El exilio no le sienta bien a Farhadi
"Esperaba con enorme ilusión la película de este director apasionante.Pero me llevo una amarga decepción"
No habiendo disfrutado del contagio de ese virus tan extraño que provocó el que la mayoría de la crítica estuviera convencida durante una larga época de que el cine iraní era una de las cosas más venturosas que le habían ocurrido al arte y que el sublime Kiarostami encarnaba al profeta supremo de esa revolución, me llevé una sorpresa muy grata cuando por fin vi una película iraní que me impresionó. Se titulaba Nader y Simin, una separación. La dirigía Asghar Farhadi y transmitía verdadera angustia, complejidad y suspense al describir el comportamiento de un hombre que se está divorciando y que cuida a su padre enfermo de Alzheimer cuando es acusado ante la ley por su asistenta de que la ha agredido y debido a ello ha perdido al hijo que esperaba. Todo era oscuro, doloroso, sutil, demasiado humano, con anverso y reverso en la reflexión que hacía Farhadi sobre las reacciones en situaciones límite, el sentido de culpa, las medias verdades y las mentiras a las que obliga la supervivencia, el peso de la religión y las incongruencias por las que se puede regir la justicia.
En consecuencia, esperaba con enorme ilusión la siguiente película de este director apasionante. Se titula El pasado y está rodada en Francia. Imagino que atendiendo no solo al prestigio que adquirió con Nader y Simin, una separación y que le facilitaría hacer carrera internacional, sino también por el acoso del régimen fundamentalista de su país hacia cualquier cineasta que cuestione el estado de las cosas, que reciba la etiqueta de subversivo. Pero me llevo una amarga decepción cuando noto que lo que me está contando en esta ocasión Farhadi no logra arañarme ninguna fibra emocional, que su densidad trágica solo me abruma, que los sucesivos misterios que va creando no tienen capacidad para inquietarme, que todo se alarga innecesariamente, que la emoción no aflora.
La tortuosa trama se inicia con la llegada de un iraní a París para divorciarse de la mujer francesa con la que pasó cuatro años. Ella tiene dos hijas de una relación anterior y vive en ese momento con otro hombre y con su hijo. La atmósfera de esa casa asegura que todos atraviesan una convulsión interior, que los adultos y los niños están desquiciados, que existe una lacerante culpabilidad por el suicidio de alguien que flota como un fantasma sobre la conciencia y el recuerdo de este grupo de gente. Se supone que Farhadi nos ofrece una sucesión de cajas chinas que se van abriendo para llegar a aterradoras revelaciones, pero el método de Farhadi para contar esto se ha vuelto plano, fatigoso, teatral en el peor sentido.
Algunas personas cuyo criterio respeto se han sentido conmovidas por El pasado, algo que me da que pensar. La he visto después de una noche de insomnio, en una esquina de la sala, sentado en una especie de balancín que te tortura el cuerpo, ya que todas las butacas estaban ocupadas, con el cerebro más abotargado que de costumbre, no he entendido los giros y algunas explicaciones de la historia. Puede que el problema sea mío y no de la película. Las condiciones marcan, te pueden despistar. O sea que la revisaré cuando se estrene. No es normal que me haya aburrido tanto con un director que anteriormente me fascinó y que sigue hablando de las mismas cosas.
Jia Zhangke, que consiguió el León de Oro en un festival de Venecia con su película Naturaleza muerta, al parecer estaba considerado por el gobierno de su país como un embajador modélico del actual cine chino. Es probable que cambien de opinión hacia su persona cuando vean su última película. Se titula A touch of sin y las cuatro historias que cuenta, que se cruzan y acaban encontrando un sentido común, hablan del malestar colectivo, de la corrupción, de abusos, de injusticias que los desesperados protagonistas acaban resolviendo a tiros, adoptando una violencia letal y suicida. La mirada de Jia Zhangke es cualquier cosa menos complaciente y optimista respecto a las desigualdades y la miseria moral de un país que pretende mostrarse ante el resto del mundo como evolucionado, próspero y feliz.
Babelia
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