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Crítica | Testigo de otro mundo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reencuentro tras la tercera fase

Lo más valioso del segundo largometraje documental del argentino Alan Stivelman son la voz y la presencia de su objeto de estudio

Reduciendo su relato a lo esencial, desbrozándolo de sus abundantes decisiones discutibles, Testigo de otro mundo describe el camino entre dos rostros de un mismo Juan Pérez, gaucho silencioso y ensimismado que, supuestamente, en 1978, cuando tenía tan solo 12 años de edad, presenció la aparición de un ovni cerca de su hogar. El primer rostro es el de Juan Pérez cuando han pasado casi cuatro décadas desde esa experiencia: bajo su piel fluctúan las corrientes del trauma, como un seísmo interior del que no se puede escapar. Es un Juan Pérez al que no le alcanza el lenguaje para contar lo que ocurrió, porque las palabras se rompen y dan paso al llanto. El segundo rostro es el de Juan Pérez al final del documental: sereno, sanado –por muy fastidioso que le resulte emplear el término a este crítico-, reconciliado consigo mismo después de que el contacto con una comunidad guaraní le haya proporcionado un cierto estado de comprensión.

TESTIGO DE OTRO MUNDO

Dirección: Alan Stivelman.

Género: documental. Argentina, 2018.

Duración: 80 minutos.

Lo más valioso de Testigo de otro mundo, segundo largometraje documental del argentino Alan Stivelman, son la voz y la presencia de su objeto de estudio y, también, la idea de que, en el fondo, es irrelevante si lo que ocurrió fue ufológico, místico o fruto de un trastorno psíquico: lo incuestionable es que Juan Pérez vivió una experiencia que lo desbordó (y, de paso, arrolló su lenguaje). Por tanto, la gran paradoja de la película es que intente representar con maneras precarias de ciencia-ficción de serie B lo que para su figura central resulta inefable y, por tanto, esencialmente irrepresentable. La participación del astrofísico Jacques Vallée, que sirvió de modelo para el personaje de François Truffaut en Encuentros en la tercera fase (1977), añade un buen contrapunto a un Stivelman que se debate entre la generosidad y la ingenuidad.

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