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EL INMADURO
Columna
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Puerta con puerta

Cuando me disponía a entrar en mi habitación, la 212, observé que una camarera llamaba a la puerta de la 211

Estuve hace unos días en el Hay Festival de la ciudad de Querétaro, en México. Este año, uno de los reclamos más poderosos del Hay era la presencia de la cantante Patti Smith. Un adolescente de 13 años era yo cuando cayó en mis manos su primer elepé, el titulado Horses, un disco poderoso que produjo John Cale, el fundador junto a Lou Reed de la legendaria The Velvet Underground. El Hay Festival me alojó en un excelente hotel de arquitectura colonial, que conservaba muebles antiguos. Entré en mi habitación y, tras una somera inspección, advertí que se comunicaba con la de al lado por una puerta de madera envejecida y porosa, llena de encanto. Parecía una puerta decimonónica, como de sacristía.

Abrí mi lado y me encontré con la otra puerta, que naturalmente estaba cerrada. Salí a comer con otros invitados del festival. Luego, regresé a mi habitación a descansar un poco. Cuando me disponía a entrar en mi habitación, la 212, observé que una camarera llamaba a la puerta de la 211. Quien abrió fue una septuagenaria inconfundible. Era Patti Smith, con una camiseta blanca, cabellos canosos y revueltos, sonrisa infantil y gafas redondas. La camarera le preguntaba en español si necesitaba algo. Patti se quedó mirando a la camarera con una expresión indecisa en el rostro. Iba a intervenir en ese momento, cuando Patti zanjó el asunto con un “It’s OK” y cerró la puerta.

Entré en mi habitación y me puse muy nervioso. Yo era un crío cuando en la década de los setenta me pasaba la vida escuchando el elepé Horses. Y ahora tenía a su autora al lado. Pensé que en el hecho de que nuestras habitaciones ni siquiera estuvieran tabicadas había un irónico regalo de la vida.

Recordé que Patti Smith es una fan casi religiosa del escritor chileno Roberto Bolaño, cuya poesía completa se acaba de publicar con un prólogo mío. Pero no tenía el libro en Querétaro. De haber tenido el libro, podría haber sido un pretexto estupendo para llamar a su puerta, pero me lo dejé en España. Así que me dediqué a espiarla. La llamaron por teléfono. Habló con sus hijos de cómo hacer un Banana Bread. Discutieron por la cantidad de sugar que había que poner. Colgó. Y se puso a toser un buen rato. Parecía que tenía faringitis. Pensé en ofrecerle un ibuprofeno.

Abrí mi ordenador portátil y decidí manifestarme desde Spotify, pero no con canciones de Patti, demasiado obvio. Fui al primer disco de la Velvet Underground y puse Heroin a tope de volumen. La oyó. Claro que oyó la canción, tal vez incluso sintió miedo o piedad, pero guardó silencio, y al rato siguió tosiendo.

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