Fabiana Cozza: “No soy una víctima”
En una entrevista exclusiva, la cantante habla por primera vez sobre su renuncia a interpretar a la gran dama de la samba, doña Ivone Lara, debido a las protestas por no ser tan oscura como el personaje
El 30 de mayo se anunció que la cantante brasileña Fabiana Cozza interpretaría el mayor papel de su carrera: el de doña Ivone Lara, conocida como la "gran dama de la samba", en un musical sobre su vida. Enseguida, empezaron las protestas en las redes sociales: Fabiana, hija de padre negro y madre blanca, tiene la piel más clara que la del personaje. Para quien criticó la elección de la artista, se trataría de un caso de "colorismo": cuanto mayor es la pigmentación de la piel, menos oportunidades se tienen. En una estructura racista, los negros de piel más clara gozan de más posibilidades y accesos que los negros de piel más oscura. Para los críticos, la protagonista debería ser interpretada por una cantante y actriz más oscura que Fabiana. El 4 de junio, un día antes de marcharse a Cuba para cantar con la Orquesta Filarmónica Duchesne Guzán, de la Escuela Superior de Artes de La Habana, Fabiana renunció al papel en una carta pública.
A pesar de la violencia de algunos ataques, marca de este momento en que en internet caben todos los odios, el episodio ha generado un debate importante, urgente y que jamás ocurriría en el Brasil de algunos años atrás. Este debate no es simple y, como todas las discusiones que valen la pena, no se resume a estar en contra o a favor. El hecho de que es posible muestra cuánto espacio conquistaron los negros en la sociedad brasileña, a pesar de todas las dificultades impuestas por un país tan racista como Brasil. Iluminar cuestiones sofisticadas como esta, en un momento en que el exterminio de la juventud negra se acentúa en las periferias del país y los pocos derechos conquistados se corroen, muestra que se está trabando una resistencia. El debate se ha enriquecido porque intelectuales negros importantes han contribuido a la discusión con diferentes puntos de vista.
Fabiana Cozza, de 42 años, no es solo hija de padre negro y madre blanca. Es una de las mayores intérpretes de su generación, una cantante con rigor técnico, recursos de dramaturgia y potencia en el escenario, que ya ha encontrado su lugar en la historia de la música brasileña y en los escenarios del mundo. Fabiana se destaca también por un trabajo consistente con artistas negros de Latinoamérica. Su padre negro es Oswaldo dos Santos, uno de los grandes intérpretes de samba-enredo —canción que cuenta la historia presentada por la escuela en el desfile— del carnaval de São Paulo. Oswaldo llevó a su hija a la escuela de samba Camisa Verde e Branco cuando todavía era un bebé para que los sambistas más antiguos la bautizaran. Las raíces de toda la trayectoria artística de Fabiana provienen de la samba y la negritud.
En su presencia escénica también está la marca del candomblé, religión afrobrasileña. Quien ya ha visto a Fabiana sobre el escenario ha sentido el impacto de una figura impresionante y bastante singular. Si alguien puede decir que su piel es demasiado clara para interpretar a la protagonista, nadie puede decir que su voz y su competencia no están a la altura. Fabiana también tiene una historia fuerte con Doña Ivone Lara, con quien ya cantó en más de una ocasión y a quien homenajeó en otras tantas. Antes de morir, a los 97, en abril de este año, la gran sambista supo que sería tema de un musical y, según la familia, escogió a Fabiana para que la interpretara. Estos elementos hacen que el debate sea mucho más complejo.
¿Dividir a los negros no sería lo que quieren los blancos?
¿Qué es ser negro? ¿La negritud está solo en el color de la piel? ¿El arte no es justamente el espacio donde el artista puede ser todo y todos, más allá de géneros y colores? ¿Qué peso debe tener la voz de doña Ivone Lara en la elección final de quién la interpretará? ¿Y qué significa contrariar su deseo al decir que su elección no es la mejor? ¿Dividir a los negros en un momento histórico en que los pocos derechos conquistados están amenazados no es una estupidez política? ¿No sería hacer lo que el poder y los blancos quieren, como indican algunos intelectuales negros? Son preguntas de las que no se debe huir.
Por otro lado, hay razón y razones para cuestionar que una negra de piel clara interprete a una negra de piel más oscura. Es un hecho que los negros de piel más oscura tienen muchas más dificultades de ocupar cualquier espacio, cualquier puesto y cualquier empleo, no solo los del arte. Si el arte es el territorio de la alteridad, ¿cuándo se ha visto a un negro interpretando a un protagonista blanco en Brasil? Si ha ocurrido, está en la lista de las rarezas.
¿Qué importancia tiene que una negra de piel más clara pierda privilegios para fortalecer una causa política más amplia?
Es evidente que esta también es una cuestión política. Y si es una cuestión política, ¿no habría que comprender que, en este momento de tanta desigualdad racial, es importante que una negra de piel oscura interprete a una negra de piel oscura, como también han dicho algunos intelectuales negros? ¿No representaría un avance en el debate y en la lucha que una negra de piel más clara fuera capaz de renunciar en favor de una bandera política? ¿Perder privilegios para fortalecer una causa más amplia? Son preguntas de las que tampoco se debe huir.
Conocí primero la voz de Fabiana Cozza y me impactó su belleza. Después, conocí a la artista en un evento de literatura en el Río Negro, en la Amazonia. Y me quedé pasmada con su presencia de palco. Mujer dulce en el día a día del barco compartido por músicos y escritores, parecía alcanzar dos metros de altura en el escenario. En diciembre, leí su primer libro de poesía, Álbum Duplo (Álbum doble), y me encantó la escritora que también es.
Cuando Fabiana decidió renunciar al papel de Doña Ivone Lara, le propuse una entrevista. Aceptó y quedamos que ella empezaría escribiendo sobre su sentimiento en aquel momento de irrupción. Lo hizo, en un vuelo a Cuba, el 5 de junio. Pero no pudo continuar. Se paralizó. Me escribió desde La Habana para decirme que en aquel momento no podría seguir. Cuando volvió, me buscó para decirme que estaba lista.
Nos encontramos durante dos horas en su apartamento de 90 metros cuadrados en el barrio de Perdizes, en São Paulo, ciudad en la que yo estaba de paso. En la sala de estar reina un cuadro de una mujer negra, pintado por el artista Rodrigo Kiko al carboncillo y tierra sobre tela de algodón crudo. La casa está poblada de objetos y fotografías que en los que resuenan pueblos africanos e indígenas. Entre los muebles de madera hay muchos colores: azul, blanco, naranja, amarillo, verde y rojo. Fabiana tiene una serenidad soberana cuando se sienta en el sillón para la entrevista.
Lo que convierte a Fabiana en alguien a quien quiera entrevistar no es el hecho de estar en el centro de una polémica. Sino el hecho de que Fabiana Cozza es capaz de estar en el centro de la polémica y, a pesar del dolor, enfrentar las contradicciones. Al agarrarse a la complejidad, Fabiana se vuelve una voz esencial de un debate que debe continuar, porque es demasiado importante para que se agote en este episodio.
Esta es la primera entrevista que Fabiana Cozza da sobre el asunto:
Fabiana Cozza. Escribí un texto para ti cuando estaba de camino a Cuba, pero paré en la primera página. Te lo puedo leer, si quieres. En realidad, ni siquiera sé por dónde empezar esta conversación. Será mejor que me ayudes.
P. Empieza leyendo.
R. ¿Tú crees? En el aeropuerto, cuando estaba a punto de embarcar, sucedió algo curioso. Las manifestaciones contra mí, los ataques y tal, estaban en el auge. Aun después de renunciar, los ataques seguían en Internet..., ese lugar que se ha vuelto un lugar bastante misterioso, porque no sabemos quién está detrás del teclado del ordenador. Cuando recibes esos tiros, no sabes de dónde te vienen. Llegué al aeropuerto y yo ya había llorado mucho aquellos días. En la cola del check-in, había un grupo de hombres negros, de piel más oscura que la mía. Parecían amigos celebrando que se iban de viaje. Me entró la llorera. No podía parar de llorar y mi novio no sabía qué hacer. La gente en la cola me miraba. Estaba muy, muy dolida. Y, en aquel momento, no conseguía identificar por qué lloraba. Pude parar un poco para embarcar. Me despedí de mi novio y me puse tras ellos en la cola del escáner. Y entonces empezó aquella humillación que conozco hace bastante tiempo. Es muy común para quien es negro, su piel ya presupone ciertas cosas sobre él. “Quítate el cinturón”. “Pasa”. “No, no es el cinturón”. “Quítate no sé qué”. El tipo ya no tenía nada más que sacarse y yo, con la intención de ayudar, me volví hacía los guardias y les pregunté: “¿No habláis inglés? Tendríais que saber hablar inglés. ¿No os dais cuenta de que no habla portugués? Tenéis que facilitar las cosas...”. Entonces me di cuenta y me dije: “Fabiana, vuelve. Tu lugar no es el de salvadora de la patria”. Me di cuenta de que estaba muy alterada por todo el ambiente al que estaba expuesta.
P. ¿Por qué lloraste?
R. Todavía no te lo sé decir exactamente. Creo que tiene que ver con ese no lugar o ese lugar al que me desplazaron, cuando me echaron. En el auge de la polémica, a 100 grados de ebullición, el linchamiento fue en esa dirección: vamos a desacreditarla. Por el color, que es exactamente la misma arma. Siempre se nos juzga por el color. Entonces, vamos a desacreditarla por el color, blanqueándola, porque así podemos demostrar que no está de nuestro lado, que juega en el otro bando.
P. Y entonces entraste en el avión y empezaste a escribir un texto. ¿Me lo lees?
R. Voy a leértelo. “Gritar quizá sea uno de los gestos que trae la carga más profunda de humanidad. Tiene una fuerza irreprochable. Gritamos cuando sentimos dolor, cuando tenemos hambre, cuando somos invisibilizados, cuando algo reprimido sube a la superficie. Y, de tan orgánico, nos desorganiza para reorganizarnos. Para quitarnos y traernos de nuevo el aire. Para cansar y volver al estado de reposo. O no. Oír gritos es una experiencia de profunda aflicción que exige dos ‘oídos’: uno periférico y otro profundo. La escucha periférica quizás sea la del acto audiológico de identificar qué está a tu alrededor, qué ruidos, de ubicarlos en el espacio físico, si cerca, si lejos, si intenso, si débil. La escucha profunda te exige un despertar verticalizado de las memorias que marcaron el cuerpo, un cuerpo no delineado solo por lo orgánico, sino por lo psíquico, político, filosófico, espiritual. Esta semana he tenido que experimentar ambas escuchas, en un tono muy distante del de mis palabras en este relato, quizá pincelado de escritura poética, mi lugar de entendimiento y de habla como artista. La experiencia todavía lo es. Nada se ha asentado, incluso después de renunciar al papel de Doña Ivone Lara. Y lo digo no porque los gritos todavía resuenan, sino porque es imposible distanciarse cuando quien pide ayuda es tu tribu.
A lo largo de 20 años de carrera, me he aproximado y he hecho amigos. Muchos negros. Diversos negros diversos. Maestros, inspiración, hermanos que ya gritaban antes de que yo pudiera concebirme como artista. No son pocas las veces que he escuchado sus relatos atentamente. Todos cargaban gritos. Muchos han estado al borde del ‘suicidio artístico’, que para nosotros es creer que el Arte no nos pertenece, que ‘no le gustamos’ y que lo ‘mejor’ o lo que nos queda es cambiar de profesión. Este arte que pierde oxígeno diariamente desde que el actual gobierno y su panda de golpistas, aplaudidos por parte de la prensa que se fortalece con el golpe, tomaron Brasil. A cada encuentro y relato de un amigo negro de piel oscura que perdía su papel como actor, bailarín o cantante por otro de piel ‘clara’ o un blanco...”
Aquí paré.
P. ¿Por qué crees que paraste en un punto tan crucial? ¿Cómo pensar este corte justo en este momento?
“Me han acusado desde dentro de la tribu porque la tribu todavía sangra”
R. Porque quizá sea el lugar que me paraliza de dolor. La injusticia. A partir de este punto, puedo seguir hablando contigo. Estaba desplazada. Desplazada desde el punto de vista emocional, desplazada porque aquello era una agresión que me provocaba una empatía inmensa. Tengo una gran amiga que vive en el extranjero, que vive intensamente ese no lugar. Le dicen: “Eres la mejor bailarina de la audición, no tenemos ninguna duda. Pero, querida, eres demasiado oscura para este espectáculo, no puedo garantizarte el papel”. Eso es inaceptable, pero todavía es la realidad de la mayoría de los hombres y mujeres negras. Y han sido muchos cafés en los que solo he escuchado y llorado con ellos. Aplicándolo a este momento, paso por una situación parecida a la de mis colegas. Discriminada por mi color de piel. Pero no han sido los blancos los que me han acusado, como le sucede a ella, como sucede porque es nuestro lugar dentro del sistema racista de Brasil, de Latinoamérica, de tantos otros lugares del mundo. Como diría Carlos Moore (pensador negro de origen cubano): “los negros son eternos exiliados”. Me han acusado desde dentro de la tribu. Porque la tribu todavía sangra. Estas marcas son profundas, y no tenemos la dimensión exacta de lo que el racismo nos ha provocado.
P. En este caso, eres la negra de piel más clara que le quita el lugar a la negra de piel más oscura. Es un lugar durísimo. ¿Cómo ha sido estar en este cuerpo también políticamente blanqueado?
R. Es un dolor punzante. Te he hablado desde el punto de vista emocional, pero la cuestión política de esta historia es que es un lugar de mucho dolor. No se puede no gritar. La carga subjetiva es muy grande. Utilizando un poco la idea del escenario, creo que tiene que convertirse en una discusión objetiva y empática para que podamos deshacer el ovillo de la historia.
P. ¿Objetiva en qué sentido?
R. Objetiva en el sentido de conquistar a un público más allá de nosotros mismos, más allá de los negros. Cuando decimos esto en el escenario, piensas: “Tengo una canción subjetiva que tiene que tener sentido, objetivamente, para que pueda compartirla, para que pueda conquistar al otro”. Si voy a cantar una canción en primera persona, tengo que multiplicar esa primera persona, tengo que decir: “Oye, este dolor no es mío, también es tuyo”. Eso es lo que creo que sucede con el racismo. Cuando hablamos de racismo en Brasil o pensamos en él, viene este concepto relativamente nuevo que es el colorismo. Como todo concepto, tiene que estudiarse, entenderse y traspasarse. Traspasarse a nuestra realidad, para que podamos ver cómo vamos a lidiar con estas diferencias. Porque este concepto no debe dividirnos.
P. ¿Cómo sucedió todo? ¿Me lo cuentas desde el principio?
R. Lo primero que hay que decir es que me invitaron a hacer el espectáculo. La semana pasada, Eliana, la nuera de Doña Ivone, me llamó para decirme que no estaba de acuerdo con mi renuncia, quería que volviera.
P. ¿Ella es blanca?
R. Sí, es blanca, muy rubia. Doña Ivone la consideraba como una hija. Me llamó y me dijo: “Mira, vale, respeto tu opinión, pero creo que es importante que sepas algo. En enero, Doña Ivone todavía estaba bien de salud y ya sabía que iban a hacer un musical en su homenaje. Y ella te escogió a ti. En medio de todo este dolor y este lío, creo que es bueno que lo sepas. Fue ella quien te escogió, porque se lo pregunté”. Entonces, es importante que quede claro desde el principio, porque esta elección tiene que tenerse en consideración en esta discusión.
P. ¿Qué significa, en este caso, que no se respete la decisión de Doña Ivone Lara, una artista negra? ¿Qué voz tiene que valer más? O ¿cómo decidir qué voz tiene que valer más? Es importante no huir de ninguna de las complejidades de este debate, tan repleto de ellas...
R. Creo que la decisión y la voluntad de Doña Ivone no se tuvieron en consideración. A decir verdad, creo que ni siquiera escucharon a Eliana cuando pronunció esas palabras. Hace poco, vi el nuevo espectáculo de Elias Andreato, inspirado en la obra de Fernando Pessoa. En un determinado momento, su personaje dice: “Las palabras son un abismo entre nosotros”. Este es nuestro tiempo...
P. ¿Cómo te sentiste?
“La discusión de la representatividad es legítima porque no existe equidad entre blancos y negros”
R. Cuando la gente empezó a hablar de representatividad, me acordé de las historias de mis amigos que han sufrido racismo por tener la piel más oscura. Y eso todavía es indiscutible en nuestra sociedad. Te confieso que leí pocos ataques, porque no sé cómo lidiar con ellos. Tengo una vida bastante ajetreada, hago un máster en fonoaudiología en la Pontificia Universidad Católica, donde pienso justamente en la voz desde la perspectiva de la emoción. Y en aquel momento todavía tenía que ir a Cuba, separar los arreglos para la orquesta... Estaba en medio de un huracán personal cuando empezó la discusión. Entonces empecé a ver toda aquella situación, la gente diciendo que tenía que dejarlo porque yo no represento, porque mi imagen fenotípica, mis rasgos fenotípicos están lejos de los rasgos de Doña Ivone. Es importante que, desde el punto de vista histórico, un niño vea a un gran nombre como Doña Ivone tal y como era, y en este caso estoy hablando desde el punto de vista político, no artístico. Soy consciente de ello. Pero la cuestión no termina ahí. Al contrario, creo que discutir la representatividad es importante y nos exige que elaboremos más el tema, para entender otros matices. Pero, en aquel momento, pensé: “Tengo que renunciar al papel. Tengo que renunciar porque, primero, es legítimo. Esta discusión de la representatividad es absolutamente legítima”. Y, como la entrevista es para ti, no tengo que explicarte por qué.
P. Creo que es importante que lo expliques.
R. Es legítima porque tenemos una sociedad totalmente desequilibrada con relación al pueblo negro. No existe equidad entre blancos y negros y cambiarlo significa reconsiderar privilegios históricos. Nosotros, los negros, nunca somos la primera elección. “Ah, vamos a pensar en alguien que pueda hablar en la ONU”. No, no somos nosotros. Incluso, al principio, quienes discutían sobre racismo en Brasil, los pensadores, eran prácticamente todos blancos. Personalmente, no creo que eso sea un problema, pero ¿dónde están los pensadores negros? Existen, y la mayoría continúan fuera de la Academia. Tiene que haber una reparación. Yo escogí ser negra a una edad temprana. Primero, es una percepción. No naces negra, blanca... No naces nada. Como diría una profesora que tengo (citando a Lacan): “Cuando naces eres un trozo de carne”. Un trozo de carne. Eres puro inconsciente. Es solo “necesito comer”, “me duele...”. Nada más. Se tarda en construir eso, entonces te haces negra.
P. ¿Te haces negra o te hacen negra? ¿Puede ser una elección?
R. De niña, nadie decía que yo era blanca. Nadie decía que era negra. La sociedad sabía que yo no era blanca. Una parte quizá dudara de si era negra. Yo me entendí como negra y me hice negra a lo largo de mi vida. Soy negra. Y punto. Eso es lo que siento, y es así como quiero que me vean. La música que me constituye viene de los tambores, y atiendo a esa llamada para dialogar con el mundo.
P. ¿Cómo fue entenderse negra?
R. La primera imagen que tengo de una escisión étnica fue en la escuela municipal, en São Paulo, donde estudiaba. Mis amigas blancas entraban por la puerta delantera de la escuela, por la puerta principal. Mis amigas negras entraban por detrás, porque vivían en la favela que había en la colina encima de la escuela. Entonces, esa fue mi primera percepción: “Caramba, las personas entran por sitios diferentes en la misma escuela”. En segundo, una profesora que se llamaba Cândida quiso crear una biblioteca en la clase, y yo tenía un amigo que se llamaba Cláudio. Era mayor que nosotros, que teníamos ocho años, él tenía 12 o 13. Para ayudar a su abuela en casa, estaba metido en el tráfico de drogas. Cláudio era negro, más oscuro que yo. Y cuando escogió un libro, la clase se opuso. La profesora intervino: “¿Por qué no puede llevarse el libro? ¿Por qué? Cláudio, sí que te lo vas a llevar”. Se produjo una situación embarazosa. Una clase mayoritariamente blanca no quería dejar que Cláudio se llevara el libro. Por lo tanto, desde muy temprana edad entendí el lugar de la discriminación. Cuando empecé mi carrera artística, no me lo pensé mucho, hice una elección natural, la samba, que era mi identidad, el patio de casa de mi abuela, italiana, que mezclaba, que recibía a los negros del barrio de Barra Funda, amigos de mi padre, y las sesiones de samba terminaban con pasta y no con feijoada, porque era lo que se hacía en casa. Hice la militancia a mi manera, con mi arte, con mi discurso de valorización de la cultura negra, estando con el pueblo negro, aun estando en muchos lugares donde los negros no están. Pero, de una manera u otra, como dice Doña Ivone en el espectáculo, que ya estaba estudiando: “Ve despacito, hija mía, que así llegas. Pasitos pequeñitos”. Doña Ivone decía eso: “No vayas por la fuerza”. No fue en vano su trabajo, al inicio de su carrera, con Nise da Silveira, una de las mayores psicoanalistas brasileñas, que luchó contra los manicomios. Está claro que todo ello le dio a Doña Ivone Lara un carácter humanizador. Y veo que la música es esa potencia humanizadora que junta, que une.
P. Cuando hablas de la escuela, parece que miras a las blancas, miras a las negras... ¿Dónde estás tú? ¿Desde dónde miras?
R. Yo entendía que no tenía el pelo liso, que no conseguía salir con el chico que me gustaba. Los niños blancos no nos miraban. Y había otra cosa, que era muy triste. Cuando iba a las fiestas de junio (fiestas tradicionales brasileñas en homenaje a los santos), y eso lo sentí en la piel, no había chicos para bailar. Y entonces nos cogían a las negras para bailar como chicos. Hice el papel de chico muchas veces y era terrible, porque llegábamos con el vestido tradicional, que nuestra madre nos había comprado, y teníamos que cambiarnos y vestirnos de chico. Mis amigas eran blancas, pero yo no era del grupo de los privilegiados, y las negras me abrazaban más.
P. ¿Cómo te entendías?
R. En aquella época, me entendía parda. Decían que yo era parda, entonces era parda. Me llamaban “morena”.
P. ¿Cuándo pasaste de parda a negra?
R. Creo que fue cuando empecé a cantar. Entonces ya era Fabi de la samba, Fabi de Barra Funda, hija de la escuela de samba Camisa Verde e Branco (una de las más tradicionales de São Paulo). Cuando tenía un mes de vida, mi padre me llevó a la escuela para que me “bautizaran”. Entonces, cuando los viejos sambistas de la Camisa Verde e Branco, que prácticamente me han visto nacer, vinieron a verme cantar, todos lloraron, todos. Nunca me olvidaré de ese día. Esa es mi negritud. Ahí está mi negritud. En mis espejos, en mi herencia familiar, en mi día a día, en mi religiosidad, en la comunión con tantos amigos no negros de piel. En mi canto, que recorre el mundo, no hay límites, y no se curva ni se intimida a pesar de los desafíos y las restricciones que eventualmente surgen en el camino. Mi negritud habla alto. Cuando Omara Portuondo (gran cantante y bailarina cubana) me llama negra, cuando Doña Ivone me llamaba negra, cuando mis amigos me invitan a una rueda de samba, cuando me reciben en el Congado (manifestación cultural y religiosa de influencia africana) de María en el barrio de Aparecida, en la capital del estado de Minas Gerais, cuando salgo con Maurício Tizumba tocando en el desfile de la Fiesta del Tambor de las Hermandades de Mozambique, cuando canto las canciones del sambista Monsueto Menezes en la Sala São Paulo con la Jazz Sinfónica de São Paulo, para un público que no está acostumbrado a escucharlo, cuando sucede un episodio como este y llego a la universidad y la gente quiere saber de qué se trata. Porque, para la gente, es una cuestión distante. Pero, para mí, no. Es una cuestión muy familiar.
“Mi negritud está en mi canto, que no tiene límites, ni se curva o se intimida”
P. ¿Cómo te invitaron a interpretar a Doña Ivone Lara?
R. Hace tres años, Jô Santana, un productor musical, fue a Río de Janeiro y me vio interpretando al (artista cubano) Bola de Nieve (1911-71). Como sabes, es un negro... no me gusta la palabra “retinto”, porque “retinto” significa repintado y nadie se repinta, la persona es como es. Y punto pelota. No me gusta “retinto”. Nunca llamé a nadie negro retinto. Mi padre, dentro de esa clasificación, es un negro retinto. Pero mi padre, para mí, siempre fue negro. Bueno... Jô Santana me vio interpretando a Bola de Nieve. Compositor, pianista, negro, gay, tuvo mucho éxito en el auge de la revolución. Jô Santana me dijo: “Fabiana, eres una actriz. No solo sabes cantar, también sabes actuar”. Y dijo: “Voy a hacer un musical en homenaje a Doña Ivone Lara y quiero invitarte a participar. Todavía no sé qué papel harás, pero quiero invitarte”. Le dije que me sentía muy honrada. Pero soy una persona que piensa mucho en su día a día. Tengo mis sueños. Miro a lo lejos, pero soy como una hormiguita. Sé que el invierno llegará. Y entonces me digo: “Fantástico, el proyecto de mis sueños. Pero ¿qué tengo que hacer ahora? Tengo que estudiar esto, después ir a la clase de la profesora tal, después llamar a no sé quién...”. Vivo así. Y pasaron tres años. En 2018, me llama Jô Santana: “Fabiana, quiero invitarte a participar en una reunión aquí en la productora, porque quiero hacerte una propuesta”. Y fui a la reunión. Y la propuesta era ser la protagonista del espectáculo. Entonces empecé a organizar mi vida para mudarme a Río, porque los ensayos empiezan ahora, en julio. Son dos meses de ensayos, todos los días, hasta el estreno en septiembre. Vacié mi agenda para eso.
P. ¿Y cómo te sentiste?
R. ¿Cuándo me hicieron la propuesta? Me dio la llorera delante de todo el mundo. Doña Ivone había grabado conmigo el disco Quando o céu clarear (Cuando el cielo claree), en 2007. Había cantado conmigo en un espectáculo en el SESC Pinheiros. Doña Ivone y dos cubanos: Julio Padrón, uno de los mejores trompetistas del mundo, y Yaniel Matos, que vive en Brasil, pianista. Los tres eran mis invitados especiales en ese momento. De eso hace 11 años. Quizá entonces ya tenía eso de querer expandir mi conversación con la América Latina negra. Fue la primera vez que dos extranjeros participaron en un trabajo mío y, para mí, era una conexión absolutamente natural, orgánica, inmediata. Cuando nosotros, los negros, nos encontramos, aunque seamos de culturas diferentes, tenemos un tambor como pilar de unión, tenemos nuestra ancestralidad, nuestra cuestión de lo sagrado. Lo sagrado es el pilar de sustentación. Recibí esa propuesta y me emocioné mucho, porque vi parte de mi vida pasar ante mis ojos. Enseguida, cogí el móvil y empecé a mostrar todo lo que tenía con Doña Ivone. En 2011, cuando Doña Ivone vino a São Paulo, hicimos un espectáculo en el Centro Cultural de la Juventud, ahí donde vive (el rapero) Emicida, en Vila Nova Cachoeirinha. Doña Ivone estaba debilitada físicamente. Su hijo acababa de fallecer, y eso la había dejado muy debilitada. Una mujer de su edad recibir una noticia como esa... Estuvimos hablando largo y tendido en el camerino. Y yo siempre sin querer molestarla, siempre con una reverencia inmensa, una reverencia que tengo con los grandes nombres, las personas que me construyeron artísticamente. Entró en el escenario en su silla de ruedas, su nieto André la llevó, y cuando empecé a cantar “Eu vim de lá” (Vengo de allí), quiso levantarse y André, por precaución, le dijo: “Abuela, quédate sentada...”. Miré a André y le dije: “Pero si quiere levantarse...”. Tomé la decisión de acercarme y le pregunté: “Doña Ivone, ¿quiere levantarse?”. Y ella: “Sí, hija, quiero levantarme”. Entonces la cogí del brazo y la levanté. Doña Ivone cantó en pie todo el rato, feliz con su pueblo. Conquistó su lugar por ser efectivamente una representante de las expectativas del pueblo, con esas frases que resuenan en nuestra mente. Eso es ser una artista popular. Doña Ivone no era una persona que filosofaba, que hablaba difícil. Era una mujer simple. Era una mujer que yo no sé ser. Yo he ido por otros derroteros. Estudiamos mucho y después entendemos que tenemos que deconstruirlo todo para llegar a lo esencial. Doña Ivone ya era lo esencial. Ella ya era esencialmente Doña Ivone Lara. Entonces, representar a una mujer así teniendo en el currículo una historia con ella, me hacía sentir que esa propuesta estaba en el lugar adecuado.
“Estudiamos mucho para entender y después tenemos que deconstruirlo todo para llegar a lo esencial. Doña Ivone ya era lo esencial”
P. ¿Temiste algo cuando recibiste la propuesta?
R. Empecé a pensar en cómo iba a deconstruir a Fabiana para poder dar voz a Doña Ivone Lara. Cómo iba a salir de la Fabiana que hace un máster, que tiene un trabajo artístico también relacionado con la samba, que está en este lugar popular, pero que construyó todo eso de forma diferente a Doña Ivone. Son tres Doña Ivone en el espectáculo: una niña, una joven, del período en que Doña Ivone trabajaba con Nise da Silveira, y Doña Ivone cuando se convierte en Doña Ivone Lara, que es cuando empieza efectivamente a firmar las canciones y se asume como compositora y cantante. Yo iba a interpretar esta última. Tenía que envejecer la voz, hacer toda la caracterización, porque cogía a Doña Ivone a partir de los 50 años e iba hasta los 80. Tenía que hacer todo un trabajo corporal también, de construcción del personaje, hasta llegar al envejecimiento, a esa voz que se fragiliza por las condiciones físicas, biológicas, anatómicas, que se va deteriorando con el tiempo, que va dando espacio a una cierta flacidez muscular. Ya estaba todo arreglado con la fonoaudióloga. Es una exigencia que tengo, como artista. “¿Qué necesito para llegar a la voz de este personaje?”. Aunque el director, Elísio Lopez, que es una persona muy sensible, me orientara: “No quiero una imitación de Doña Ivone Lara”.
P. Eso es importante. ¿Cuál era la idea del espectáculo, con relación a la interpretación artística?
R. En esa reunión, la primera pregunta que hice fue: “¿Qué Doña Ivone Lara queréis? ¿Qué tipo? Porque si queréis una imitación, yo no soy la persona adecuada”. Porque no me veo en ese lugar. Mi interpretación busca la subjetividad del otro, a través de una serie de composiciones, sobre todo psíquicas. Entonces, Jô Santana me dijo: “Mira, nadie quiere una copia. Queremos a la intérprete Fabiana Cozza dando voz a ese personaje que se llama Doña Ivone Lara”. Perfecto. Cuando conocí a Elísio, el director, hablé largo y tendido con él por teléfono: “Elísio, Jô ya me lo ha dicho, pero quiero que me lo digas tú, que eres el director del espectáculo: ¿qué quieres de mí y qué expectativas tienes con esta Doña Ivone? ¿Quién es esta Doña Ivone para ti?”. Él me dijo: “Fabiana, tú eres una intérprete. Te he visto hacer cosas muy diferentes. Quiero que des voz a esta Doña Ivone Lara que vamos a crear”. Entonces me quedé tranquila, porque el lugar de creación es un lugar al que estoy habituada. No el lugar de la copia, sino de la interpretación. Será una Doña Ivone que tiene el espíritu, el alma, el áurea de Doña Ivone Lara. Pero que no es ella. No es una simple copia, no es una fotocopia, porque no podría hacer eso. Es imposible. Entonces, me sentí cómoda en ese lugar de artista. Del mismo modo que no soy Bola de Nieve, pero puedo ceder mi voz a la poética de Bola de Nieve, y eso significa representar a Bola de Nieve y también mantener viva el alma de Bola de Nieve. Es perpetuar a Bola de Nieve, aunque sea en una piel más clara. Aunque sea mujer.
P. Estabas inmensamente feliz por interpretar a Doña Ivone Lara. De repente, empiezan las reacciones contrarias debido al color de tu piel. ¿Cómo fue tu primer contacto con las críticas y con los ataques? Porque es importante diferenciar una cosa de la otra.
R. Un periodista de Río, del periódico Extra, fue la primera persona que me preguntó: “Fabiana, ¿no temes las críticas que puedan surgir, por ser muy clara y Doña Ivone ser más oscura?”. Te juro que, en ese momento, no lo procesé, porque siempre he cantado las canciones de Doña Ivone, tenía contacto con ella, había sido escogida por ella. Por lo tanto, no necesitaba levantar ningún cartel para decir nada. Creía que todo estaba bien. A mí me mueve lo artístico, y me sentía feliz porque, vete a saber, podrían haber escogido a alguien de otro género musical, que no tuviera contacto con el lenguaje de la samba, y, entonces sí, podrían criticarla. ¡¿Pero a mí?!
P. ¿Qué le respondiste al periodista?
R. Le dije: “Mira, creo que eso no va a ocurrir, porque me eligió Doña Ivone, tengo mi historia, que está relacionada con la samba”. Pero la celebración no duró ni cinco horas...
P. ¿Cómo sucedió?
R. Empezaron a invadir la página del musical... Parecía un enjambre, porque hasta entonces la página no tenía muchos seguidores. Mi productora, Nenê (Rodrigues), que lo siguió todo de cerca estoicamente, lo leyó todo e intentó blindarme. Pero yo tenía acceso, claro, y lo primero que pensé fue: “¡Caramba, muchas de estas personas ni siquiera me conocen!”. Por lo que decían, por cómo lo decían, me llamaban “escaladora”, “aventurera”, “oportunista”. Decían: “No eres negra” o “Quién eres, que te crees que eres sambista...”. Pensé: ya que esta gente es tan internética, por lo menos podrían haberme buscado en Google. Entonces el discurso empezó a hacerse muy confuso, porque había personas que decían que no tenía nada que ver con mi color de piel, y sí con la representatividad. Tenía que ser otra persona del tono de Doña Ivone Lara, para legitimarse en el papel de Doña Ivone Lara. Pero rápidamente la cosa creció como creció. Y abrió espacio a los que llamo extremistas, que hicieron ataques personales.
P. ¿Qué te decían?
R. Nunca publiqué cosas personales en el Facebook, a no ser, no sé, una foto con mi madre en el Día de la Madre, cosas así. Nadie sabe nada de mi vida personal, porque no interesa, mi vida no le interesa a nadie, e incluso porque es muy poco interesante. Mi vida solo es interesante para mí, para quien vive conmigo. Pero tengo una página de artista y nunca había tenido tantos comentarios en ninguna actividad que hubiera hecho. Nunca recibí 1.300, 1.500 comentarios. Creo que muchas de las personas que comentaron sobre el hecho de que me escogieran para el papel de Doña Ivone Lara nunca han visto un espectáculo mío o han escuchado un disco. Me parece que solo es un lugar histérico, psicótico. El otro se invisibiliza, se borra. No se trata de una sordera. Es un proceso que, en los tiempos actuales, no tiene solo que ver con la cuestión del racismo.
P. ¿Tiene que ver con qué?
R. Creo que tiene que ver con esta época de polarizaciones, de odio, esta época poco poética, poco musical, sin delicadezas, esta época en que las personas ya no se encuentran para tomar café, esta época en que las personas solo se abrazan en un momento de extrema euforia, como en el Mundial, lo cual también me parece sintomático. Ahí sí que se abrazan, los hombres. Me parece una sociedad que tiene una fiebre muy alta. Tenemos que bajar esa fiebre a 36 grados, porque tenemos que convivir. Yo vivo en un edificio donde sé que mucha gente tiene toda una orientación política, social, cultural muy diferente de la mía. Pero no por eso agredo a mi vecino, ni dejo de ofrecerle un café si lo necesita, como hacía mi abuela.
“Nuestra sociedad tiene una fiebre muy alta. Hay que bajarla a 36 grados, porque tenemos que convivir”
P. ¿Alguna manifestación en particular te dolió más?
R. Todo se hizo muy difuso, se transformó en un gran eco para mí, un eco de mucha gente hablando al mismo tiempo. Necesité estar callada con mi orisha. Sabes, estar con tu silencio.
P. ¿Cuánto tiempo te llevó renunciar al papel?
R. Tres o cuatro días. Me silencié inmediatamente y, en esos tres días, estuve solo escuchando. Cuando era periodista y cubría los deportes, iba mucho a estadios de fútbol. Fue como estar en un gran estadio con todo el mundo hablando a la vez. Y enseguida la gente empezó a pegarse. No puedo soportar los linchamientos de unos contra otros. Una profesora me defendió y la insultaron: “¡Tú, blanca, quién te crees que eres, vete a estudiar!”. Otra persona publicó un pedido de disculpas: “Fabiana, vengo aquí a pedirte disculpas, porque no sabía quién eras, no conocía tu trayectoria, no te conocía, y fui una de las personas que habló muy mal de ti”. Jo, hay que tener mucho valor. Quise leer todo lo que los pensadores, los profesores, los periodistas escribieron, las personas que intentaron reflexionar para iluminar la cuestión. Le dije a Nenê: “Jo, ¿te imaginas que en Brasil se pudieran discutir las cosas, que la prensa siempre diera este espacio a asuntos tan importantes como este, sin que necesitáramos que pasara algo?”. Avanzaríamos mucho. Me gusta reflexionar, debatir, escuchar, me gusta cuando me indican los fallos de mi línea de pensamiento en los debates de la universidad. Siempre empiezo pidiendo permiso para hablar sobre el área del otro. Porque forma parte de nuestra educación, de los negros. Aprendemos que nadie entra en el terreiro (lugar de culto en el candomblé) sin pedir permiso. Los ancianos nos lo enseñan, los del “pelo blanco”.
P. ¿Cómo te afectó el cuestionamiento sobre tu representatividad?
R. Políticamente, esta cuestión de la representatividad me afectó mucho, y pensé: “No, lo dejo, no voy a hacer el musical. Voy a ceder ese lugar a una mujer más escura que yo en este momento en que esta cuestión ni siquiera se discute en Brasil”. La representatividad negra no se discute ampliamente. Todo lo contrario. En los últimos años, hemos hecho pequeñas conquistas, las cuotas, más negros en la universidad, la Secretaría de Igualdad Racial... Y ahora se está acabando todo esto. Se está produciendo un exterminio. Ante todo esto, pensé: “Lo dejo”. Políticamente, quizá haya sido la posición que me ha exigido más reflexión.
P. ¿Cómo sitúas lo ocurrido?
R. Esta cuestión tiene muchos lados. Existe, sí, la cuestión de la representatividad. Es una cuestión política. Como dijo recientemente Kabengele Munanga (antropólogo e intelectual brasileño nacido en el Congo): “En Estados Unidos, basta tener una única gota de sangre africana para ser considerado totalmente negro. Obama, por ejemplo, de padre keniata y madre blanca, políticamente es considerado negro, sin ambigüedades. En Brasil, se ha creado esa ambigüedad. Y ahora los propios negros se dividen entre ellos”. Por lo tanto, hay que ver esta cuestión de forma muy cuidadosa, porque se está exponiendo todo, se está diciendo todo, y también creo que solo aprendemos el camino caminando. Creo que las bombas, las tempestades, todo forma parte de este camino. No creo que haya que excluir nada. Al contrario; si no, tendríamos una dictadura, donde las cosas están fijas. Para poder avanzar, la discusión tiene que ser absolutamente democrática. En todo esto, hay algo que considero que es realmente muy positivo: las personas han empezado a sentir empatía por el asunto. Yo he acabado siendo un poco como un detonante. Y ahora vuelvo a tu pregunta: “¿En qué lugar estabas en la escuela? Porque había las blancas, las negras y las pardas”. Yo estaba en una franja, y es interesante que la discusión haya empezado de nuevo por la franja, por lo que separa. Por algo que separa, pero que, también, si hablamos del color, de la pigmentación, no es ni una cosa ni otra. Es casi la Franja de Gaza, un lugar de conflicto. Es el lugar del conflicto.
“Los negros de piel clara están en la Franja de Gaza, en un lugar de conflicto”
P. Es interesante pensar sobre eso. ¿Crees que el lugar de la “mulata”, esta palabra considerada racista por parte de los movimientos negros, es un lugar de conflicto? ¿Qué conflicto, pensando desde el punto de vista histórico, en la medida que podemos pensar que el proceso de mestizaje en Brasil empezó con violencia, con la violación de las negras esclavizadas por los blancos, señores de esclavos?
R. El racismo genera conflicto. Me arriesgaría a decir que nosotros, los negros de piel clara, estamos en esta Franja de Gaza. Metafóricamente, el colorismo puede ser esta línea divisoria. Ahora, quizá sea importante entender el concepto de negro. ¿Quién es negro en este país? ¿Quién no lo es? ¿Qué lo define? ¿Quién tiene “autoridad” suficiente para entrar o no en esta discusión? ¿Qué legitima a una persona para asumirse negra? ¿La autodeclaración vale? ¿No vale? Yo también me sentí confusa.
P. ¿Hay algo positivo en este episodio?
R. Si hay algo bueno es que, por primera vez, personas blancas —profesores, colegas, familiares, gente de la calle que me conoce— me han preguntado, se han interesado por el asunto. Yo me expreso así porque tengo mucho respeto, porque soy hija de una madre blanca y hay que tener respeto por las personas, por lo que son. Hay que tener respeto, como los negros tienen que tener respeto por lo que son. La discusión no puede ser extremada, porque, si no, no avanzamos.
P. ¿Cómo la gente te demostró su apoyo?
R. Me apoyó mucha gente del movimiento negro que, con relación a los argumentos, a los conceptos, se manifiesta con mucha más propiedad que yo, porque ellos sí que estudian a fondo esta cuestión. Y se manifestaron para decir: “Mira, hoy somos la mayor parte de la población, porque fue una conquista del movimiento negro. Los negros somos los negros oscuros y los pardos. Así que, sí, somos muchos, somos más del 50% del país. Pero si sacamos a los pardos, nos quedamos con el 8%, que es el porcentaje de los que se declaran negros oscuros, según la última encuesta divulgada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Los pardos son casi el 47%. Y el 8% es muy poco. Por lo tanto, necesitamos estar juntos”. Recibí muchos mensajes de personas que son claras, negras claras, negros claros. ¿Dónde está esta gente? Por eso digo que este discurso extremado contribuye muy poco a que consigamos avanzar y conquistar representatividad. Pero este episodio ha permitido que, por primera vez, llegara a la universidad, por ejemplo, y pudiera hablar con mis profesoras y colegas, porque todos querían saber qué era el colorismo, por ejemplo. Todos mis profesores son blancos.
P. ¿Qué te preguntaron?
R. “No lo entiendo, explícame qué es el colorismo”. O: “¿Cómo que no eres negra? Creemos que no es solo una cuestión de color, creemos que tiene que ver con la envidia. Pero explícanos”. Este episodio es muy duro para mí emocionalmente. De verdad. Pero, si contribuye, aunque sea una gotita, a que discutamos el racismo sentados en una mesa redonda y mirándonos a los ojos, habrá valido la pena. Sentar a gente de todos los colores, porque no creo que sea un debate solo nuestro, de los negros. Creo que nosotros, los negros, tenemos que poner orden en nuestra propia casa. Pero estableciendo un diálogo maduro, con propuestas. Y te digo algo que pienso realmente: está de moda hoy en día hablar de “lugar de habla”. Perfecto. Necesitamos tener un lugar de habla. Pero, en mi opinión, creo que necesitamos más un lugar de escucha. Es mucho más importante. Se habla mucho, no se escucha nada. Y así no se puede. Así se transforma en una guerra, y una guerra es la foto de la ONU de Siria que he visto hoy. Solo quedan mutilados, escombros, sangre pisada, restos. La guerra es eso. Catástrofe humana, trauma. Y los que manipulan la guerra están totalmente preservados, siempre están preservados. Viéndolo todo y riéndose en nuestra cara. En Brasil, por ejemplo, tenemos varios candidatos interesados en ocupar un escaño en la Cámara de los Diputados, en sentarse en el sillón presidencial...
“Necesitamos un lugar de habla. Pero que necesitamos todavía más un lugar de escucha”
P. ¿Cómo es estar en esta guerra como artista?
R. En esta época no hay poesía. Y nosotros, los artistas, nos esforzamos. Siempre construimos, creamos, a pesar de las adversidades y las incongruencias del país. Porque también nos faltan cosas. Falta inversión. Faltan escuelas de arte, teatros, salas de música, bibliotecas, circos, cines. Faltan espacios para pensar la música, para enseñar, falta aprobar que haya profesores de música en la enseñanza básica. Falta valorar y preparar a los profesores. Falta, falta, falta, falta. Y nosotros seguimos, sobrevivimos. Y hacemos, hacemos, hacemos, hacemos. Ayudamos al otro, le extendemos la mano, celebramos. Cuando tengo la oportunidad de ser curadora de algún proyecto, como algunos años en los espectáculos de la Balada Literaria, organizada por (el escritor) Marcelino Freire, solo invito a artistas negros, diversos y únicos. Y esta elección ocurre porque esas personas son fundamentales para mi arte. Hay un texto de (Eduardo) Galeano, en la contraportada del Libro de los abrazos, que me gusta mucho. Dice así: “Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. (...) Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: ‘¡Ayúdame a mirar!’”. Ya está. Los negros con quienes comparto mi arte, mi vida, mi corazón, mi casa, son negros que me ayudan a mirar la vida, mi lugar de existencia. Por lo tanto, renunciar fue la decisión artística más dolorida que he tomado hasta ahora, artísticamente hablando.
P. ¿Por qué?
R. Porque me desplazó de este lugar donde entiendo que puedo contribuir de alguna forma para que miremos otras cosas, para que profundicemos la mirada. El arte es el lugar de la creación, de la imaginación, de la reflexión. Es el lugar de lo político, de la filosofía. Es el lugar de la psique humana, de los monstruos. Por eso, cuando acallamos al artista, es un crimen, es algo que duele mucho. También creo que es por eso que tantos artistas se solidarizan. Y lo vuelvo a decir: creo que la discusión tiene que avanzar y quizás la cuestión de la representatividad del negro en los espacios públicos tenga que alcanzar otro nivel, para que un día estemos más en paz y, quizás, ya no necesitemos discutir sobre esto.
P. ¿Te acallaron?
R. Me silenciaron, pero no me acallaron.
P. ¿Qué diferencia hay?
R. Me reprendieron. Acallar es cuando alguien me pone una mano en la boca. Silenciar es cuando se puede elegir. Te retiras. Yo elegí silenciarme. El “ca”, del verbo acallar, es una consonante muy dura, y el silencio, no, es una palabra soplada. Estoy haciendo un análisis fonético muy superficial, pero hay algo de eso, de acallar como algo de “cierra el pico”.
P. ¿Te lo dicen mucho?
R. Sí... “Cierra el pico, ¿quién te crees que eres?”. Y “cierra el pico”, para mí, también remite a un lugar muy infantilizado. El niño pequeño, cuando dice “cierra el pico”, está aprendiendo cómo va a negociar. Todavía no sabe negociar, por eso lo hace de forma caótica. Creo que desistí de un deseo, que era el deseo de interpretar a Doña Ivone, para también poder ver más allá en mi jornada. Porque nada se ha detenido. Tres días después estaba en Cuba, trabajando, ensayando. Pero espero que esta discusión no se entibie. Que siga seduciendo a personas que nunca se sintieron en el derecho de hablar sobre ello. He escuchado mucho este argumento: “No puedo hablar sobre ello porque soy blanca”. ¿Y por qué no? No necesito ser palestina para entender el dolor que es ser madre de un hijo que murió en la guerra. No, espera. Si fuera así, no podrían escribirse libros. Imagínate que las escritoras tuvieran que vivir todo aquello que escriben, que inventan, que crean, que piensan, que sueñan. No, eso es absurdo. Tengo que tener empatía con las personas, conocer su historia antes que nada. El movimiento LGBT tiene algo interesante, cada año se le añade una letra, ¿no? L-G-B-T-S etc., etc., etc. Dentro de nada estará el alfabeto entero. Y eso es maravilloso. Porque las personas se van viendo en este universo del dolor por estar discriminado. “Me discriminan, tío, ¿me haces un hueco ahí?”. Sí, claro, ven, que cabes, hay sitio. Tiene que haber sitio para que quepamos nosotros, para estar hermanados en esta lucha colectiva. La discusión del racismo en Brasil es de Brasil. Después, podemos expandirla y entender cómo es en Perú, en Uruguay, en Argentina.
P. ¿Cómo fue silenciarse? ¿Cómo fue esa renuncia?
R. Podría estar en el musical, soportándolo o no. Artísticamente, lo dejé con mucho dolor, mucho dolor, porque había sido algo muy celebrado, muy festivo en un primer momento. Lo dejé porque no sé ser creativa en la violencia. Y, por eso, corría un riesgo grande, que era el de echar por tierra, debido a una desorganización interna emocional, un trabajo que construyo desde hace 20 años. Y eso no lo voy a poner en riesgo. Podéis quitármelo todo, menos la música, como dice Noêmia de Souza en el poema “Súplica”. Podéis quitármelo todo, pero la música no, mi voz jamás. Mi voz es mía. Porque mi voz no es mía en una relación de poder, en un juego vanidoso. Mi voz es mía porque ella es mi abuela, es mi padre, es mi madre, es mis hermanos. Mi voz es todo, mi voz es mucha gente. Duele. He llorado mucho para poder cantar.
“Mi voz es mía. Mi voz es mucha gente. He llorado mucho para poder cantar”
P. ¿Este fue tu límite?
R. Cuando entendí que iba a perder ese espacio, me dije: “No, no puedo correr ese riesgo”. Incluso por toda la cuestión de lo sagrado que tengo dentro de mí. Soy una figura del candomblé. Entiendo que Doña Ivone partió de esta vida hace dos meses, y no la han escuchado. Verbalizó su elección, nadie ha inventado esa historia para calmar los ánimos. Habría que escuchar más, insisto. Debemos entender nuestro lugar de habla, sí, y nuestro lugar de habla tiene que respetarse, pero no te van a respetar si no respetas al otro. Esto es básico. Es el principio de cualquier conversación.
P. Te afectó mucho que Doña Ivone Lara te hubiera escogido, pero que esta elección no se tuviera en cuenta en las críticas a tu color de piel.
R. Me entristeció profundamente que, jo, en esta historia no se tuviera en cuenta a Doña Ivone. Puedes recuperar todas las discusiones y verás que solo uno u otro habla de Doña Ivone. Doña Ivone no entra en la discusión, y el homenaje era para ella. Por este y otros motivos, decidí dejarlo. Es muy difícil este ejercicio, es casi como tener dos chips. Uno político, políticamente Fabiana, en el que pasan todos los negros y negras de mi vida con quien me he sentado en esta mesa. “Hermana, tengo que hablar contigo”. “¿Qué pasa?”. Y era eso, demasiado oscuros para el papel.
P. ¿Y el otro chip?
R. En realidad, todo es una gran ilusión, todo es una única cosa. Y es un lío. Nadie es una cosa u otra, pero tuve que hacerlo así. Me quedé en casa, llorando de un lado a otro. La perra se puso enferma, porque las perras entienden de energía. Pensé: “Tengo que entender qué tengo que hacer”. Recé mucho, me encerré con mi orisha para ver qué tenía que hacer, qué decisión tenía que tomar.
P. ¿Cómo fue?
R. No esperé que nada se estancara, me dejé dominar por la emoción. A mi terapeuta le pareció fantástico, porque, si no, podría haber explotado de otra forma. Me dejé dominar y entonces dije: “¿Qué es lo mejor?”. La situación dejó de ser mía, pasó a ser de tantas personas, se transformó en otra voz. Salí de la voz de Doña Ivone, del personaje, se transformó en una voz que era una voz que tenía que posicionarse, políticamente. Y como creo que el artista es un ser político siempre, desde siempre, me vinieron a la mente estos amigos y algunas frases que pedían que renunciara. Fueron frases muy delicadas y muy argumentativas, muy importantes para mi decisión. No sé decir el nombre de las personas, solo sé que leí algunas cosas que fueron muy delicadas. El otro chip es este, el artístico. No estoy abandonando a Doña Ivone, no me estoy despidiendo. Ahí creo que entra el orisha, algo que te ilumina. No es una despedida.
P. ¿Por qué no?
R. Por algo muy simple, algo que me gusta mucho: las experiencias se transforman en memorias en el cuerpo. Me gusta mucho esta imagen de la memoria del cuerpo, que es lo que trabajo en el escenario. Doña Ivone ya está en mí, yo también soy Doña Ivone Lara. No necesito estar en el teatro, puedo estar en cualquier lugar. Entonces, escucho una voz que me dice: “Doña Ivone ya está en ti, vas a cantar a Doña Ivone hasta morir, no tiene que ser ahora. Déjalo, Fabiana, déjalo para preservar todo esto”. Como si la emoción de cantarla fuera —o es— algo que te toma de fuera hacia dentro. Algo que vuela, que está suspenso y puede encantarte en cualquier momento.
“Doña Ivone ya está en mí. Yo también soy Doña Ivone Lara”
P. ¿Te sentiste violentada?
R. Lo que me afectó mucho y también a mi pensamiento es el hecho de que no se respetara la opinión de Doña Ivone Lara. Eso, para mí, es una violencia.
P. ¿Qué efecto produjo todo esto en tu cuerpo?
R. ¿En mi cuerpo? Los primeros días me quedé paralizada. Todo empezó el día 30 de mayo y, el 5 de junio, embarqué hacia Cuba. Fue un período de cuatro o cinco días en los que me sentí desplazada de mi lugar de identidad. Cuando empecé a escribirte la carta, empecé a respirar mejor. La escritura, la literatura, es mi cuarto de desechos, recordando a (la escritora negra) Carolina Maria de Jesus.
P. El profesor Kabengele Munanga dijo en una entrevista al periódico A Tarde que lo que te sucedió podría ser envidia. ¿También lo crees?
R. Mucha gente lo cree. Pero no sé si fue envidia. Identifico el discurso de la representatividad como legítimo, porque también he vivido este problema con mis amigos. Sucede y tiene que corregirse. Las personas pierden un lugar porque se las considera “demasiado oscuras”. Ahora bien, no soy ingenua, y es cierto que hay gente que cree que el césped del vecino es más verde que el suyo. ¿Cuántos de ellos aprecian mis espectáculos o han comprado mis discos? Interpreté a Clementina de Jesus en el teatro, en la obra de Gero Camilo y Victor Mendes, hace dos años, y creo que no aparecieron por allí. Ahora bien, el papel de la dama de la samba brasileña, en un gran musical que va a Río de Janeiro, que estará cuatro meses en cartel, ahí, sí, creo que hay mucha gente a la que le gustaría estar en ese lugar.
P. ¿Dónde te sitúas, en este momento, después de todo lo sucedido?
R. Estoy del lado que siempre he estado. Y en movimiento.
P. ¿Y si fuera una blanca?
R. ¿La que hiciera el papel? Creo que la gente pensaría que, de ninguna manera, podría interpretar a Doña Ivone Lara.
P. ¿Pero tú qué crees?
R. Quizás, si un día hay equidad entre blancos y negros, esta cuestión no exista. La cuestión de la representatividad existe, es incipiente, insuficiente todavía en Brasil, poco debatida, y quizás no sepa responderte más que esto. Artísticamente, creo que el arte tiene que perseguir su “libertad”, utópica, de que el escenario es libre. Libre en lo que permite la imaginación, el sueño, el arte que pregunta, duda, abraza, asusta, afecta, transforma, propone, denuncia, ama. Fui a Cuba a interpretar a Bola de Nieve, en marzo, a grabar un DVD, y tuve el valor o la cara dura de invitar a la hermana de Bola de Nieve, que es la única que está viva, con 87 años. Canté para un público mayoritariamente de negros, y puedo mostrarte lo que sucedió, porque tengo el DVD aquí. En ningún momento dudé de lo que iba a hacer, aun no siendo del color de Bola de Nueve, aun no siendo pianista, aun no siendo cubana, aun no teniendo, quizá, ninguno de los requisitos para mimetizarme con la figura de Bola de Nieve. Y fue muy especial, al final, oír a la productora contar que había una famosa periodista cubana, respetada y amiga de Bola de Nieve, que fue a ver el espectáculo muy contrariada. Había dicho: “He venido para disipar las dudas y para confirmar mi sospecha”. Después de cantar la primera canción, su reacción corporal fue: “No lo puedo creer, no, no lo puedo creer”. Estuvo así todo el rato, hasta que terminé.
P. ¿Qué significa eso?
R. Esta es la fuerza en la que creo. No creo en otra. Si no, no sería artista, sería otra cosa. Esta fuerza, este potencial, este algo absolutamente misterioso y potencialmente innegable que mueve el cuerpo, casi que despegado del pensamiento. Creo en esta potencia. En mi música, en mi arte. Siempre me preparo para conseguir alcanzar en el escenario esta potencia que es el imaginario. No lo consigo siempre, pero en esta fuerza natural que te pone la piel de gallina, que hace que te salten las lágrimas sin poder controlarlo, que te levanta de la silla, que hace que el otro se levante y quiera hablar contigo, quiera abrazarte, es en esto en lo que creo. Es una medicina, es la medicina que creo que los artistas promueven. Algo que es mucho más fuerte, inalcanzable, inconmensurable, un montón de cosas. Entonces, cuando sucede, solo me dice: “Vas por buen camino, Fabiana. Eso es, sigue adelante, sigue”. Por eso, te repito: el canto de Doña Ivone Lara ya está en mi cuerpo y lo llevo a donde quiera que vaya.
P. Con tu renuncia, te quedaste sin trabajo por algunos meses. ¿Cuánto pesa eso en tu vida actual?
R. Tengo cinco meses por delante en los que había bloqueado la agenda para hacer el espectáculo. Hay una cuestión práctica y real que es el trabajo, la falta de trabajo. Tengo que pagar las facturas, vivir, comer. También he perdido una gira por China, porque coincidía con el espectáculo, y una presentación en uno de los mayores festivales de jazz de Tel Aviv, que tendrá lugar en agosto.
P. ¿Cómo ha reaccionado tu familia con lo sucedido?
R. Mi madre estaba de viaje. Intenté que no lo supiera, pero toda la familia lo vio y la llamaron. Me telefoneó llorando, fue horrible.
P. ¿Y tu padre?
R. Mi padre es más duro. Creo que tiene un armazón más duro, más resistente. Me llamó y me dijo, bien objetivo: “Fabiana, tú sabes quién eres, sabes cuánto luchaste para transformarte en quien te has transformado. Nadie pone comida en tu mesa, ¡adelante!”. Ya está, la vida sigue. Mi familia vive de esta manera. La vida es urgente, no podemos parar, no podemos lamentarnos. No, ¡seguimos adelante!
P. ¿Hay algo más que creas que es importante decir?
R. Sí. Quiero decir que no me siento una víctima. En esta historia, no soy una víctima. Espero habértelo transmitido.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducción: Meritxell Almarza
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