El rey se merece este trono
Ese italoamericano que habla tanto se ha ganado desde hace mucho tiempo todos los premios, incluido el principesco que le acaban de otorgar
Alguien con notable lucidez, o que había sido víctima del señor al que definía, afirmaba que Billy Wilder tenía cuchillas de afeitar en el cerebro y que las transmitía a su corrosiva lengua. Estoy seguro de que esas cuchillas poseían casi siempre una función higiénica. Y alguna vez me contaron las muy humanas razones, aunque también mezquinas, de que Martin Scorsese, tan generoso en la admiración y el elogio a la obra ajena, nunca cite a Wilder como autor de algunas de las mejores cosas que le han ocurrido al cine. Ocurrió en el festival de Cannes. Scorsese presentaba Alicia ya no vive aquí y Wilder andaba por allí. Imagino el ansia y el fervor del brillante y revolucionario joven, al que le llovían los piropos confirmándole como la gran esperanza blanca, por conocer la opinión del maestro sobre su obra. Preferiblemente entusiasta. Al parecer, Wilder le contestó: “Me entran ganas de regalarle un trípode”. Imagino que al orgulloso poseedor de esa cámara anfetamínica, que no paraba de moverse intentando deslumbrar al público de vanguardia, le dio un vahído. Y se le olvidó a perpetuidad en sus continuos homenajes a los clásicos del cine estadounidense e italiano, mediante perdurables y apasionados documentales (es preciosa Una carta a Elia) que ese tipo desdeñoso había parido El apartamento, Perdición, El crepúsculo de los dioses y otras joyas.
Y está claro que ese italoamericano que habla tanto se merece desde hace mucho tiempo todos los premios, incluido el principesco que le acaban de otorgar. Cada película que estrena adquiere categoría de acontecimiento para la auténtica cinefilia, su prodigiosa cámara puede narrar con estilo propio y un talento fuera de lo común todo tipo de historias. Y ese lenguaje puede ser vertiginoso, barroco, estilizado, lo que precise la temática que está desarrollando, pero es transparente que el poderío de esas imágenes se va a incrustar durante mucho tiempo en la retina de los espectadores. Y no sabemos el grado de excitación de este artista cuando rueda o dirige a sus intérpretes, pero intuimos que debe de ser feliz en la sala de montaje. El resultado frecuentemente se transforma en obras maestras. Es genial cuando situaciones y personajes exigen el desmadre aunque también cuando necesitan sutileza. Si dudan de lo segundo, revisen su maravillosa y más que triste descripción de los amores difíciles, la desolada renuncia, la hipocresía social, la guerra entre el deseo y la conveniencia que plasma en La edad de la inocencia. O su tributo al cine y a la magia en la conmovedora La invención de Hugo.
Imprimió clasicismo, profundidad, vértigo, sarcasmo y mala hostia a sus historias sobre la venerable familia, sobre los mecanismos, la violencia, el lado tragicómico de ese inextinguible y salvaje negocio llamado Mafia. Para gran parte del público, Scorsese será siempre el autor de las fundamentales Uno de los nuestros, Casino, Infiltrados y Gánsteres de Nueva York. Y aunque no haya asesinatos, El lobo de Wall Street también habla de la metodología de la mafia económica que ciega de drogas y ambición se atreve a transgredir las sagradas reglas del gran tinglado. Pero este director domina múltiples territorios, incluido el psicologismo turbio, la comedia excéntrica, el suspense tenebroso. Y nadie habló mejor que él de la soledad urbana y de los demonios que puede engendrar en la siempre terrorífica Taxi Driver o de la compulsiva autodestrucción como en Toro salvaje. Y entre las obsesiones de Scorsese hay algunas que no me fascinan nada. Es el misticismo y sus tormentos, protagonistas de las tediosas La última tentación de Cristo, Kundun y Silencio. También es un legendario cronista de la música que marcó su existencia, que constituye la mejor seña de identidad de varias generaciones. Jamás me cansaré de ver y escuchar una y otra vez El último vals y No Direction Home: Bob Dylan. El ya anciano Scorsese sigue rodando. Y, cómo no, la película que más anhelo ver es The Irishman. Imagino que somos muchos con el mismo deseo.
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