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Crítica | Solo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Al filo del abismo personal

El solvente segundo largo de Hugo Stuven rememora la odisea de un surfista vasco acaecida en Fuerteventura en 2014

Un fotograma de 'Solo'.
Un fotograma de 'Solo'.
Javier Ocaña

Los ejercicios de supervivencia extrema en condiciones infrahumanas, a las que puede haber llevado la inconsciencia, la fuerza de la naturaleza o la pura mala suerte, son materia de noticia en los medios de comunicación día sí, día no. Terremotos, cuevas, náufragos, montañeros. Y el cine no deja de ilustrarlos a través de películas basadas en hechos reales, que deciden plasmar tanto el hecho físico como, sobre todo, la fuerza mental de sus pequeños grandes héroes.

SOLO

Dirección: Hugo Stuven.

Intérpretes: Alain Hernández, Aura Garrido, Ben Temple, Leticia Etala.

Género: aventura. España, 2018.

Duración: 92 minutos.

De hecho, en poco más de un mes van a coincidir en la cartelera española dos de estos triunfos del ser humano contra las adversidades, porque tras la estadounidense A la deriva, de Baltasar Kormákur, hoy se estrena la española Solo, solvente segundo largo de Hugo Stuven, que rememora la odisea de un surfista vasco acaecida en Fuerteventura en el año 2014. Dos películas en cierto modo semejantes, pues hunden su relato no solo en el acoso de la tragedia sino también en sus prolegómenos personales, incidiendo, a través de flashbacks, en una suerte de melodrama sentimental sobre los modos de acercarse a una existencia alejada de los convencionalismos de la sociedad contemporánea. Y la de Stuven tiene el añadido de las particulares consecuencias de una experiencia tan traumática. Nadie vuelve a ser el mismo tras una tortura semejante.

Stuven y su coguionista, Santiago Lallana, inciden en una reflexión acerca de las diferencias entre personalidad, individualismo y egoísmo, con la soledad como mancha y el espíritu surfero como etiqueta. Una introspección quizá demasiado explícita y un tanto superficial, pero seguramente muy eficaz para una parte del público, como un manual de autoayuda cinematográfico. Y en esta dirección no parece casual que el personaje protagonista ande leyendo El poder del ahora, de Eckhart Tolle, paradigma de herramienta espiritual contemporánea.

Sin embargo, frente a una cierta insustancialidad en el mensaje, Stuven impone un notable ejercicio de puesta en escena en las secuencias del retrato del acecho de la muerte en un acantilado junto al mar, con el paso del tiempo como péndulo cortante de Edgar Allan Poe. Una vertiente en la que, desde los primeros instantes de la película, con unos espectaculares minutos iniciales, el director demuestra pulso y estilo, y que las tomas aéreas con helicóptero o dron, habitualmente grandilocuentes, innecesarias o redundantes, pueden ser perfectas para introducir en el tono y esencia de una historia al filo del abismo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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