El milagro de los peces
El fotógrafo Txema Salvans muestra en su nuevo fotolibro a pescadores solitarios en lugares donde parece imposible que pique algo
En acequias, canales, riachuelos raquíticos, puertos… en aguas con un color de las que parece que puede salir cualquier cosa menos un pez, y siempre en solitario y con el coche o la moto cerca. Así son los curiosos pescadores que ha retratado durante seis años el fotógrafo Txema Salvans (Barcelona, 1971) a lo largo del arco mediterráneo español para su nuevo libro, The Waiting Game (editorial RM), presentado el pasado jueves en la Fundación Tàpies, en Barcelona.
¿Por qué están estas personas ahí, matando las horas a la espera de que la caña se mueva? “No se trata de pescadores que buscan una experiencia”, dice Salvans por teléfono, “sino de gente que, por lo que me contaban, se iban ahí ‘con tal de no estar en casa’, por la familia, el no tener trabajo… De hecho, la mayoría de las veces ellos devolvían al agua lo que habían capturado”.
Aunque al pasar las páginas del fotolibro la mayoría de las imágenes invitan a sonreír, su autor afirma que hay una doble lectura de estas fotos: “Son sórdidas, hay tristeza… e ironía, porque te ríes de ello. Lo extraño de todo esto es donde pescan, el contexto, no el personaje”. También apunta una dicotomía sobre la supuesta belleza de sus piezas. “Las fotos gustan cuando se ven, pero tiene claro que no te irías nunca ahí a pescar”.
The Waiting Game es la segunda parte de una trilogía que, con ese nombre, se centra en la idea de la espera. En la primera publicación, de 2013, Salvans retrató a las prostitutas que esperaban en polígonos abandonados y carreteras vacías a sus clientes. La nueva entrega, también con 41 imágenes, muestra a aficionados a echar la caña en espacios insólitos, quizás hasta poco salubres para sus habitantes acuáticos. Este biólogo de formación, que explora el documentalismo fotográfico, está preparando el capítulo final de The Waiting Game, un libro en el que los protagonistas serán perros solitarios que vigilan en polígonos, fábricas, casas de campo… Salvans, que en su trayectoria ha colaborado con medios como Le Monde, The New York Times, Esquire, Stern o Liberation, calcula que lleva recorridos más de 40.000 kilómetros por las costas del Mediterráneo, de Girona a Algeciras. “Es lo que conozco emocionalmente”.
Su modus operandi es siempre el mismo. “Trabajo en barbecho”, dice. “Cojo la furgoneta en Semana Santa, un vehículo que me permite dormir dentro y subirme al techo”. No para hasta julio, cuando llega el calor. Es consciente de que moverse con una cámara de placas con trípode “te delata, es aparatoso, toda una liturgia”. “La gente me mira, pero no me ve como un fotógrafo de prensa, no sabe muy bien qué hago”. El analógico le impide revisar lo que hace, pero a él le gusta precisamente eso. “Es lo bueno de tener que operar con la intuición. Si fotografiase en digital, cada nueva toma sería una corrección de la anterior”.
¿Y qué le contaban estos sorprendentes pescadores? “Sabes qué pasa, que es gente que busca estar sola, no tienen gran voluntad de hablar. Si había contacto visual y me decían algo, entonces, sí”. Al fin y al cabo, el propio Salvans se convirtió en otro pescador, pero de imágenes, por lo que simpatiza con sus retratados. “Me crie sin padre, soy hijo único… yo también soy parte de ese paisaje de personas que necesitan estar solas… es una huida”.
Babelia
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