas tímidas palmas se extendieron como la pólvora, el público se levantó de sus asientos y sonó una ovación musical, unánime, sentida, entrañable…
Padilla, resguardado en el callejón, pisó la arena con parsimonia. Tocado con un pañuelo negro en la cabeza, el capote doblado sobre el brazo izquierdo y sostenido en la cadera, y la montera en la mano derecha, inició un camino a paso quedo, parsimonioso y solemne, hacia el centro del anillo. Cuando llegó a la boca de riego, la plaza se había convertido ya en una explosión de cariño. Desde allí, Padilla levantó los brazos y recogió emocionado el afecto y el respeto de una afición que lo ha hecho hijo suyo sin ser torero artista ni del gusto de esta plaza. Pero ese es el premio de los héroes, y Padilla, con toda seguridad, pasará a la historia como tal.
G. JIMÉNEZ/PADILLA, MORANTE, ROCA
Dos toros -primero y segundo- de Olga Jiménez; el tercero, de Peña de Francia, y tres –el sexto como sustituto de otro devuelto del mismo hierro- de Hnos. García Jiménez, mal presentados, mansos, sosos y descastados.
Juan José Padilla: estocada baja (silencio); estocada (oreja).
Morante de la Puebla: pinchazo y bajonazo (silencio); estocada (ovación).
Roca Rey: dos pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio); estocada (oreja).
Plaza de La Maestranza. 29 de septiembre. Segundo festejo de la Feria de San Miguel. Lleno de 'no hay billetes'.
La ovación fue interminable, de esas que se recordarán durante mucho tiempo. Ese fue el momento más intenso de la tarde. La despedida soñada para el diestro gaditano.
Después, hubo otros instantes de interés, también sin toro, por cierto. Cuando, por ejemplo, la banda de música arrancó con un pasodoble en el inicio de la faena de muleta de Padilla al cuarto, el de su adiós, y las notas acompañaron una labor tan pundonorosa como desvaída e insulsa ante el único toro que se movió. Antes de montar la espada, Padilla agradeció el gesto al director de la banda y otra ovación acompañó a los protagonistas. Mató con efectividad y le concedieron una generosa oreja que paseó entre el jolgorio general. Una vuelta al ruedo a paso de palio, de esas que un torero imagina mil veces y nunca cumple. Nada pudo hacer Padilla ante el descastado primero, cuya lidia dejó en manos de su subalterno Daniel Duarte, quien se lució con extrema brillantez. Además, no banderilleó a ninguno de sus dos toros, y -cosa curiosa- se le vio inhibido toda la tarde.
Pues todo esto fue el canto del cisne de otro, el gori gori -el responso- del toro y quién sabe si de la propia fiesta.
Si lo mejor que hay en el campo bravo para la muy prestigiosa plaza de la Maestranza y la histórica Feria de San Miguel son los toros de la familia García Jiménez, (Matilla, para entendernos), que el último apague la luz y cierre la puerta de la tauromaquia.
Toros birriosos, mal presentados, mansos, descastados, parados, acobardados, tristones, noqueados…
Morante solo pudo esbozar un manojo de verónicas con más voluntad que hondura artística al quinto de la tarde, que pronto huyó con descaro de las cercanías del matador y rompió todas las ilusiones Su primero fue un trozo de carne fofa y mutilada.
Y no corrió mejor suerte Roca Rey. El tercero se lesionó la mano derecha y ahí acabó todo. Ante el sobrero sexto hizo un alarde de valor y técnica y tras un pinchazo hondo paseó otro apéndice fruto de la exageración.
Babelia
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