Muere la cantante María Dolores Pradera a los 93 años
Actriz de cine y teatro, se reinventó con éxito en intérprete del repertorio musical hispanoamericano
Con su discreción habitual, María Dolores Pradera se despidió el lunes 28 de mayo, en su Madrid natal. Deja atrás una rica trayectoria profesional, primero como actriz y luego como estilista de la canción. A ella se debe la popularización en España de buena parte del gran repertorio hispanoamericano, temas firmados por Chabuca Granda, Atahualpa Yupanqui, Cuco Sánchez o José Alfredo Jiménez. A la vez, elevó a la categoría de clásicas las composiciones de cantautores españoles como Carlos Cano y Joaquín Sabina.
Había cierta confusión respecto a su nacimiento: según la fuente que se consultara, vino al mundo el 29 de agosto de 1924 o en el mismo día de 1926. Da lo mismo: lo que conviene saber es que sus padres eran una vasco-francesa y uno de esos asturianos emprendedores que hicieron las Américas. La familia vivió una breve etapa en Chile, donde María Dolores descubrió que cantar se concebía allí como una actividad natural, presente en todas las reuniones. Más adelante, ya con uso de razón, se enfadaba cuando veía en bares españoles el famoso cartel de “Se prohíbe cantar”.
Sufrió la Guerra Civil en Madrid; cuando terminó, debió olvidarse de sus estudios para ganarse la vida. Su temperamento artístico se expresó inicialmente como actriz. María Dolores Pradera hizo mucho cine y teatro, a veces con su marido desde 1945, el galán Fernando Fernán Gómez. Participó en películas de Florián Rey, Juan de Orduña y Gonzalo Delgrás pero también en cintas polémicas, como la musical Embrujo (1947), de Carlos Pérez de Orma, o el drama Vida en sombras (1949), de Lorenzo Llobet-Gràcia. Títulos incómodos, que fueron torpedeados por la censura.
Buen gusto musical
En teatro, fue Melibea en el montaje de La Celestina que realizó Luis Escobar y participó en obras de Jardiel Poncela, García Lorca y Alejandro Casona; hasta conoció el teatro del absurdo, con El rinoceronte, versión de José Luis Alonso, en compañía de José Bódalo.
Madre de dos hijos, Fernando y Helena, tras separarse de Fernán Gómez en 1957 potenció su faceta de cantante. La Pradera, como era conocida en el ambiente, tenía buen gusto musical , pero urge destacar que también sabía escoger las mejores piezas para su estilo elegante. Aunque admiraba a las intérpretes desgarradas, tipo Chavela Vargas, lo suyo era cantar a media voz, con maravillosa serenidad. Como dijo a Elsa Fernández-Santos en este periódico: “Yo nunca me despeino, solo me desmeleno por dentro”.
Tras darse a conocer en la radio y en salas de fiestas como Alazán, fue fichada en 1960 por el sello Zafiro, donde comenzó grabando EPs (discos de 4 canciones). Con ese soporte introdujo en España temas como La flor de la canela (1961), El rosario de mi madre (1965), Fina estampa (1965), Amarraditos (1966), Amanecí en tus brazos (1967). Inicialmente, Pradera había trabajado con orquestas, pero ella buscaba una expresión más ascética, algo que logró con el acompañamiento de Los Gemelos, Julián y Santiago López Hernández, dos guitarristas madrileños que también habían conocido América.
A lo largo de medio siglo de grabaciones, Pradera realizó su particular antología de la canción popular tal como se entiende a ambos lados del Atlántico. Su cancionero abarcaba boleros, rancheras, valsecitos, tangos, sones, fados, copla, cumbias y todo lo que uno pueda imaginar: sabía apoderarse del fuego sagrado de aquellos compositores.
Unas músicas de corazón desnudo que permitían expresar lo que ella sentía. Hablando en 1983 en estas páginas con Maruja Torres, explicaba así su relación con Fernando Fernán Gómez: “Es muy buena, en cuanto nos separamos fue muy buena. Porque eso es lo malo del desamor, que te llevas muy bien luego... Mientras te dura el amor lo echas a perder o lo echan ellos. A mí siempre me han tocado hombres muy celosos, y no sé por qué, porque yo soy una mujer muy fiel”.
Era querida y respetada. De vez en cuando, su inocencia hasta creaba problemas, como ocurrió al proporcionar argumentos arrojadizos al argentino Fito Páez, en su contencioso con el jienense Joaquín Sabina.
Alejada del aspecto competitivo de la música, la cantante racionaba sus actuaciones, que procuraba que coincidieran con los fines de semana. Afortunadamente, contó con eficaces productores como Javier Iturralde, Antoni Parera Fons y Rosa León; los dos últimos insistieron en colocar su voz en contextos inesperados.
Colaboró frecuentemente con el conjunto canario Los Sabandeños, que compartían su pasión por la música latinoamericana, una relación plasmada en Al cabo del tiempo (2006) y Te canto un bolero (2008). Es menos conocido que tuvo encuentros discográficos con instrumentistas como Cachao, Chano Domínguez, Flaco Jiménez o Gerardo Nuñez.
Dedicó álbumes completos al repertorio de Chabuca Granda, José Alfredo Jiménez y Carlos Cano. Son los discos que conviene buscar. Esos y los directos, como Por derecho (1991), donde estaba la esencia de su arte sobrio.
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