Un excelso triplete de conciertos
Brad Mehldau, Dave Holland y Cécile McLorin Salvant firman una jornada antológica en San Sebastián
Hay quien dice que el jazz ha muerto. Que esto que se hace hoy se le parece, pero no es lo mismo, vaya usted a saber por qué. Que lo de antes era el jazz de verdad, y esto son residuos, sombras chinescas, un simple reflejo de lo que fue.
Si alguien que piense de esta forma pasó la tarde del viernes en el Heineken Jazzaldia, es bastante probable que a estas alturas haya cambiado de opinión, porque los conciertos del trío de Brad Mehldau, la reunión de Dave Holland con Chris Potter y Zakir Hussain y el prodigio vocal de Cécile McLorin Salvant fueron un triple antídoto infalible contra la más mínima sospecha sobre el estado de salud del jazz.
Hubo un tiempo en que el de Brad Mehldau era el trío de piano más excitante de la escena. No alcanzaba las cotas artísticas de algunos maestros con más recorrido, pero sí era la sensación del momento, siempre creativo e infalible. Han pasado los años y Mehldau ha ganado respetabilidad y trayectoria sin perder creatividad ni infalibilidad. Su trío con Larry Grenadier y Jorge Rossy, activo desde 1994, escribió algunas de las páginas más interesantes del piano jazz en las últimas décadas, y cuando Jeff Ballard sustituyó a Rossy, en 2005, el pianista comenzó una nueva andadura que, en realidad, no era sino una extensión de la vieja.
Trece años después, Mehldau y su grupo siguen facturando uno de los mejores directos de jazz que uno puede ver: un dechado de elocuencia, compenetración y personalidad, independientemente del tema que interpreten. En San Sebastián, Mehldau vibró con igual intensidad en su versión de And I Love Her, de Paul McCartney, que en originales como Seymour Reads The Constitution o standards como el C.T.A. de Jimmy Heath, que ya grabó en 2006 para su álbum Live. El material es lo de menos: son las lecturas del pianista el verdadero valor de su música; un valor que, hoy por hoy, no solo no decrece ni se estanca, sino que parece incrementarse año a año.
Más o menos en la misma época en que el trío de Mehldau sentaba las bases de su reinado, el quinteto de Dave Holland era uno de los grupos de jazz más apasionantes del mundo, por varios motivos. Uno de ellos, el joven saxofonista Chris Potter: un solista portentoso que en compañía de Holland sacaba lo mejor de sí. Ahora, veinte años después, Holland sigue siendo una leyenda del jazz y Potter se ha consagrado como uno de los saxofonistas más importantes de la historia reciente del género, y cuando se juntan vuelven a generar esa química mágica de aquellos años. En el Jazzaldia, el formato trío junto al maestro hindú de la tabla Zakir Hussain permitió a los tres músicos interactuar a placer, tanto en viejos temas del quinteto de Holland como Lucky Seven como en originales que el trío adaptó perfectamente a la particular —y limitada— instrumentación. Potter, solista de ingenio inagotable, protagonizó los mejores momentos del concierto con un par de solos antológicos, pero el éxito de la formula fue completamente colectivo.
No venida del pasado, sino desde el más absoluto presente del jazz, cerró la noche Cécile McLorin Salvant con una nueva vuelta de tuerca a su refrescante propuesta. La cantante se presentaba con un grupo renovado en el que el pianista Aaron Diehl ha sido sustituido por el joven Sullivan Fortner, y mostró cierta evolución mediante un repertorio arriesgado y narrativo, en un recital muy sofisticado que, tal vez, hubiese conectado mejor con una audiencia completamente anglohablante. Aún así, el talento de la vocalista es desbordante y escucharla cantar de forma cada vez más original y atrevida es una delicia.
Al final del concierto, la veterana Mary Stallings, premio Donostiako Jazzaldia de este año, subió a cantar con McLorin Salvant una escalofriante versión de Fine and Mellow —aquel blues compuesto por Billie Holiday a finales de los años treinta que se publicó en la cara B del single del célebre Strange Fruit—, dejando al público donostiarra boquiabierto. Cómo no quedarse fascinado ante semejante muestra de jazz —vivo y coleando— de mano de una septuagenaria y una veinteañera.
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