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Crítica | Formentera Lady
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Hippy’ con niño

La delicadeza de José Sacristán a la hora de dar vida a su personaje alejándose de arquetipos eleva este trabajo que rellena un importante hueco

José Sacristán, en 'Formentera Lady'.
José Sacristán, en 'Formentera Lady'.

FORMENTERA LADY

Dirección: Pau Durà.

Intérpretes: José Sacristán, Nora Navas, Sandro Ballesteros, Jordi Sánchez.

Género: drama. España, 2016.

Duración: 85 minutos.

Estados Unidos ha contemplado los efectos de su Contracultura desde todos los ángulos. Si en Pastoral americana, de Philip Roth, se abordaban desde la mirada de un padre que contemplaba cómo la impugnación al sistema en que creía se manifestaba como un viento de locura en el seno de su misma familia, muchos otros trabajos han afrontado el asunto recurriendo al punto de vista de unos descendientes de la revolución dispuestos a rendir cuentas a esos padres que decidieron romper con roles impuestos. Surgió, así, el fértil arquetipo de la madre contracultural en obras tan diversas como Vineland, de Thomas Pynchon, Asfixia, de Chuck Palahniuk, El Nix, de Nathan Hill, e incluso Los Simpson -¿es Homer el daño colateral de la radicalización política de su madre?-. El riesgo de una sanción conservadora a los excesos contraculturales era sabiamente esquivado a través del sentido del humor en buena parte de estas aportaciones: en Formentera Lady, debut en la dirección de largos del actor Pau Durà, todo eso se esquiva a través de la empatía y la comprensión profunda de sus personajes.

El tema que abría los surcos de Islands de King Crimson a finales de 1971 –y que bautizó una de las calles de Formentera- da título a esta historia sobre el extemporáneo brote de un sentido de la responsabilidad en un numantino hippy que priorizó la prolongación de la utopía frente a los deberes afectivos y familiares. Durà se muestra algo dubitativo a la hora de encontrar una identidad estilística y no logra que la manera de interpretar el banjo de su protagonista quede demasiado convincente, pero su mirada sobre ese personaje anclado a su revolución personal y, sobre todo, la delicadeza de José Sacristán a la hora de dar vida a su personaje alejándose de arquetipos elevan este trabajo que rellena un importante hueco en la destilación narrativa de la herencia contracultural. El modo en que la mirada del actor acusa el dolor de percibir que una vieja amistad va perdiendo su identidad en el olvido es solo uno de los muchos picos de verdad de este debut notable.

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