El tornado nacionalista
Luis Gonzalo Díez brinda una valiosa aportación al debate de la identidad e ilumina las motivaciones de comportamientos actuales
Sturm und Drang (tempestad y empuje) fue el movimiento prerromántico alemán sobre el que se fraguaron los orígenes intelectuales del nacionalismo. Esta es al menos la opinión de Luis Gonzalo Díez, profesor de Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria, que analiza pormenorizadamente el pensamiento de Johann G. Herder, pastor alemán del XVIII, cuya ambigüedad de pensamiento permite calificarle a la vez como un radical ilustrado y un apasionado vocero de las utopías identitarias que hoy llamamos supremacistas. Un hombre en medio de la tempestad que prefería envolverse en ella e incorporar su empuje antes que intentar controlarlo.
Tempestad y empuje es también una descripción de tiempos tan atribulados como los que vivimos, en los que el contencioso entre Ilustración e Identidad parece destinado a fragmentar los principios de la democracia representativa. L. G. Díez describe en su ensayo cómo la cultura entendida originariamente como ideal de emancipación puede terminar convirtiéndose en base identitaria de un determinado tipo de Estado que, en nombre del destino natural y superior de un pueblo, expresado en su lengua y construido por su historia, vulnera cuando sea preciso los derechos e intereses de los individuos que lo componen. En definitiva, conduce a la aceptación de que el fin justifica los medios a la hora de defender los valores esenciales que conforman a la comunidad. Esta es la conclusión del debate dialéctico entre Herder y Kant que enfrenta el escrutinio racional del comportamiento humano con las razones del corazón que la razón no entiende. Pues ya explica el autor, citando a Pareto, que “las razones políticas eficaces suelen ser las menos racionales y más emotivas”.
En los últimos tiempos ha crecido considerablemente la plétora de intelectuales que insisten en los perfiles sentimentales y emocionales del ser humano como rasgo distintivo respecto a otros individuos del reino animal. Eso justificaría el triunfo de la Identidad sobre la Ilustración, pues constituye un aval, una especie de reconocimiento de calidad, para las democracias llamadas populares, en las que los himnos, las banderas y hasta los lazos amarillos merecen tanta o más consideración y respeto que el ejercicio del voto.
El libro de Luis Gonzalo Díez pone el acento en la ausencia de un pensamiento político y una reflexión sobre el poder en el discurso herderiano, ensoñador de la pureza de los pueblos anclada en su identidad lingüística y cultural. Este vacío de proyecto político propiamente dicho, visible en muchos movimientos prerrománticos o posrománticos (entre los que cabría incluir sin yerro al 15-M de la Puerta del Sol), ha sido compensado históricamente por la invasión de un poder omnímodo que en nombre de esa pureza imaginada sojuzga y destruye la diversidad social. La confrontación entre la sociedad y el pueblo, los individuos y la masa, acabará definiendo el choque entre el liberalismo político y la utopía nacionalista.
El libro constituye en fin una aportación valiosa al debate sobre el nacionalismo e ilumina las motivaciones profundas de comportamientos hoy día visibles entre nosotros. La única diferencia es que los bienintencionados errores y olvidos de Herder se han visto ahora reemplazados por las mentiras y trampas del nacionalismo excluyente, incapaz de ocultar el casticismo de su expresión y la miseria de su moral.
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Autor: Luis Gonzalo Díez.
Editorial: Galaxia Gutenberg (2018).
Formato: tapa blanda (176 páginas)
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