_
_
_
_
DIARIO DE INVIERNO | 8
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tumbas virtuales

R. fue mi primer novio importante. Hubo otros antes

Hace un mes, mi exmarido y mejor amigo me llamó demasiadas veces y hasta me dejó mensajes en redes sociales, cosa que jamás hace salvo que esté un poco borracho. Pensé que podía necesitar algo y le devolví el llamado preocupada.

—Boluda, me dijo. Para los argentinos es un insulto cariñoso. —Se murió R.

R. fue mi primer novio importante. Hubo otros antes, incluyendo un hermoso estudiante patagónico que me llevaba 10 años, abismo etario que fue descubierto por mi madre con gritos y amenazas, y luego perdonado porque el joven-no-tan-joven (yo tenía 16) “se parece a Alain Delon”. (Mi madre y yo no tenemos personalidades muy parecidas, pero nos une la debilidad frívola por los hombres pasmosamente bellos).

Quiero aclarar que no hubo nada abusivo en la diferencia de edad: tal cosa es posible. El estudiante fue un novio respetuoso y divertido, un poco inmaduro: me la pasé genial con él.

R., en cambio, fue algo serio. También era guapo, de una manera más criolla, y era una especie de trofeo porque cantaba en una banda de rock que, en aquel momento, tenía sus seguidores. Recuerdo que R. me gustaba pero no tanto como el guitarrista del grupo. Me dije, bueno, un cantante tampoco está mal. Tenía 18 años. Lo acompañé a una gira de verano por la costa argentina, que es un páramo de mar frío, playas de arena oscura, un gentío insoportable y noches heladas: no hay que imaginar ni playas caribeñas ni playas mediterráneas sino playas del sur del mundo con algún encanto dramático de acantilados, no mucho más. Recuerdo que una noche tuve que tragar el porro que estaba fumando porque llegó la policía. Otra madrugada nos quedamos hasta que salió el sol cantando y tocando Simpatía por el demonio. Yo usaba su ropa y él la mía. Hace poco tiré un saco precioso de pana que él se ponía para tocar con anchos pantalones negros: su ideal era Mick Jagger en Perfomance. Cada vez que veía la película copiaba un gesto más.

Mi exmarido me dio detalles de su enfermedad y prometió averiguar más. Ambos viven, o debo decir vivían, en la misma ciudad, pero no eran amigos. Distintos círculos. Le pedí que no investigara. ¿Para qué? A mi curiosidad le bastaba con buscar a R. en Facebook. ¡Qué heladas son estas nuevas tumbas virtuales! Epitafios mudos, mensajes algo tenebrosos suspendidos y titilando en espera de alguna respuesta, un limbo donde se deja el corazón en mensajes tristes aunque el efecto sigue siendo el cruel mutismo digital de siempre. ¿Qué hacer? ¿Seguirlo? No éramos amigos en la red. ¿Por qué? Porque la vida. Eso hace el tiempo: él ya no era importante para mí. Yo no era importante para él. Cuando nos separamos, 25 años atrás, me tomé un litro de licor de café, vomité la alfombra de una amiga y casi me atropella un auto. Y ahora ni siquiera nos seguíamos. Me puse al día acerca de los amigos, la familia y las chicas de R. Lo acompañó mucha gente. R. era noble y generoso y es mi primer novio muerto, casi un desconocido.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_