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La aldea segoviana semiabandonada que se convirtió en refugio de profesores de Harvard, arquitectos y artistas

Varios intelectuales contribuyen a revivir Pinilla de Ambroz, un pueblo de Castilla y León con 29 habitantes censados

Enrique Ogliastri, exprofesor de Harvard, en Pinilla de Ambroz. En vídeo, el reportaje completo.Vídeo: Saúl Ruiz
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Influx of liberal professionals transforms a sleepy Spanish hamlet

A 27 kilómetros de Segovia, en la pedanía de Santa María Real de Nieva, se encuentra Pinilla de Ambroz, una aldea medieval de unas 40 casas. Es uno de los muchos pueblos semiabandonados de la España profunda donde sus pocos habitantes (29 en 2017, según el INE) viven de la agricultura. Pero algo cambió hace unos años. Un grupo de extranjeros llegó para quedarse. Al menos, durante los veranos. Profesores de Harvard, artistas, arquitectos, médicos y abogados, entre otros, ya forman parte de este paisaje, un lugar idóneo para dar rienda suelta a sus sensibilidades.

En las calles de esta aldea se ven más gatos que personas. La brisa refresca a los ancianos que juegan a las cartas bajo la sombra. La temperatura habitual de Pinilla de Ambroz es cinco grados menos que la de Madrid. Carteles, donde se lee un “Se vende”, cuelgan en las puertas de las casas derrumbadas. Ya no quedan tantas. O, mejor dicho, quedan menos que antes. Desde que la médica argentina retirada Susana Sparacino compró la suya hace más de 20 años, un fenómeno de repoblación apareció en el pueblo.

"Si no llega a ser por esta gente, las casas estarían hundidas" dice un vecino de toda la vida

“Llegué aquí de casualidad; conocí a una señora que vendía la casa y la compré para venir los fines de semana con mis hijos”, explica Sparacino. Los amigos que la visitaban pensaban que estaba loca, pero luego le decían: “Si encuentras algo, avísame”. Y así fue como empezó todo. La médica asegura que ya hay más extranjeros que locales. “Esto parece la ONU: hay gente de todas partes del mundo”, compara desde el jardín de su casa, lleno de flores.

Y así llegaron, poco a poco, más de 20 personas de distintas partes del mundo: Suiza, Argentina, Colombia, Francia, Estados Unidos, entre otros. Y formaron un grupo de amigos a una edad en la que se deja de hacerlos. “A todos nos interesa el arte, la sociedad y la política”, señala el colombiano Enrique Ogliastri, autor de más de una treintena de libros y profesor del IE en la actualidad y de Harvard en el pasado. Buscaba con su mujer, Emma Cecilia Ferreira, un lugar tranquilo. Él para escribir y ella para dedicarse a las esculturas.

A algunos no le gusta el pueblo, pero sí los amigos que se reúnen cada verano

Por coincidencias de la vida, Ogliastri se reencontró en Cambridge con un compañero del colegio, Aníbal Alfaro. Este trabajó 30 años como arquitecto en Harvard Square, donde conoció a su esposa Prudence, que se dedicaba a enseñar español. La pareja también buscaba un lugar para jubilarse. Ahora pasan los veranos en Pinilla de Ambroz. Dedican la mayoría del tiempo a la lectura.

A tres casas de los Alfaro vive Ignacio Gómez-Pulido, colombiano de nacionalidad francesa. En la entrada de su vivienda, llaman la atención las esculturas de hierro que brillan al sol. Las ha hecho él. “Esto era cuatro muros y un techo desfondado”, asegura mientras señala la fachada de su casa. En la planta de arriba hay todo un laboratorio de fotografía. “Lo traje de París -indica-. Esta es una vida completamente opuesta a la que llevo allí; es otro ritmo, otra mirada”. 

Unos han influido a otros. Se han contagiado intereses que antes no tenían. Álvaro Torres pinta durante toda la mañana. Su marido, Fausto Gonzaga, cree que si no fuera por el grupo no pasarían los veranos en Pinilla de Ambroz. No le gusta el pueblo, pero sí los amigos. ”Es gente muy abierta, muy culta, todo eso influye”, afirma.

No es el único al que no le convence la aldea. La profesora, ya retirada, María Zulema reconoce que cuando llegó quedó espantada. Pero su difunto marido vio una oportunidad de reforma en las ruinas de una casa. “Desde entonces, vengo todos los meses de verano”, sostiene la argentina. Su casa está llena de libros y fotos. Conserva los recuerdos de la familia.

Contrastes bien avenidos 

A diferencia de las viviendas de los locales, en las fachadas de las de los extranjeros se ve la piedra con la que se construyeron. En el interior de la de la suiza Madelaine Rodríguez hay un patio cuadrado muy pequeño que recibe luz natural. Al fondo, un ordenador y unos folios. Traduce prosa. “Si cerráis los ojos… silencio total”, señala y respira profundo. La tranquilidad que ofrece el pueblo es la principal razón por la que pasa tanto tiempo en él. “Antes no había árboles ni flores. Los pusimos con unos de aquí”, aclara la suiza.

“La convivencia es muy buena. Son otros más del pueblo”, asegura el alcalde

La abogada retirada Angélica Kunzi, de Argentina, creía que los locales estaban hartos del grupo de amigos. Pero luego se enteró de que cuando pasaban un tiempo sin ir, los del pueblo empezaban a preguntarse qué pasaba, por qué ya no iban. 

“La convivencia es muy buena. Son otros más del pueblo”, opina Juan José de Frutos, alcalde de Pinilla de Ambroz. Sale de una cochera donde ha dejado aparcado su tractor. “¡Aquí que venga quien quiera!”, exclama con una sonrisa. Se cruza con otro vecino y le saluda. Es Francisco Esteban Martín. Nació en el pueblo y no se ha movido de ahí. Está sentado debajo de un árbol y sostiene un bastón. “Si no llega a ser por esta gente, las casas estarían hundidas”, asegura. “No tenemos ningún problema con ellos, nos hablamos con todos”, agrega.

Destaca el contraste que se ve entre los habitantes del pueblo. Algunos han vivido en varios continentes y otros no han salido de Segovia. Unos se dedican a escribir libros y otros a recoger los tomates y sembrar trigo. Pero todos celebran juntos las fiestas del pueblo, que llegaron con los nuevos inquilinos. Pinilla de Ambroz ha renacido con los bríos de los extranjeros, que ya son considerados locales del pueblo.

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