Del toro al borrego
Roca Rey cortó tres orejas tras dos buenas estocadas y salió a hombros
CUVILLO / FERRERA, REY, MARÍN
Toros de Núñez del Cuvillo, correctamente presentados, mansos, blandos, sosos, descastados y nobles.
Antonio Ferrera: dos pinchazos -aviso- y estocada baja (ovación); casi entera contraria -aviso- y un descabello (ovación).
Roca Rey: gran estocada (oreja y petición de la segunda); gran estocada (dos orejas). Salió a hombros.
Ginés Marín: estocada y descabello (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de Pamplona. Quinta corrida de la feria de San Fermín. 11 de julio. Casi lleno.
La llamada Feria del Toro queda en entredicho cuando aparecen las figuras. El mundo se transforma y el toro se torna en borrego; y no es que ayer las reses no tuvieran estampa bovina, que sí, pero su alma y su comportamiento correspondían más bien a la raza ovina.
Los toros de Núñez del Cuvillo están criados con mimo para que los toreros disfruten, estén a gusto y se ejerciten de salón; están infiltrados de bondad y no son aptos para la lidia sino para el cuidado. Toros colaboradores que no presentan dificultades. Ocurre, sin embrago, que como ese diseño de toro contradice abiertamente la condición de bravo y fiero de este animal, lo que suele surgir es una caricatura.
Toros los de Cuvillo que vienen picados de fábrica -los tres matadores ahorrarse pudieron el sueldo de los del castoreño-, con las fuerzas justas, descastados, con abundante sosería y un esportón de nobleza. Toros, en fin, para que se les den muchos pases, pero todos faltos de vida, rebosantes de frialdad y rutina. Toros para que los toreros se sientan cómodos y aburridos los aficionados. Toros para la desnaturalización de la fiesta.
No se entiende, por ejemplo, cómo Ferrera se presenta en Pamplona con semejantes oponentes. Estuvo bien, sí, porque le sobra oficio y técnica, pero si sudó fue por el calentamiento global, que no por la entrega exigente de los toros. Dio muchos lances, pases mil, y tuvo momentos de torería, pero todo en un escenario de aburrimiento impropio de su categoría.
Sin embargo, con estos toros salió a hombros Roca Rey. Claro, este torero tiene valor para estos toros y los de días anteriores, pero prefiere pasar menos fatigas y animar a la solanera con oponentes más artistas que fieros. Sobresalió su entrega, se lució con el capote por chicuelinas, saltilleras en un quite con Marín, verónicas, gaoneras y rogerinas; se arrodilló, como mandan los cánones, en el inicio de faena al segundo y le cantaron dos pases cambiados por la espalda en esa posición, sin apenas espacio, y también dobló las piernas al final del último tercio del quinto para dar molinetes y redondos. Entre ambas secuencias, muchos pases de calidad intermitente y casi nula emoción. Mató muy bien a sus dos toros, de dos grandes estocadas, e inexplicable resulta que no le concedieran más que una oreja en su primero con lo que se premia aquí una muerte rápida.
Y Ginés Marín, enrolado también en la lista de toreros comodones por su aspirante condición de figura, quiso y no pudo ser. Algunos detalles sueltos con el capote y poco más. Pero que nadie crea que rectificará tras la desalentadora experiencia; simplemente, esperará que embista el siguiente cuvillo y aquí se acabó la presente historia.
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