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Crítica | Heartstone (corazones de piedra)
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una caricia en el infierno

Con una cámara nerviosa al servicio de la brusca fisicidad de sus personajes, el cineasta detalla la conflictiva gestión del deseo homosexual

Baldur Einarsson y Blaer Hinriksson, en 'Heartstone'.
Baldur Einarsson y Blaer Hinriksson, en 'Heartstone'.

HEARTSTONE, CORAZONES DE PIEDRA

Dirección: Guõmundur Arnar Guõmundsson

Intérpretes: Baldur Einarsson, Blaer Hinriksson, Diljá Valsdóttir, Katla Njálsdóttir.

Género: drama. Islandia, 2016.

Duración: 129 minutos.

Situado en los primeros compases de la adolescencia, cuando la transformación del propio cuerpo lleva a anhelar, con urgencia, el contacto con otras pieles (por leve que este sea, sus resonancias siempre serán abrumadoras), Thor se entrega a un elocuente ritual en la soledad del cuarto de baño: recoge de un cepillo los pelos que han dejado su madre y sus hermanas y, con torpeza, se los coloca sobre su todavía despoblada zona púbica para contemplarse en el espejo. Heartstone, corazones de piedra, primer largometraje de Guõmundur Arnar Guõmundsson, es una historia de iniciación ambientada en una zona remota del este de Islandia, que, hasta el momento, había sido territorio virgen como localización cinematográfica.

La dureza del entorno geográfico, pero también la severidad del clima social y las irradiaciones tóxicas de unos entornos familiares desestructurados, condicionarán el fluir del proceso de crecimiento vital. En cierto sentido, para los personajes de esta película lo que cuenta –y, sobre todo, cómo lo cuenta- una película como la celebrada Call Me By Your Name, de Luca Guadagnino, debe de parecer un mensaje transmitido desde un planeta extraterrestre: un universo arcádico, cuyo funcionamiento tiene muy poco que ver con la hostilidad humana y ambiental que rodea el brote de deseo homosexual, doliente y no asumido, que concentra los tonos dramáticos de este trabajo que, definitivamente, no se ambienta en ningún mundo platónico de las ideas, sino en un tangible territorio de desamparo, exclusión, aislamiento y temperaturas extremas.

Con una cámara nerviosa al servicio de la brusca fisicidad de sus personajes, el cineasta detalla la conflictiva gestión del deseo homosexual por parte de Christian, el íntimo amigo del protagonista, mientras éste parece ir abandonando esa zona de premeditado equívoco donde el juego viril camufla, a duras penas, la curiosidad por un cuerpo ajeno. Con un metraje generoso, pero rico en detalles reveladores, la película prefiere decir la verdad, aunque sea incómoda, que seducir a toda cosa, como la mencionada obra de Guadagnino. Quizá por eso tenga peor fortuna, sin merecerla. Saber transmitir el valor de una caricia en pleno infierno vital es un logro mayúsculo.

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