Sesenta años de ‘La cantante calva’: un récord mundial para el teatro
El Théâtre de la Huchette de París acoge de forma ininterrumpida desde 1957 la obra de Ionesco
“Anda, son las nueve. Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Hemos comido bien, esta noche. Es porque vivimos en los suburbios de Londres y nuestro apellido es Smith”.
No estaría de más acudir a Freud para tratar de explicar por qué una obra como La cantante calva, de Eugène Ionesco, cuyo texto arranca con esta absurda declaración de intenciones, ostenta el récord mundial de permanencia en cartel en un mismo teatro (La ratonera, de Agatha Christie lleva más tiempo, pero ha pasado por tres teatros londinenses). El jueves, en el minúsculo Théâtre de la Huchette, en pleno Barrio Latino de París, responsables del local, actores, técnicos y espectadores celebraron juntos 60 años de programación ininterrumpida.
La obra, la primera de la treintena larga que escribió el francés de origen rumano Eugène Ionesco (Slatina, 1909-París, 1994), no se estrenó aquí, sino en el Théâtre de Noctambules en 1950. Pero desde el 16 de febrero de 1957 es representada cada noche (excepto los domingos) sobre el pequeño, encantador y desvencijado escenario de La Huchette, un teatro de bolsillo con capacidad para 90 espectadores bien apretados y situado en una de las calles más bullangueras y turísticas de París. Varias tabernas griegas de gama baja, tres o cuatro bocadillerías turcas, dos viejos clubes de jazz y tiendas de souvenirs rodean el local.
La versión y la puesta en escena a la que asiste el público es la misma que la de hace seis décadas, firmada por el actor y director teatral Nicolas Bataille, amigo íntimo de Ionesco. No se ha tocado ni un pelo. Los mismos biombos verdosos, el mismo vestuario raído, la misma lámpara de mesilla, los mismos 17 sonidos del péndulo… “anda, son las nueve”. Absurdo. Todo aquí carece de lógica, el sentido de tiempo del tiempo se diluye, todo huele deliciosamente a naftalina y cada noche, invariablemente, se agotan las entradas. Hay franceses, claro, pero sobre todo turistas extranjeros. Italianos, japoneses, estadounidenses, británicos, españoles (no muchos). Hay parejas de abuelos que vuelven cada cierto tiempo, se cogen de la mano cuando retumban los tres toques antes de descorrerse el telón, ríen con cada diálogo.
Louis Malle, Sophia Loren y André Breton, 'fans' de Ionesco
La cantante calva –que ni es calva ni cantante ni sale para nada en la obra- no empezó bien su biografía. La crítica de París vapuleó esta "antiobra" (como la llamó el propio Ionesco) en su estreno de 1950. El crítico del diario Le Figaro escribió: "Ionesco no tiene nada que decir. Dentro de ocho años nadie se acordará de él". No tuvo buen ojo: Ionesco es hoy uno de los autores más representados en el mundo, si bien él era el primero que considera La cantante calva "irrepresentable". Pero fue en febrero del 57 cuando se gestó la leyenda. Nicolas Bataille y Ionesco alquilaron el Théâtre de la Huchette para representar las dos obras durante un mes, y solo pudieron hacerlo gracias al préstamo que les hizo el director de cine Louis Malle, amigo del primero. El éxito fue instantáneo. La crítica, antes reticente o agresiva, se hizo unánime. Ionesco se puso de moda. Por las butacas de La Huchette empezaron a desfilar Raymond Queneau, Edith Piaf, Sophia Loren, Maurice Chevalier, Jean-Louis Trintignant (luego actor en varias obras de Ionesco), Jacques Tati, André Breton…
Ionesco empezó a escribir La cantante calva hacia 1943, en Rumanía, y la remató en París. Se le ocurrió mientras estudiaba inglés con el método Assimil. Su intención era clara: desmontar los mecanismos y rutinas del uso del lenguaje, reírse de su uso y abuso y, partiendo de ahí, masacrar las rutinas y convencionalismos puestos en marcha cada día por el ser humano. Tres ingredientes, la angustia, la risa y el sinsentido para contar el meollo de la cuestión: la soledad del ser humano, la insignificancia de su existencia. Ionesco no soportaba que algunos teóricos y críticos teatrales situaran el nacimiento de lo que se daría en llamar el Teatro del Absurdo en la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, a quien no podía ver.
El teatro tiene su sede en la planta baja y los sótanos de una casa del siglo XVI. Entre la puerta de acceso a los camerinos y las oficinas y la de entrada al patio de butacas se sitúa el portal por el pasan los vecinos del inmueble. Hay cubos de basura y mucha humedad. Estamos en 2017. Nada ha cambiado desde 1957, excepto que desde 1965 los actores —tres elencos que se turnan en la función— funcionan en régimen de cooperativa.
Roger Defossez es el actor que más veces ha salido al escenario de La Huchette en toda su historia. Ha encarnado más de 6.000 veces al Señor Smith, uno de los personajes de La cantante calva. Es, además, el responsable artístico de la obra y heredero directo en ese rol de Nicolas Bataille, primer director artístico del montaje. Defossez sustituyó a Bataille a la muerte de este. Pero 6.000 funciones no parecen haberle sacado del camino de perfección que hace muchos lustros se marcó: cada martes a las cinco de la tarde convoca a la troupe de actores de ese día para un ensayo en el que se van limando detalles, incorporando otros, afinando y haciendo más absurdo —valga la expresión— el teatro de Eugène Ionesco. “El teatro es ante todo divertirse, y yo sigo divirtiéndome con Ionesco, quizá porque La cantante calva no es un texto cartesiano, es distinto cada vez, su margen de absurdo es abierto, ilimitado. La he hecho como 6.000 veces de un total de 18.500 funciones… ¡no está mal, eh?”, cuenta a sus 84 años.
Roger Defossez recuerda así a su amigo Ionesco, que solía llamar a la taquillera para preguntar cuánto dinero habían recaudado esa noche: “Eugène era un tipo muy complicado, inquieto, angustiado, pero adoraba venir a La Huchette. A menudo cruzaba la calle, entraba en uno de esos bares griegos y compraba dos botellas de raki que se bebía con nosotros en el camerino al acabar la función”.
Frank Desmedt es el director del Théâtre de la Huchette, que estos días celebra a lo loco los 60 años de Ionesco. El próximo 4 de marzo, el teatro acogerá la Noche absurda y un maratón de 24 horas de La cantante calva y La lección. “Aquí en La Huchette todo es absurdo, los viejos son jóvenes y los jóvenes son viejos”, apunta, “los viejos llegaron aquí para desempolvar el teatro, que era burgués e inmovilista. Vieron en el teatro de Ionesco un viento de libertad, un teatro que al fin les permitía escapar de los manoseados códigos del género”.
El primer responsable del teatro acude a su vez al absurdo y a la broma para recordar a Ionesco. No cabe mejor tributo: “Es uno de los autores más representados en el mundo. Le hemos propuesto a Donald Trump hacer La cantante calva en la Casa Blanca, porque creemos que la obra iría muy bien con su programa político, pero aún no nos han contestado. Lo que suele decir Trump no se aleja mucho de lo que se dice en la obra de Ionesco… las dos están llenas de absurdo. Y Trump alimenta ese absurdo con la misma pasión con que lo hacía Ionesco”.
Ider Amekhchoun es el regidor de La Huchette desde hace 35 años. La noche del pasado martes, justo antes de empezar la representación, sale al patio de butacas por la puerta lateral. Dice lentamente: “La representación va a comenzar. Hoy tendrá lugar la representación número 18.491… por favor desconecten sus móviles. Que disfruten. Gracias”.
Empieza otra vez, se reanuda, inalterable al paso del tiempo, el fenómeno Ionesco. Más de un millón y medio de almas son testigos.
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