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Crítica | Thelma
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Brujas del siglo XXI

Joachim Trier lega un puñado de imágenes imborrables, de esas de erizar la piel, mientras reflexiona sobre la perdurabilidad de lo ultrarreligioso en sociedades avanzadas

Eili Harboe, en 'Thelma'.
Eili Harboe, en 'Thelma'.
Javier Ocaña

THELMA

Dirección: Joachim Trier.

Intérpretes: Eili Harboe, Ellen Dorrit Petersen, Okay Kaya, Henrik Rafaelsen.

Género: sobrenatural. Noruega, 2017.

Duración: 116 minutos.

La aparición en el año 2006 del noruego Joachim Trier fue una bendición para el cine europeo, principalmente para los que amamos no ya las historias, que también, sino sobre todo el cine puro, la conjunción de ideas visuales y sonoras, la experimentación con los formatos y las texturas, con el tempo, con las estructuras generales y secuenciales, la provocación de emociones a partir de una brillante utilización del lenguaje cinematográfico, hasta llevarlo a una nueva dimensión.

Doce años después, y con tres películas formidables detrás, Reprise (2006), Oslo, 31 de agosto (2011) y El amor es más fuerte que las bombas (2015), Trier sigue fiel a su búsqueda constante con la notabilísima Thelma, su primer acercamiento a lo sobrenatural, aunque siendo fiel al tema que domina toda su carrera: la desesperación juvenil, el desencanto vital, la explosividad de la turbación y la sublime visualización de esos momentos que hielan la sangre, por lo bendito o por lo terrible, a lo largo de una vida aún en sus primeros tiempos.

El concepto al que se ha agarrado Trier esta vez, para llevarlo a su propio terreno, es el de los ataques psicogénicos: unas convulsiones en principio similares a las de la epilepsia, provocadas por algún tipo de trauma o experiencia emocional del pasado, y por tanto más relacionadas con lo psicológico que con lo físico. A partir de ahí, y adentrándose en el territorio de un terror de autor que nunca deja de lado lo social y lo afectivo, el director noruego relata tanto una gran historia de amor como un doloroso relato de locura. Allí donde la indefensión adolescente ante lo incierto de la vida moderna se hace carne, principalmente cuando no se han ofrecido herramientas educativas que ejerzan de freno a los miedos y a los choques.

Con ciertos paralelismos con Carrie (Brian de Palma, 1976), pero también con Camino (Javier Fesser, 2008), y su protagonista adolescente derrotada por la imponente presencia de un fervor religioso llevado al extremismo, Thelma se hace grande en ese soberbio sentido del espacio de Trier, y en su maestría para jugar con los sonidos, la luz y el color, y solo plantea dudas en un desenlace en el que el autor debe elegir entre el componente científico o el sobrenatural, o jugar ambiguamente a ambos, y su elección final no parece la más convincente.

Eso sí, como ya ocurría en sus anteriores películas, Trier lega un puñado de imágenes imborrables, de esas de erizar la piel, al tiempo que reflexiona sobre la perdurabilidad de lo ultrarreligioso en sociedades supuestamente avanzadas, capaces de convertir en brujas del siglo XXI a chicas no tan distintas de aquellas a las que quemaban en la hoguera.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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