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Muere Richard Pipes, polémico y prestigioso investigador de la Revolución Rusa

El catedrático de Harvard, una de las máximas autoridades sobre la URSS, fallece a los 94 años Durante la Guerra Fría, fue acusado por sus críticos de exacerbar la tensión

Richard Pipes, en Cambridge, el 1 de mayo de 1991.
Richard Pipes, en Cambridge, el 1 de mayo de 1991. Bill Greene (AP)

Richard Pipes, prestigioso catedrático de la Universidad de Harvard especializado en la historia de Rusia falleció el pasado jueves en una residencia de ancianos de Cambridge, Massachussetts, a los 94 años de edad. Sus trabajos sobre el régimen bolchevique y la Revolución Rusa, tan rigurosos y exhaustivos como polémicos ejercieron un influjo que trascendió los círculos meramente académicos. Sus ideas, expuestas con elocuencia, erudición y un estilo claro y elegante estaban fuertemente sesgadas por su virulenta, casi irracional actitud de condena hacia los temas que estudiaba.

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Pipes era un intelectual público que influyó poderosamente en la política seguida por la administración norteamericana durante la Guerra Fría. Nacido en Polonia en 1923 en el seno de una familia judía, en 1939 huyó de la persecución nazi, primero a Italia y después a Estados Unidos. En 1950 se doctoró por Harvard con una tesis sobre los orígenes de la Unión Soviética.

De los 25 libros de historia que publicó uno de los más influyentes fue Rusia bajo el antiguo régimen (1974), exhaustivo análisis del carácter ruso en el que examina seiscientos años de contigüidades y continuidades históricas que según él explican el posterior advenimiento de la Revolución bolchevique y la instauración de un régimen de terror presidido por las figuras sucesivas de Lenin y Stalin, en quienes veía la cristalización de una malignidad inherente a ciertos aspectos de la personalidad rusa.

Influido por sus tesis, en 1976, Gerald Ford le encargó revisar las recomendaciones de la C.I.A., entonces dirigida por George H. W. Bush, sobre la política a seguir para hacer frente a la Unión Soviética, nombrándolo coordinador de un equipo de expertos. Pipes concluyó que se había subestimado peligrosamente la amenaza implícita que suponían los planes militares de la Unión Soviética, argumento utilizado por Reagan en la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia. Una de sus tesis centrales era que los males de Rusia se derivaban del hecho de que no había sido capaz de superar una concepción patrimonial del estado, lo cual llevó a formas de poder como el ejercido por los zares, que además de ser la cabeza visible del estado eran dueños de la tierra y sus habitantes.

Según Pipes hay algo en el carácter ruso que lleva a la entronización de figuras despóticas. En una entrevista concedida a este periódico unos meses antes de morir, declaró: “Los rusos no soportan la debilidad. Nunca han tenido un estado coherente, y la única manera de conseguirlo es instaurar líderes potentes. Todos los héroes de la historia rusa han sido personalidades fuertes: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Alejandro III, Stalin, y ahora Putin, un autócrata que cuenta con la aprobación del 85 % de la población". La obra definitiva de Pipes es La Revolución Rusa (1990), monumental estudio de un millar de páginas en la que expone una visión devastadora de lo que supuso el advenimiento del bolchevismo. Preguntado por la huella de la revolución de 1917 con motivo de su primer centenario respondió, categórico: “No hubo absolutamente nada positivo ni grandioso en aquel acontecimiento. El legado de la Revolución son millones de cadáveres. Arrastró a la humanidad a la Segunda Guerra Mundial y llevó al establecimiento de un régimen de terror sin precedentes.”

Sus opiniones lo hicieron acreedor a la animosidad de la izquierda, que lo acusó de exacerbar hasta la crispación la Guerra Fría, a lo que respondió en sus memorias, publicadas en 2003: “Es cuestión de ética, el mal sólo engendra formas cada vez más siniestras de mal. Esto es algo que conviene tener en cuenta no sólo para entender el pasado, sino para prevenir lo que pueda suceder en el futuro”.

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