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El espectáculo más longevo del mundo

Vuelve a Madrid el ‘Arlecchino’ del Piccolo Teatro de Milán, el mítico montaje de la obra de Goldoni dirigido por Giorgio Strehler en 1947

Raquel Vidales
Ferruccio Soleri, en el papel de Arlecchino en la temporada 2004-2005.
Ferruccio Soleri, en el papel de Arlecchino en la temporada 2004-2005.DIEGO Y LUIGI CIMINAGHI

No es fácil explicar con palabras un fenómeno teatral como este. Valgan estos datos como pista: se estrenó en 1947, lleva cerca de 3.000 funciones, dos millones de espectadores, giras por más de 40 países y un mismo actor, Ferrucio Soleri, ha encarnado el papel protagonista durante 58 años, desde 1960 hasta que se jubiló el mes pasado, un récord recogido en el libro Guinness. Pero reducir a un puñado de cifras este montaje es degradarlo. Intentémoslo con palabras: todo el que ha tenido la suerte de verlo lo recuerda como una de las experiencias más placenteras vividas en un patio de butacas. Esto se disfruta como una fiesta, un jolgorio, una celebración de teatro popular y, a la vez, un exquisito bombón de alta cultura.

Hablamos del Arlecchino, servitore di due padroni, el mítico montaje que el fallecido director Giorgio Strehler presentó en 1947 como parte de la temporada inaugural del Piccolo Teatro de Milán, una de las más importantes instituciones culturales europeas, fundada por el propio Strehler y su colega Paolo Grassi. Desde entonces el espectáculo se ha representado sin cesar, con ligeras variaciones, tanto en la sede del Piccolo en Milán como en sucesivas giras mundiales. Esto lo convierte en el espectáculo más longevo del mundo, aunque no el que acumula un mayor número de funciones, pues se ha programado de forma intermitente, mientras que otros como La ratonera de Londres (1952) y La cantante calva de París (1957) llevan en cartel de manera ininterrumpida desde su estreno.

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En España se vio por primera vez en 1967, una segunda vez en 1984, de nuevo en 1998 y por último en 2006. Pero, ¡atención!, esto no ha terminado: la compañía acaba de aterrizar en Madrid, por invitación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, para ofrecer cinco únicas funciones desde hoy hasta el domingo.

¿Qué tiene de especial este Arlecchino para llevar tantos años vivo? ¿Por qué no envejece? La respuesta, sin duda, no está en su sencillo argumento, con los enredos habituales de las comedias clásicas y personajes arquetípicos: Arlecchino es un bufón sin recursos que para sobrevivir se emplea como criado de dos patrones, lo que desata una sucesión de engaños y equívocos muy divertidos. La solución se encuentra, más bien, en la puesta en escena: cuando uno ve esta función tiene la sensación de que todo es una juerga improvisada, de que lo que ocurre en escena ocurre por primera vez, los personajes rompen decenas de veces la cuarta pared, Arlecchino incluso baja a hablar con los espectadores, llama su atención sobre determinadas escenas, hay acrobacias, maravillosas coreografías de gestos, juegos de palabras, los platos vuelan sin romperse... ¡y apenas hay decorado, basta un simple tablado con telones pintados!

Esto no es otra cosa que una actualización de la comedia del arte, género en el que se inscribe esta pieza escrita por Goldoni en el siglo XVIII, rescatado por Strehler como poderosa herramienta para poner en práctica su manifiesto artístico: hacer un teatro popular pero a la vez crítico, en la línea del teatro épico de Brecht admirado por los intelectuales de posguerra. Esa mezcla ideal la encontró Strehler en las compañías italianas que viajaban de pueblo en pueblo durante el Renacimiento con un tablado y prototipos de argumentos que cambiaban sobre la marcha según el público. Digamos que tenían un esqueleto y sobre eso improvisaban con un arte (o técnica) que no era para nada improvisado.

A esto había que añadir los apartes típicos de las comedias clásicas, que Strehler transformó en un recurso de distanciamiento brechtiano: al romperse continuamente la cuarta pared con alusiones directas al público, se le obliga a salirse de la acción y observar lo que ocurre en escena con una mirada crítica. He aquí la magia del Arlecchino del Piccolo: sus protagonistas, con sus máscaras arquetípicas, son a la vez estereotipos y personajes vivos, vibrantes, llenos de verdad.

Solo hay una cosa que puede apenar esta noche en Madrid a los mitómanos: Soleri no estará en el escenario, sino su sucesor Enrico Bonavera. Pero no se inquieten, esto marcha como un reloj: así como Soleri tomó el testigo de Marcelo Moretti, el actor que estrenó el personaje en 1947 y que murió en 1961, Bonavera se hace cargo ahora de Arlecchino después de estar varias temporadas alternándose con Soleri para que todo siga funcionando como lo imaginó el maestro Strehler. El pasado 13 de mayo, con 88 años y después de 2.283 representaciones, Soleri brindó en Milán su último Arlecchino. El público se rompió las manos aplaudiendo.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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