Prince: Juegos solitarios
El nuevo álbum, 'Piano & a microphone 1983', recibe una calificación de 6 sobre 10
Resulta muy, muy marciano que los hermanos de Prince empiecen a mostrarnos los supuestos fabulosos tesoros de su archivo, The Vault, con esta cinta precisamente: una casete registrada en el estudio de la casa de Chanhassen (Minnesota).
PRINCE
Disco: Piano & a microphone 1983
Sello: Warner
Puntuación: 6
¿Casa? Para nuestros ojos, todo un rancho, con su bosque ¡y un molino! La primera gran inversión de Prince, que luego cedió a su padre. Tras la muerte de su progenitor, ordenó derribar los edificios y aquello es ahora un solar. ¿Las razones? Misteriosas, como la mayor parte de las decisiones importantes de su vida.
Al menos, sí podemos hacernos una idea de los motivos para grabar lo que ahora se vende como Piano & a microphone 1983. No son maquetas, como se está diciendo. Escuchamos a un artista tocando y cantando por gusto, a solas con su técnico de sonido. El grabar en casete sugiere que aquello no era material profesional, apto para sumar otros instrumentos. Todo lo más, podía tratarse de un regalo para sus novias.
No estaba pensando en la posteridad ni en ilustrar a su banda: hay temas plenamente explorados y otros por los que pasa brevemente. Pura expresión torrencial, con un cantante juguetón que cambia de registro y que demuestra la plasticidad de cualquier instrumento que caía en sus manos (y pies, en este caso).
Así que se cuelan ruidos corporales, junto con las instrucciones para el ingeniero (no había contacto visual entre ambos). El piano, claro, es el rey de los instrumentos y aquí se palpa el deleite de Prince en despistarse y rectificar inmediatamente, en desarrollar melodías insinuadas en otras versiones, en jugar con su inmenso cancionero mental.
La cosecha de canciones es parva. Produce frustración escuchar un fragmento de Purple rain en modo cantautoril, que desemboca en un tema de Joni Mitchell igualmente tajado. 17 days fue una grata cara B en 1984; en esta lectura desnuda consigue evocar los celos que pudieron ser su inspiración, Oh Mary don’t you weep es una recreación doliente de un spiritual del siglo XIX. Cold coffee & cocaine parece seguir el patrón de las canciones gamberras que componía para Morris Day, con la voz impostada de un vividor habituado a las asechanzas femeninas; el detalle ganador es oírle especulando qué podría rimar con house (se decide por mouse). Why the butterflies refleja, nos asegura Jill Jones, su intimidad sexual pero, de ser cierto, en esta grabación se autocensura.
Finalmente ¿cuál es el problema? Estamos ante un bonito (mini)concierto íntimo para fans…aunque los fans ya conocen ese material, ampliamente pirateado. Dura menos de treinta y cinco minutos y habría tenido mayor sentido publicarlo como complemento de una selección de los conciertos que, con el mismo concepto, presentaba en sus días finales. Podemos, debemos, agradecer a los herederos el cuidado que demuestran aquí al arroparlo con textos y fotos. Pero cabe deducir que piensan ordeñar la vaca hasta el infinito.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.