Te cuidaré hasta que te mate
La serie 'Sharp Objects' ('Heridas abiertas') pone sobre la mesa dos temas de calado: el síndrome de Munchhausen y los estereotipos criminales en la ficción
AVISO: Este artículo destripa contenidos esenciales de la serie.
Las mujeres no matan. Las madres no matan. O no lo hacen ejerciendo la violencia fastuosa de los asesinos en serie. Nada de estrangulamientos, ni golpes secos en la cabeza, mucho menos extracciones dentales rituales. Como mucho algún envenenamiento, y a veces ni eso. Esa parece ser la premisa criminológica que se pone en entredicho una y otra vez en Sharp Objects, spoilers aparte.
Para el que se haya enganchado este verano a la última gran adicción televisiva protagonizada por Amy Adams (Camille Preaker), ha tenido que luchar una y otra vez con la construcción del asesino violento y metódico siempre como un hombre. Es natural, su representación ha sido siempre esa. Pero aquí las verdaderas protagonistas son mujeres, y los hombres funcionan prácticamente como atrezzo –incluso el atractivo y bondadoso detective Willis, a ratos la única salvación de Camille, pero no necesariamente muy interesante. Por no hablar del padrastro Alan Crellin o, Vickery, el policía del pueblo, que podrían ser cactus y llamarían así más la atención–.
Pero de entre tanta mujer y adolescente con contradicciones y dobleces –Hollywood se ha puesto las pilas y ya no hay serie sin ellas– hay un tema fundamental que en cuanto aparece, resulta fascinante: el síndrome de Munchhausen. Adora Crellin, la verdadera femme fatale (¿o no?, todo depende de si han llegado al último capítulo) padece un trastorno aún muy desconocido para el gran público. El síndrome diagnosticado y detectado por el doctor Richard Acher en 1951, lleva ese nombre por el legendariamente fantasioso Baron de Munchhausen, dado a fabular sus hazañas. Pero no tiene nada de agradable o tranquilizador: consiste en fingir enfermedades sistemáticamente para lograr así la compasión y atención de todos los que te rodean. Se trata de una patología que puede desembocar el lesiones graves –cuando el paciente se las provoca para poder así generar atención en familiares y trabajadores sanitarios o incluso la muerte, muchas veces por las intervenciones realizadas en busca de un diagnóstico que se les escapa a los médicos–.
Hay una variante común del síndrome, la que sufre Adora en Sharp Objects: el síndrome de Munchausen por proximidad, en el que un progenitor finge que su hijo padece una enfermedad para generar atención. Para perpetuar la relación con los médicos, el familiar fabula síntomas, manipula resultados de pruebas médicas o directamente daña a la víctima –ya sea con productos tóxicos, generando infecciones o provocando contusiones y heridas–. Las víctimas suelen ser niños pequeños y en un 76% de los casos la perpetradora es la madre.
¿Por qué nadie dice nada? ¿Cómo pueden quedar impunes los síndromes de Munchausen por proximidad muchas veces hasta que es demasiado tarde?
La idea resulta tan escalofriante que cuesta creerla. Para comprender el alcance de la patología, nada como Sickened, el relato en primera persona de Julie Gregory. El libro, un best seller en el mundo anglosajón, se desgrana como un cúmulo de atrocidades impunes por parte de una madre capaz de convencer a todo el mundo que su hija tiene misteriosas dolencias que deben ser diagnosticadas. Desde que la autora tiene memoria, su madre la sometió a ayunos, exploraciones y todo tipo de pruebas cada vez más invasivas y debilitantes para detectar ese misterioso mal que se le escabulle a todos los médicos. Sólo un asistente social, ya en la adolescencia de la autora, es capaz de salvarle la vida. El síndrome de Munchausen se explora aquí con todas sus dobleces: la hija no quiere decepcionar a una madre inflexible, y la madre no piensa ceder hasta conseguir lo que quiere, por ejemplo, una cirugía a corazón abierto que le de notoriedad y compasión a ella. A la madre.
¿Por qué nadie dice nada? ¿Cómo pueden quedar impunes los síndromes de Munchausen por proximidad muchas veces hasta que es demasiado tarde? La capacidad de persuasión de una madre afligida parece ser suficiente para muchos médicos. Esa es una de las aterradores conclusiones del documental Mommy Dead and Dearest, en HBO, que va aún más allá. La frágil Gipsy Rose, tratada por asma, epilepsia, distrofia muscular, leucemia y discapacidad mental, a la que toda una comunidad online compadece y cuya madre, Dee Dee, es admirada como "madre coraje", planea y lleva a cabo su asesinato. Lo que al principio parece tratarse simplemente de un homicidio por parte de una hija se convierte primero en el escándalo para toda su comunidad ya que, tras estar postrada en silla de ruedas durante décadas, Gipsy Rose camina y no parece especialmente enferma.
Comienza entonces el estupor: la madre la mantenía inmovilizada, la obligaba a utilizar una máquina de respiración asistida por las noches; e incluso le forzó a usar una sonda alimentaria. Gipsy Rose tardó años en darse cuenta de que no sufría distrofia muscular. El problema era de Dee Dee. Una vez más, el síndrome de Munchausen había pasado desapercibido.
Sharp Objects no es la primera ficción televisiva en tratar el asunto –ya había aparecido como tema central en la serie sueca The Bridge– pero sí ataca las consecuencias de la que a día de hoy se considera la forma más letal de abuso familiar y, por supuesto, ataca uno de los últimos tabús: las madres matan, incluso las que se presentan como verdaderas cuidadoras. Las madres monstruo, tan presentes en la historia audiovisual, también española -desde Mi hija Hildegart, de Fernando Fernan Gómez, hasta la más reciente investigación sobre el caso Asunta, Mater Amantísima, de la artista María Ruido- tienen ahora una nueva variante. También aterradora.
Babelia
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