Un ‘Lago’ con poderes victorianos
El Teatro Real de Madrid cierra su temporada 2017-2018 con unas funciones de gran calado y que significan el regreso de Royal Ballet después de 20 años
Si nos atenemos al esquema canónico argumental y de libreto de los cuatro actos, esta nueva producción de “El lago de los cisnes” del Royal Ballet de Londres (estrenada con éxito en la Royal Opera House de Covent Garden el pasado 17 de mayo) resulta la quinta o sexta londinense según las diversas fuentes más autorizadas; una vez sacados del conteo las versiones sintetizadas que empiezan con Mijail Fokin en 1911(Diaghilev/Covent Garden) y que se extienden hasta Frederick Ashton en 1963, y sin desdorar el papel básico que han tenido en la estabilización de “una versión propiamente británica” del título del gran ballet académico ruso, personalidades del ámbito coréutico en las Islas como Beryl Grey, Ninette de Valois, Mary Skeaping, Peter Wright, Anthony Dowell y John Field. Todo esto está muy estudiado y redicho, así como la posterior expansión casi colonial de ese “Lago” inglés en toda América (Skeaping en La Habana (1954), Celia Franca en Toronto (1954), Jack Carter en Buenos Aires (1963), David Blair en ABT Nueva York (1967), etc.); con toda probabilidad el primer “Lago” que vio y tocó la bailarina Marianela Núñez (San Martín, Argentina, 1982) fue la versión de Carter en el Teatro Colón.
El Teatro Real de Madrid cierra su temporada 2017-2018 con unas funciones de gran calado y que significan el regreso de Royal Ballet después de 20 años; en la temporada de la reinauguración del coliseo de la Plaza de Oriente trajeron “La bella durmiente” con una inolvidable Viviana Durante que debió quedar en los anales, pero aquí para el ballet la memoria balletística apenas existe.
EL LAGO DE LOS CISNES
Coreografía: Marius Petipa y Lev Ivanov; coreografías adicionales: Liam Scarlett (dirección de la nueva producción) y Frederick Ashton; música: Piot Ilich Chaicovski; escenografía y vestuario: John MacFarlane; luces. David Finn. Royal Ballet de Londres. Director: Kevin O’Hare. Orquesta del Teatro Real. Director musical: Koen Kessels. Teatro Real, Madrid. Hasta el 22 de julio.
La función de debú de “Lago” anoche tuvo sus luces y sus sombras. Por una parte, hubo continuados y muy evidentes fallos con la iluminación y el cuerpo de baile se mostró por momentos titubeante y con algún desajuste, víctima de un cierto nerviosismo ambiental. Es cierto, pero no excusa, que se trata de una producción monumental y comprometida que tiene su momento cumbre y más sorprendente en el tercer acto y su desenlace, con un decorado de corte operístico apabullante en su ostentosidad y dimensiones, al punto de que presiona a los bailarines hacia el proscenio.
A veces el baile no necesita, ni justifica tal despliegue, pero aquí tiene sentido ateniéndose a la natural pretensión sinfonista de la propia obra y se cumple el efecto de dejar al público boquiabierto con el juramento del príncipe enamorado y la burla del mal encarnado por cisne negro. Precisamente en ese acto, nada falló, y allí aparece el paso a dos de “El cisne negro”, examen de mérito para todas las bailarinas. Núñez en el doble papel de Odette-Odile (Cisne blanco, cisne negro) ofrece hoy un baile maduro, concentrado y preciso, y estuvo acompañada por el ruso Vadim Muntagirov (Cheliabinsk, 1990), un depurado bailarín estilista que hace un Príncipe Sigfrido de limpieza ejemplar y saltos elocuentes. Marianela empezó de manera carismática y virtuosa su segundo acto con una entrada musicalísima y un dibujo de franco lirismo, luego lo atemperó, siempre en un alto nivel de corrección interpretativa y de buen gusto, aunque probablemente un poco distante en cuanto a esa fase comunicativa que tiene el complejo doble rol. La compañía, en general, dio muestras de su empaque, poderío estilístico y cohesión, lo que da sobre todo la coherencia con la tradición y el trabajo bien planificado.
Scarlett, un joven prudente, usa coreográficamente el cuarto acto como laboratorio y lo mantiene en un tono ciertamente posromántico, con formaciones de conjunto que resultan paráfrasis de Ivanov y citaciones expresas al adagio del segundo acto en el caso de Odette. El traslado un poco forzado de la época y la ambientación desde el gótico tardío original a un casi victoriano con licencias, establece un relato paralelo en toda la obra. Es como trufar de una línea verista un original ajeno y anterior, lo que hoy día es práctica habitual tanto en la ópera como en el gran ballet de argumento. Digamos que hay menos énfasis en la lucha entre el bien y el mal y más acento en un retruécano cerebral y cortesano. Scarlett también ha tocado con desigual fortuna la danza de las princesas en el tercer acto, el paso de las copas del primer cuadro y la danza española, quizás el momento más desafortunado de la función tanto por el baile (redactado a la soviética en un remedo de Anísimova) como por ampuloso y tópico vestuario.
Todo un detalle abrir la cortina de boca en pabellón (o a la antigua), lo que emula o recuerda lo propio del Covent Garden. El público llenaba prácticamente el Real y ovacionó larga y sonoramente a los artistas. Las funciones de “El lago de los cisnes” por el Royal Ballet de Londres se extienden hasta el próximo día 22 con una diversidad de figuras que comprende a otros reconocidos primeros espadas del conjunto, como el italiano Federico Bonelli (día 21 a las 22 horas) o la bostoniana Sarah Lamb (día 20); Núñez y Muntagirov vuelven a escena para á última función.
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