El museo de los “cazurros y austeros”
León estrena un espacio dedicado a los emigrantes que fueron a América y a las historias de éxito de algunos de ellos
Todas estas historias comienzan de la misma manera: un pequeño pueblo de León, un pasaporte, una maleta y el sueño de una vida mejor. Son historias lejanas, del siglo pasado, pero a la vez fácilmente reconocibles: es el eterno relato de la emigración humana. “Al llegar a la Ciudad de México vi todas aquellas luces, impresionado, yo no había salido casi de mi pueblo... ‘¡Que sea lo que Dios quiera!’, me dije”, recuerda Juan Bautista Pérez del Blanco, natural de Barniedo de la Vega (León). “Yo llevaba una maleta de cartón, tres o cuatro mudas, unos zapatos puestos y otros de repuesto. Poco más”, apunta Tomás Rodríguez Morán, de Villamanín. “Me sentí en un mundo desconocido. ¡Yo no sabía nada, solo había trabajado en el campo!”, dice Cesáreo González Díez, de Vegaquemada.
Juan Bautista, Tomás y Cesáreo son tres de los cerca de 15.000 leoneses que se fueron a América a mediados del siglo pasado. Eran los tiempos duros de la posguerra. Cesáreo, que hoy tiene 95 años, es el único de ellos que ha vuelto a León, apenas hace cuatro años. Se siente a gusto en su tierra natal. Pero no ha vuelto para descansar, pues junto a su hermano Pablo creó en 2013 la Fundación Cepa, de carácter asistencial, desde la que además ha dado impulso a su último gran sueño: el Museo de la Emigración Leonesa. Un lugar para recordar su historia personal, pero también para no olvidar que España también fue un país de emigrantes.
Ayer, en la inauguración del museo, Cesáreo estaba exultante. Nadie habría dicho que sobrepasa los 90 años. Sus recuerdos y los de decenas de paisanos que aún viven en México, recogidos en vídeo en los últimos meses, van salpicando las distintas salas, ilustrando con sus anécdotas, sus miedos, sus alegrías y sus penas cómo fue la aventura de los leoneses en el país azteca: el duro viaje en barco, que hace un siglo duraba como mínimo un mes y mucho más si el mar se ponía bravo; las historias de solidaridad entre ellos, cómo los más veteranos ayudaban a los recién llegados; el importante papel de las mujeres, la devoción que los unía a todos en torno a la Virgen del Camino, patrona de León…
Solo hay otro gran museo en España dedicado a la emigración, el Archivo de Indianos, en Asturias, fundado en 1987, centrado en el éxodo de esta región a América durante los siglos XIX y XX. Hay también un importante centro de estudios en Zamora, más enfocado a los estudiosos. El de León pretende, en cambio, ser muy didáctico e interactivo: uno puede sacarse un pasaporte de hace 100 años, aprender a bailar una jota y hasta conocer el proceso de fabricación de la cerveza Corona. En principio se ha centrado en las primeras oleadas que viajaron México, aunque en un futuro se prevén recoger historias de emigrados a otros países de América.
El museo leonés muestra también cómo algunos de aquellos emigrantes se convirtieron en grandes magnates. Empezando por uno de los pioneros, Pablo Díez Fernández, tío de Cesáreo, que emigró en 1905, en la primera gran oleada de principios del siglo XX, en la que se calcula que salieron 55.000 leoneses. Díez Fernández llegó a México sin nada, con 21 años, enseguida se puso a trabajar como ayudante en una panadería y dos décadas después fundó la que hoy es una de las principales empresas de producción de cerveza del mundo, el Grupo Modelo, fabricante de la famosa Corona, donde años más tarde trabajó Cesáreo. Más historias de éxito: la de la familia Castañón Bayón, fundadora de un importante grupo de panificación; la de otra rama de la familia Bayón, dedicada a los textiles; Constantino Díaz, que empezó vendiendo máquinas de coser de puerta en puerta; Licinio Martínez, empresario que trabajó primero como cargador…
¿Cómo se consigue una fortuna de la nada en un país extranjero? “Sin fórmulas mágicas, tan solo el trabajo duro, constante y honesto. Abrieron negocios, tiendas de barrio, crearon empresas en el ramo de la cerveza, la panificación y los textiles”, explican los paneles del museo. Aunque sí se puede deducir, al terminar el recorrido por las distintas salas, una constante en el carácter de estos emprendedores: austeridad, ahorro y trabajo de sol a sol. Una prueba: “Pablo Díez Fernández no cambió de coche en 20 años, siendo ya dueño de la Cervecería Modelo”, se lee en otro panel. “Cazurros y austeros”, dice el título.
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