Itinerarios de la nueva izquierda
La filósofa Marina Garcés ofrece en 'Ciudad Princesa' la crónica de su aprendizaje personal y el inventario razonado de causas que la han llevado a movilizarse
En su pregón de la Mercè de septiembre de 2017 en Barcelona, Marina Garcés tiró de ironía para aclararlo: “A mí, ni mis amigos me representan”, igual que la clase política no representaba tampoco a los concentrados en las plazas del 15-M años atrás. Dado el carácter icónico de esta pensadora entre la nueva izquierda, es natural que haya querido proteger su imagen de las asociaciones mecánicas y la instrumentalización política. En buena medida, el origen de este libro está ahí: la crónica de un aprendizaje personal e ideológico es a la vez el inventario razonado de causas que han movilizado ética, ideológica y políticamente a Marina Garcés, tanto antes de la ocupación del cine Princesa en 1996 como después de esa epifánica acción (Dinero Gratis y Espai en Blanc son las más conocidas).
Los tiempos de El taxista ful, filmada entre 2001 y 2004, y su ironía dadaísta y autoparódica han terminado. La mujer adulta de hoy —todavía reconocible en la muchacha que reflexionaba tímidamente en aquellos fotogramas junto a su pareja, Santiago López Petit, y otros compinches de aventura— necesita exponer en su propia voz las razones de su ruta biográfica y las razones de un desencanto latente con algunos de sus impulsos originarios. La calidad literaria de su autenticidad confesional hace a ratos turbadora la lectura del libro porque interpela abiertamente al lector que en algún momento de su vida, o incluso en toda ella, haya sentido la comezón de la acción política, de la necesidad de actuar de algún modo contra las sangrías sociales y las averías estructurales de su propia sociedad.
Las condiciones objetivas en que aparece este libro lo sitúan en el centro del debate sobre las posibilidades, los medios y los objetivos de la izquierda política e ideológica. Su importancia radica en la transparencia con que defiende un activismo civil de lucha e insumisión a través de colectivos de acción y pensamiento, y a la vez la voluntad de resistir hoy, en sus actuales condiciones de madurez y biografía, como activista política más selectiva. El aroma de la frustración no pesa ni domina el relato, pero está al fondo de la honestidad que transpira todo él. Por eso es un libro de aprendizaje sin resignación, y es su misma desnudez argumental la que invita a la discusión, a la discrepancia y aun a la beligerancia. A menudo ha definido ella sus trabajos como textos de guerrilla y, en efecto, es lo que son, más allá de la elegancia de su prosa y al margen de la formalización reflexiva y pacífica de sus ideas.
Las condiciones objetivas en que aparece este libro lo sitúan en el centro del debate sobre las posibilidades, los medios y los objetivos de la izquierda política e ideológica
Sin embargo, sus enemistades ideológicas o sus disidencias están expuestas sin tapujos y sin rebajar su radicalidad. Hay que leer dos veces la frase según la cual los Ayuntamientos han sido “el brazo ejecutor del capitalismo financiero”, o su idea según la cual el país que quedó tras 1975 fue “la obra póstuma de un dictador que murió en la cama” y solo ahora, según ella, advertimos las consecuencias “de esta historia amordazada”. Treinta años de historia democrática equivalen a treinta años de esterilidad y parálisis, según este relato, que obviamente concluye en una apocalíptica “derrota histórica” de la Transición.
Pero ese diagnóstico reduccionista y simplificador es coherente con sus posiciones de origen anarquizante y ajena a la tradición marxista de la izquierda. Intenta entender por qué han fracasado los movimientos “realmente transformadores” o las “luchas colectivas para transformar radicalmente la sociedad y la vida”. De hecho, ni tan siquiera el 15-M logró de veras, según ella, cuajar en una formación política aceptable, Podemos y sus afluentes, porque “acatan las reglas del juego”, y eso significa la claudicación del sueño de una “vida política fuera de los partidos políticos”, cuyo sistema aborrece y descarta como motor de cambio.
La toma de posición es explícita y rotunda, pero lo es también el desnortamiento actual y la necesidad de resistir: existir solo es ya resistir, dice Garcés. Las preguntas del lector son incesantes y a veces el asombro también. No puedo abordar en una sola frase su perspectiva sobre el independentismo, no porque se declare independentista sino porque el desacato al Estado del procés lo hace fundador potencial de una República que alterará el “mapa de lo posible”. En la perspectiva de Garcés, el Estado ha sido siempre coactivo y opresor, una calamidad que las democracias empobrecidas padecen en silencio, con descalificaciones globales muy poco justas que incluyen a Zapatero y al tripartito catalán, todos cómplices de la “condición mafiosa y a la vez autoritaria de la política”.
En su enfoque teórico no existe la cultura de Estado porque el Estado es intrínsecamente malo o, en el mejor de los casos, inútil, y la socialdemocracia no existe ni como objeto de discusión. Las izquierdas tampoco “han sido precisamente portadoras de sociedades más libres y más justas” (pero eso quiere decir obviar por completo 30 años de posguerra mundial europea, y 30 más en España). Sigo creyendo que merece alguna atención el Estado precisamente porque es el colectivo mejor dotado contra los males colectivos: no conozco otro instrumento superior, aunque ni me sobra ni me irrita la agitación de calle y palabra. Sigo creyendo que medio punto porcentual arriba o abajo es la herramienta más valiosa que tenemos hoy para aliviar las desgracias de la gente común, aunque no redima a nadie de la depredación capitalista.
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Autor: Marina Garcés.
Editorial: Galaxia Gutenberg (2018).
Formato: versión kindle , tapa blanda y dura (256 páginas)
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