Descenso a las entrañas de la Real Academia de Bellas Artes
Los talleres de la institución, abiertos a visitas, acogen tesoros artísticos y proyectos punteros
Los depósitos de los museos son percibidos en Madrid como departamentos estancos donde duermen un sueño rutinario centenares de obras que no merecen ser expuestas al público. Nada más inexacto para el caso de los almacenes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que desde 1752 cuenta con algunos de los fondos de pintura y escultura más importantes de España, dispuestos al préstamo para su exposición temporal allí o en otros lugares. Su sede de la calle de Alcalá, 13, el neoclásico palacio Goyeneche, atesora en tres amplias estancias fondos artísticos de una variedad extraordinaria. Pero sus almacenes albergan, asimismo, verdaderos laboratorios digitales de investigación, comprometidos con la preservación del patrimonio artístico, cuyas estancias, a diferencia de las de otros museos, son accesibles a investigadores y público, en visitas guiadas de jugoso contenido didáctico.
En estos laboratorios se experimentan y aplican, con rigor científico, las técnicas más punteras de edición multimedia, a base de reproducción en tres dimensiones (3D), obtenidas por fotogrametría, complementadas con fotografías de drones o cámaras multiespectrales de infrarrojo y ultravioleta. Por otra parte, se opera allí con tecnologías para la desinsectación de tallas medievales de arte sacro en madera asaltada por xilófagos, mediante cámaras de anoxia y nitrogenación. Innovadas metodologías de restauración y conservación, entre muchas otras actividades, se despliegan asimismo en sus estancias. Instituciones extranjeras demandan ya múltiples encargos a la Academia, que decidió hace una década, con evidente éxito, afrontar la crisis oponiéndole la actualización modernizada de los conceptos tradicionales que convirtieron los almacenes museísticos en sepulcros del arte.
Pasear hoy por los depósitos de la sede madrileña de la Academia ofrece al visitante una completa panorámica de la Historia del Arte. La institución madrileña, fundada en 1752 —y precursora por ello del Museo del Prado, creado en 1819— acuñó la mayor parte de las obras procedentes de su profesorado y alumnos, los futuros artistas y arquitectos, así como de las incautaciones de obras de arte ejecutadas por el Estado tras la expulsión de los jesuitas en 1767, al igual que las allegadas de los distintos procesos de desamortización y desacralización de conventos y monasterios de la Iglesia católica, en la primera mitad del siglo XIX. Por ello, el ajuar completo de la Academia, ampliado además por donaciones como la del legado Guitarte, muestra una riqueza de extraordinaria calidad: un millar de lienzos, 1.300 esculturas o grupos escultóricos, 15.300 dibujos, amén de las 500 obras expuestas al público —algunas de las mejores de Francisco de Goya—, desde el renacentista Arcimboldo, al manierista Zurbarán, pasando por Diego Velázquez. Del arte contemporáneo destacan en el museo de la Academia obras de escultores como Mariano Benlliure y de pintores como Joaquín Sorolla, Pablo Picasso, Juan Gris, Daniel Vázquez Díaz, Cecilio Plá, López Mezquita, Feito, Rivera, Jordi Teixidor, Carmen Laffon o Rafael Canogar.
El criterio expositor se basa en mostrar una línea continua de la formación de los artistas plásticos y arquitectos españoles, con maquetas de Antonio Fernández Alba y del ingeniero Javier Manterola —autor del puente nuevo de Cádiz— obras que se exhiben junto a pinturas coetáneas, que dan una visión de conjunto sobre las grandes corrientes y escuelas estéticas y creativas, explica el director del museo José María Luzón.
En los depósitos, un amplio centenar de grandes peines verticales contiene más de un millar de lienzos procedentes de todos los estilos pictóricos; se muestran envueltos en bolsas transparentes, con su ficha de identificación en los márgenes. Entre las pinturas que hicieran profesores que instruyeron hasta 12 generaciones de alumnos artistas formados en la Academia, los mejores de los cuales fueron pensionados en Roma, destaca la serie de copias de Domingo Álvarez de las llamadas Estancias del gran pintor renacentista, Rafaelle Sanzio, de vivaces policromías que, por encargo del plenipotenciario español en Roma, Nicolás de Azara, sirvieron de modelo a numerosos alevines de artistas. Al azar cabe descubrir desde un magno retrato del rey Alfonso XIII, obra del pintor contemporáneo Fernando Álvarez de Sotomayor, quien fuera director del Museo del Prado, hasta una efigie de la época del Romanticismo que representa al escritor Julio Nombela, íntimo amigo del poeta Gustavo Adolfo Bécquer.
La escultura, por su parte, muestra en otra estancia un nutrido conjunto: sobre un estante, el busto de Félix Lope de Vega (1562-1635) obtenido por Herrera Barnuevo sobre la máscara mortuoria del Fénix de los Ingenios, que ha servido como canon de las representaciones efigiadas del gran dramaturgo y poeta madrileño. No lejos de Lope, en vaciado de yeso, la incomparable cabeza del pintor de Fuendetodos, que sirvió de modelo al escultor José Luis Fernández, que se inspiró en Mariano Benlliure para tallar la estatuilla de los galardones cinematográficos de los Premios Goya. En otro anaquel reposa el único busto de Carlo Broschi, más conocido como Farinelli (1705-1782), el soprano castrati que llenara con su agudísima voz y sus falsetones la Corte de Fernando VI y Bárbara de Braganza, con quienes cantaba a bordo de una falúa por aguas del Tajo en Aranjuez, con el Rey, fundador de la Academia, tocando el clavecín.
Al lado de un conjunto de miembros del cuerpo humano, pies, manos, brazos, modelados en yeso para ser imitados por los alumnos de la Academia, se alza una reproducción en bronce bruñido oscuro de la estatua conocida como Los cuatro moros, realizada por Brandini para la ciudad toscana de Livorno, obra del impar escultor Piero Tacca, autor de la excelsa estatua ecuestre de Felipe IV que cabalga airosa desde el corazón de la madrileña plaza de Oriente. En una estancia más de la Academia, las premiadas restauradoras Silvia Viana y Judith Gasca acometen la restauración de la obra del gran escultor dieciochesco Josep Ginés titulada La degollación de los santos Inocentes. Sus polícromas tallas tricentenarias, insertas en los belenes napolitanos del rey Carlos IV, exhiben sorprendentes detalles de excelsa minuciosidad.
Las labores acometidas por los equipos de investigación I+D de la Academia abarcan media docena de proyectos como el que desarrolla el actual director de la institución, Fernando de Terán, sobre el desaparecido convento de la Trinidad; el que despliega Antonio Bonet Correa, ex director de la Academia, que codifica el vocabulario y el léxico artístico-técnico; el del vitralista Víctor Nieto Alcaide, que cataloga todas las vidrieras existentes en Madrid; o los proyectos, ya culminados, de José María Luzón, exdirector de los museos del Prado y del Arqueológico Nacional, titular hoy del Museo de la Real Academia, que ha llevado a la edición en 3D las excavaciones de Paestum, Pompeya y Numancia, con trabajos ya integrados en la Red, que cuentan con decenas de miles de visitas de todo el mundo; asimismo, la Academia recibe encargos del extranjero como los solicitados por la Sopraintendenzia de la Ciudad de Roma —la sección cultural de su alcaldía—, para la cual se reproduce desde Madrid en 3D la Columna Trajana, señero hito histórico-artístico capitalino, enormemente dañado por los botellazos que la tradición festiva romana incluía como rituales de los festejos del Año Nuevo.
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