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HISTORIA[S]

Egipto ante el espejo argelino (1)

El país árabe se encuentra en una situación que para muchos analistas recuerda a Argelia cuando, en 1992, el Frente Islámico de Salvación (FIS) fue el vencedor en la primera vuelta de los comicios y el ejército canceló el proceso electoral

F. Javier Herrero
Mujer superviviente de la matanza en Bentalha, en septiembre de 1997.
Mujer superviviente de la matanza en Bentalha, en septiembre de 1997.AFP

“Llegaron desde el bosque que hay detrás de los campos y lo saquearon todo, degollaron a cientos, arrasaron con toda la comida que encontraron, violaron y secuestraron a nuestras hijas”. Así describe un anciano campesino argelino superviviente el infierno que se desató sobre el pueblo de Sidi Rais, en la región de Blida, una noche de agosto de 1997. Centenares de hombres, presuntamente del Grupo Islámico Armado (GIA), irrumpieron en la aldea y durante cinco largas horas mataron hasta 500 personas y se llevaron secuestradas a las jóvenes como esclavas sexuales. Mientras, a escasa distancia el ejército argelino, que veía las llamas y oía los gritos, esperaba inmóvil en sus bases la llegada del día para contabilizar las víctimas. Este es, quizá, el más terrible episodio que se vivió en la guerra civil argelina de los años noventa, entre islamistas y defensores del régimen del Frente de Liberación Nacional (FLN), que alcanzó un nivel de violencia y ensañamiento de tal calibre (entre 150.000 y 200.000 muertos), que sería comparable a genocidios como el de Guatemala en los años 80.

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Estos días, Egipto se encuentra en una situación que, para muchos analistas, recuerda a Argelia, cuando en enero de 1992, siendo el Frente Islámico de Salvación (FIS) vencedor en la primera vuelta de los comicios, el ejército canceló el proceso electoral. Esto forzó la dimisión del presidente Chadli Benyedid y el regreso a la clandestinidad del movimiento islamista. En el caso egipcio, el presidente Mohamed Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes, ha sido desalojado del poder por un golpe de Estado de los militares.

La república argelina había comenzado su andadura como país independiente con la energía de afrontar un proyecto nacional nuevo, no exento de conflictos como el golpe contra Ben Bella en 1965 o el exilio de importantes personajes de la lucha por la independencia como Budiaf o Buteflika, entre otros. Su papel internacional preeminente en el Movimiento de Países No Alineados o las declaraciones grandilocuentes de convertir a Argelia en el Japón de África daban cierta imagen optimista. No obstante, el régimen socialista de partido único fue cerrando las puertas a la participación de la sociedad, instituyendo al ejército como auténtico poder fáctico y creando una nomenklatura, al estilo soviético, parasitaria del estado, corrupta e ineficaz. Esta oligarquía político-financiera, que controlaba los recursos y las empresas estatales, era la única capaz de acceder a productos suntuarios importados de Occidente, llegados con la política de apertura económica de Benyedid, y exhibían sin el más mínimo pudor una vida lujosa, que provocaba el escándalo del resto de la sufrida sociedad argelina.

Decisiones económicas erróneas

En lo económico, se tomaron decisiones fallidas que llevaban a una industrialización forzosa, improductiva y sin salida, que acabaron llevando a una economía con cierto grado de diversificación a la mera dependencia de la exportación petrolífera y del gas. En el sector agrario, las cosas no fueron mejor. Tras el periodo colonial, Argelia pasó de ser un país exportador en ese ámbito, a terminar importando el 80% de los productos agroalimentarios. Desde el punto de vista demográfico, a finales de los 80, la sociedad argelina se convirtió en una potencial bomba de relojería. El 75% de la población era menor de 30 años. Se trataba de una juventud que en estos años sufrió la degradación de las condiciones de escolarización y pasó a engrosar las filas del desempleo.

Mujeres vestidas con el 'chador' caminan por las calles de Arges, en junio de 1991.
Mujeres vestidas con el 'chador' caminan por las calles de Arges, en junio de 1991.Reuters

La caída fuerte del dólar desde 1985 trajo una bajada de ingresos por la exportación de petróleo y gas, lo que llevó a las finanzas de la nación al colapso. Los salarios perdieron valor y el paro aumentó a niveles desconocidos. Las capas medias de la sociedad se vieron sumidas en la pobreza. La sociedad argelina, tan joven, vio que el régimen nacido de la lucha por la independencia era incapaz de solucionar sus necesidades básicas, mientras que los privilegios de esa oligarquía revolucionaria no se ponían en cuestión. En octubre de 1988, el alza de precios de productos de primera necesidad lanzó a la calle a la juventud, harta de carencias y sin perspectivas de futuro, en lo que se conoció como la Revuelta de la sémola. Las luchas callejeras, que imitaban la Intifada palestina provocaron la reacción violenta del poder, que proclamó el estado de excepción y segó la vida de 500 jóvenes. Finalmente, el régimen argelino de Chadli Benyedid, ante el clamor popular a favor de los jóvenes, no tuvo otra salida que proclamar el inicio de un proceso político de reformas que debería desembocar en el multipartidismo.

En 1988, el alza de precios de productos de primera necesidad lanzó a la calle a la juventud, en la Revuelta de la sémola

Como consecuencia de la crisis económica y social, el régimen argelino pierde la base de apoyo social necesaria, que le es sustraída por la alternativa del islamismo integrista. Las presidencias de Huari Bumedian y Benyedid habían promocionado un islamismo 'oficial' subordinado a sus intereses que rechazaba la esencia de la religión musulmana. El Estado decidió una política intolerante de arabización que relegase a la francofonía y entró en conflicto con culturas minoritarias como la de la Cabilia beréber. Esos Gobiernos facilitaron la construcción de más mezquitas que escuelas y se trajeron de Oriente Próximo miles de profesores coránicos que deberían implantar ese islam oficial y acabaron alimentando el integrismo. La errática política religiosa instaura en 1984 un código de Familia de carácter medieval que discriminaba a la mujer en mayor medida que en los países de su entorno. El FIS supo poner el foco sobre la crisis y los efectos sociales y culturales nefastos de una pseudomodernización impuesta desde arriba y no igualitaria.

Proceso reformista fallido

Tras la Revuelta de la sémola el presidente Benyedid impuso su agenda reformista al sector inmovilista del régimen con la victoria en las elecciones anticipadas de diciembre de 1988. En febrero del año siguiente se aprueba una reforma democrática de la Constitución. A finales de 1989 son legalizados los partidos políticos de la oposición, incluido el FIS. Este movimiento integrista estaba dirigido principalmente por Abasi Madani, un filósofo y teólogo moderado, luchador por la independencia, y Alí Belhadj, joven con una menor base intelectual y teológica pero de verbo más encendido y radical. El FIS asumió cuotas de poder al arrollar en las elecciones locales de junio de 1990 y desde ese momento se empieza a dejar sentir en todos los espacios públicos argelinos. Las manifestaciones fueron habituales y los piquetes integristas circulaban por las ciudades vigilando que se cumpliese la moral de su visión rigorista del islam. El mayor desafío llegó cuando a finales de mayo se convocó una huelga general indefinida por el FIS a lo que respondió el primer ministro Ahmed Gozali con el estado de sitio, la suspensión de las elecciones legislativas y el encarcelamiento de Madani y Belhadj.

Abasi Madani, líder del FIS, vota en las elecciones locales de 1990.
Abasi Madani, líder del FIS, vota en las elecciones locales de 1990.AP

Finalmente, el 26 de diciembre de 1991 se celebraron las elecciones y la victoria del FIS fue arrolladora. Los líderes integristas proclamaron la futura reforma constitucional con la perspectiva de instaurar un Estado teocrático y el Gobierno de Gozali no supo cómo gestionar el dilema que se le planteaba. El Ejército y la oligarquía político-financiera trasladaron toda la presión al presidente Benyedid, que se vio forzado a dimitir el 11 de enero de 1992. El proceso electoral se paralizó y el FIS vio cerrado su acceso al poder de manera democrática.

Desde ese momento, Argelia emprenderá su particular descenso al infierno. La Junta cívico-militar que asume las riendas del país pide a Mohamed Boudiaf, líder carismático y personalidad íntegra de los tiempos de la independencia, que regrese del exilio y asuma la Presidencia. El FIS es declarado ilegal a la vez que se decreta el estado de excepción por un período de un año.

La ilegalización del FIS es vista por los islamistas como una declaración de guerra desde el Estado

Durante los primeros meses de 1992 son arrestados miles de islamistas y en junio, cuando iba a comenzar un juicio contra los siete líderes principales del FIS, el presidente Budiaf es asesinado por un miembro de su guardia personal. Abasi Madani y Alí Belhadj son condenados a 12 años de prisión y la ilegalización del movimiento integrista es vista como una declaración de guerra desde el Estado. Paralelamente, se empiezan a articular las guerrillas islamistas que pretenden convertirse en el brazo armado del FIS, y que encuentran un semillero ilimitado de adeptos en los jóvenes árabes de los suburbios de las ciudades argelinas. La estrategia de las guerrillas fusionadas en el Ejército Islámico de Salvación (EIS) será la de hostigar a las fuerzas de seguridad con una combinación del terrorismo urbano y la guerrilla rural sobre todo en la zona norte del país. Más o menos era lo que se entendía como una acción de guerrilla clásica más cercana a un movimiento de liberación nacional que a un grupo terrorista.

Quien va a ocupar el espacio del terrorismo indiscriminado y extremadamente violento será el GIA. El Grupo Islámico Armado se hace tristemente popular desde 1993. Constituido en gran parte por afganos, veteranos de las guerrillas pro-talibanes en Afganistán durante la época soviética, rechazaba cualquier compromiso con el Gobierno argelino. El grupo terrorista propugnaba la lucha sin cuartel y condenaba las desviaciones de los liderazgos del FIS, tanto el del exilio como el del interior, que no perdían la perspectiva de una negociación de paz y habían condenado los ataques que no fuesen contra objetivos de las fuerzas de seguridad. A la vez que atacaba al régimen, iniciaba una guerra fratricida contra el EIS, y no fueron pocos los choques armados entre ambos grupos.

El GIA asumió efectivos de manera masiva y su poco control ideológico hizo que esta guerrilla fuese  fácilmente infiltrada por los servicios de información del Ejército. Barriadas de la capital como Bab el Ued, El Harrach o La Kasba eran tomadas de noche por las fuerzas de seguridad, pero de día estaban bajo control de los milicianos islamistas. Las guerrillas se repartieron las zonas de influencia. El GIA se hizo fuerte en la zona central al sur de Argel. El EIS dominó la zona oriental fronteriza con Túnez y la occidental cercana a Marruecos.

Mañana, viernes: Egipto ante el espejo argelino (II)

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Sobre la firma

F. Javier Herrero
Redactor de la Unidad de Edición de EL PAÍS desde 2019, donde participo en la elaboración de la edición impresa del periódico. Comencé mi tarea profesional en EL PAÍS en 1994 como documentalista. Apasionado de la historia, he colaborado en el blog 'Historias' de la sección de Cultura. Pasé por la sección de Especiales antes de ser editor de la web.

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