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Crítica | Petitet
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Madre rumba

Bosch no se pierde en digresiones, pero logra, como si fuera fácil, que su película hable también de una ciudad perdida y capture a la comunidad gitana en toda su dignidad

Petite, en el documental.
Petite, en el documental.

PETITET

Dirección: Carles Bosch.

Género: documental. España, 2018.

Duración: 100 minutos.

Percusionista de aureola mítica, hijo de uno de los palmeros de Peret, maestro del mestizaje zumbón –su formación Rumbeat llegó a atreverse con Michael Jackson- y ciudadano comprometido con los movimientos vecinales de su barrio del Raval, Joan Ximénez Valentí, alias Petitet, le hizo a su madre la más improbable de las promesas en el lecho de muerte: llevar la rumba catalana al escenario del Gran Teatre del Liceu. Petitet, documental de Carles Bosch, autor de Bicicleta, cullera, poma (2010), ofrece una apasionante crónica del proceso que culminó la noche del 17 de octubre de 2017 con la celebración del concierto de la Orquesta Simfònica de Rumba del Raval, integrada por veintisiete músicos y sustentada en la convivencia entre la disciplina de los profesionales con formación académica y la visceralidad de los gitanos, quizás incapaces de descifrar una partitura, pero con el ritmo en la sangre. Más allá de lo puramente testimonial, el cineasta ha logrado una obra de una fuerza abrumadora, conmovedora de principio a fin e importante por más de un motivo.

Si romper las barreras de clase y de prestigio cultural para llegar al Liceu no fuera escaso desafío, la precaria salud del protagonista, lidiando con una miastenia gravis que socava su fuerza muscular, convierte el relato casi en gesta épica, aunque Petitet no sea amante de enfatizar los esfuerzos y acabe rematándolo todo, en el desenlace, con un expeditivo “dicho y hecho”. El documental es, así, un soberbio retrato de personaje, que alcanza momentos de tan irrebatible pureza como la lección de sabiduría vital que un Petitet convaleciente imparte a su nieto en una habitación de hospital, con la mera ayuda de una persiana: un instante que invita a pensar en Petitet como en una suerte de Buda rumbero.

Bosch no se pierde en digresiones, pero logra, como si fuera fácil, que su película hable también de una ciudad perdida y capture a la comunidad gitana en toda su dignidad, situándola en el polo opuesto de esos reality shows que, con la insensibilidad de un espectáculo minstrel, solo ven arquetipos cómicos donde hay vida y verdad.

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