Siempre reconocible y perturbador Farhadi
El arranque de Cannes, con 'Todos lo saben', ha sido notable Penélope Cruz encarna admirablemente el vértigo de quien puede perder lo que más ama
Mis razonados y sufridos prejuicios hacia el cine iraní, cuando era pecado no admitir que estaba bendecido en su totalidad por los dioses, se fueron al infierno al descubrir que, en esa aclamada cinematografía que me resultaba tan tediosa habitualmente, existía un director que podía colocarme el cabello de punta, remover mis sentimientos, donarme emoción al hablar de los vaivenes, sobresaltos, zonas de luz y de sombra, mezquindades y generosidad, ocultación y sentido de culpa que conviven en la naturaleza humana, de las mentiras y verdades que se entremezclan en función de las circunstancias y de situaciones al límite. Este señor tan sabio, lúcido e inquietante se llama Asghar Farhadi. Me intrigó con A propósito de Elly y me dejó profundamente conmovido con esa obra maestra titulada Nader y Simin, una separación.
Lo que Farhadi describe de la gente y de sus sentimientos es universal, pero podían albergarse dudas sobre si ese hombre se desenvolvería con idéntica fuerza expresiva fuera de su ambiente, si su lenguaje sería igual de penetrante al rodar en países e idiomas que le son ajenos. Se trasladó a Francia para crear la terrible El pasado y sus señas de identidad artísticas se mantuvieron intactas. También la fascinación y el temblor de los espectadores con paladar de cualquier parte ante los dilemas morales y los tormentos anímicos que retrata este auténtico y complejo humanista.
La lógica ha funcionado en los Oscar y en los infinitos premios internacionales que ha recibido su cine. Y desconozco los motivos por los que Farhadi decide ambientar en un pueblo de España su última historia, pero está claro que hará verosímil y apasionante lo que quiere contar, que su estilo, su voz y eso tan ampuloso (aunque cierto) conocido como universo propio serían identificables si rodara en Laponia, en Nigeria, en Nueva York o en Marte, que no hay fronteras para su arte.
En Todos lo saben desdeña utilizar estudios sofisticados para plasmar las emociones. Su cámara se mueve con convicción, destreza e intensidad en los interiores y los exteriores de un pueblo que inicialmente rebosa alegría ante la celebración de una boda. Tiempo de reencuentros, de dicha compartida, de familiares, amigos y vecinos celebrando una plenitud amorosa y deseándole que tenga futuro. Noche festiva, etílica, cantarina y danzarina. Todo se desmorona y hace explotar una tormenta anímica de consecuencias devastadoras cuando desaparece la hija de una mujer que emigró a Argentina, formó una familia y ha regresado a su pueblo natal para asistir a la boda de su hermana. A partir de algo tan enigmático y desasosegante, Farhadi despliega su poderío sentimental para hablar del pasado y de la huella imborrable que puede causar en los que lo padecieron o lo disfrutaron (o ambas cosas), de las simas de dolor y de pérdida que pueden ocultarse detrás de la aparente normalidad, de la incertidumbre y del miedo, de la necesidad de encontrar culpables, de complicidades sórdidas, de que la apariencia y la realidad pueden mantener una guerra ancestral, de secretos difícilmente confesables.
Farhadi se rodea en su temible y melodramática (en el mejor sentido) exploración de un equipo de lujo, de la aristocracia de la interpretación en lengua castellana. También internacional en el caso de Javier Bardem y Penélope Cruz, una pareja que dirige su carrera con evidente inteligencia, poniendo su estrellato tantas veces al servicio del prestigio. También está otro monarca con causa llamado Ricardo Darín, la credibilidad y el magnetismo en cualquier registro de Eduard Fernández, la actriz por la que suspiran todos los guiones sobre mujeres atormentadas, o sea, Bárbara Lennie, una actriz de reparto que nunca falla llamada Elvira Mínguez, o una señora dotada de cierta luz como Inma Cuesta. Bardem, que puede aportar talento, morbo y autenticidad al personaje que le dé la gana, aquí hace de tío normal y legal, progresivamente perplejo y dolorido. Y Penélope Cruz encarna admirablemente el vértigo y la desolación de alguien que puede perder lo que más ama. Ese incalculable dolor aparece en algunos planos sin el menor maquillaje en su rostro. Y da mucha pena. Y da mucho miedo.
Observando la programación de la Sección Oficial de Cannes me asalta el escalofrío. Ojalá que sea infundado, que los presagios siniestros no se cumplan. Pero el arranque ha sido notable. Ves y escuchas con angustia Todos lo saben. Y sigues pensando en ella. El vocabulario de Farhadi para hablar de la mezcla que cohabita en el ser humano es poderoso. Y sospechas que además de tanto conocimiento, también es un buen hombre.
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