Novilleros y ‘gatitos’ blanditos
Solo Juanito dio una vuelta generosa ante chicos y muy nobles novillos de Talavante
Novilleros y novillos blanditos. Los dos. Tristes, conformistas, afligidos, decepcionantes. Los humanos y los animales. Una tarde más para la preocupación y el más soberano aburrimiento.
Tres muchachos con condiciones sobre el papel, sin edad aún para la desilusión, con ganas, se supone, de comerse el mundo y los ves en la plaza y se te cae el alma a los pies: como tres señoritos, comodones, a verlas venir, sin ánimo para exponer ni un alamar, como si disfrutaran ya de cortijos y mercedes.
Tres toreros que no tienen empacho en anunciarse con seis ‘gatitos’ de Talavante, con caritas de becerritos, sin pitones, por supuesto, -mejor presentados se han visto en esta plaza en festejos sin caballos-, enfermos de tonta nobleza, sositos, también, pero dispuestos a colaborar al triunfo de los de luces, y ni por esas. Ahí estaban los tres novilleros sin deseo alguno de armar la marimorena, de subirse en los lomos de sus novillos, de jugarse la vida y calentar los calurosos tendidos de una tarde que, por su culpa, quedó para el olvido. ¡Qué calor, y qué aburrimiento más escandaloso!
TALAVANTE/JIMÉNEZ, JUANITO, DE MANUEL
Novillos de Talavante, muy mal presentados, abecerrados todos menos el sexto, astifino y con mejores hechuras, que cumplieron en los caballos, blandos, sosos y muy nobles.
Ángel Jiménez: estocada (silencio); pinchazo hondo atravesado y un descabello (silencio).
Juan Silva Juanito: estocada (ovación); pinchazo y estocada (vuelta).
Francisco de Manuel: pinchazo y estocada (silencio); estocada (silencio).
Plaza de La Maestranza. 28 de septiembre. Primer festejo de la Feria de San Miguel. Algo menos de media entrada.
Pero, ¿qué ‘quedrán’ estos muchachos para triunfar? ¿Será, acaso, que el problema es que no tienen ‘hambre’, sinónimo de necesidad? Algo será, porque los novillos de Talavante, nobles hasta la extenuación, merecieron que alguien con ardor torero se los merendara y les cortara las orejas. Y ni una, oigan, le pasearon; todo lo más, una vuelta al ruedo, y parece que fue más por cuenta de Juanito que por empuje del público.
Por cierto, hasta la salida del quinto novillo no había pasado nada. Juanito se arrodilló en la puerta de chiqueros y con una desordenada larga cambiada recibió a su segundo; después, tres verónicas y una media, apasionadas todas, pusieron el punto de emoción que había estado ausente toda la tarde. Se le vio entonado y comprometido con la muleta, y dibujó un par de tandas que supieron a mucho menos de lo esperado. Tras pinchar llegó la vuelta inesperada. Muy desdibujado se mostró ante su primero, un novillo acaramelado y sin emoción, al que toreó a media altura y con poco fundamento.
Naufragó Ángel Jiménez, que ofreció una mala imagen ante el primero de la tarde, el más codicioso del encierro. Lo recibió a ‘portagayola’ y muleteó muy despegado y precavido a un santurrón justo de fuerza y desbordante de buenas intenciones. Y no mejoró ante el cuarto a pesar de que sonara la música (se estrenó con la batuta una mujer, hija de director habitual) tras un elegante cambio de manos.
Y silenciada vio su labor Francisco de Manuel, desvaído, soso, con pocas ideas. Insulso ante su primero, y aburrido ante el sexto, el mejor presentado del encierro que demostró más genio que bravura.
Ya se dijo: blanditos novilleros y novillos. Los utreros de Talavante, impresentables para la Maestranza, empujaron desigualmente en varas, pecaron de falta de fuerzas y derrocharon nobleza; más que toros parecían borreguitos, sin posibilidad aparente para emocionar. Pero son los deseados por estos chavales que esperan llegar así a una meta que cada vez parece estar más lejos.
Babelia
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