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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Operación Hartazgo

TVE ha convertido 'Operación Triunfo' en noticia diaria de obligada inserción

Diego A. Manrique
Los concursantes de OT1, OT 2017 se reunen para cantar
Los concursantes de OT1, OT 2017 se reunen para cantar

 Es el único vicio televisivo que conservo. Lo reconozco: sigo el Telediario de las tres de la tarde. No para informarme, obviamente: más que nada, me alegra ver caras de amigos. Pero estoy decidido a abandonar el hábito.

 ¿Motivo? El hartazgo. Cada día se inventan una “noticia” (este sábado fueron ¡dos!) sobre Operación Triunfo. Que los concursantes han firmado discos en Marbella, que la familia Gutiérrez lleva dos semanas haciendo cola para poder ver en primera fila el estreno de la gira, que si la ganadora se ha vuelto vegetariana. Y si no son esas exactamente, las “exclusivas” tienen ese nivel.

 Verán. Recuerdo cuando había vallas, qué digo, murallas que separaban a Informativos de Musicales. Cuando entré en TVE, segunda mitad de los años setenta, el área de Musicales estaba bajo sospecha. Se puso en manos de Ramón Díez, un realizador de trasmisiones deportivas efectivamente inmune a componendas con las discográficas. Díez era un buen hombre que sufría en aquel puesto, del que le sacó el Mundial del 82, que resolvió con su habitual eficacia.

 En los ochenta, se establecen categorías: Aplauso y las noches del sábado excitan a los rapiñadores; en la segunda cadena brotan programas especializados, donde nada hay que rascar. Aún peor: TVE desconfía de algunos musicales por sus contenidos. Tanto La edad de oro como Caja de ritmos se enfrentan a querellas; en este último, a raíz del caso las Vulpess, se suspende el espacio y –lo nunca visto- se dejan varios programas sin emitir.

 A finales de los noventa, con la llegada del PP, se implantan nuevas reglas. Para evitar corrupciones, deciden quitar la tentación; mejor enriquecer a las personas encargadas de lo que ya denominan espacios “de entretenimiento”: cada edición de cada programa reporta un plus a su “producción ejecutiva”. No debe sorprender que hubiera años en que esas criaturas responsables de musicales recibieran –he visto los papeles- cerca de 100 millones de pesetas. No hagan la conversión a euros, que resulta engañosa: basta con que sepan que ganaban mucho más que el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar.

 ¡Tiempo de prodigios! Se entrega un programa, con medios generosos, a un artista que, sin problemas éticos, concede prioridad a las figuras con las que comparte agencia y/o discográfica. Lo vende como un chollo: sus colegas actuarán gratis o por cantidades mínimas. Caramba, uno admira la picaresca nacional pero no puede concebir una televisión pública que entregara su principal programa futbolístico a, digamos, un delantero del Real Madrid empeñado en dar juego a sus compañeros de equipo.

 Todo empequeñeció con la fiebre del oro desatada por Operación Triunfo. Lo que se susurra sobre su primera edición hubiera nutrido una novela negra, bien negra. Pero no quiero hablar del fenómeno OT. Cae lejos de mi campo, que es la música pop creativa. Que nadie se ofenda: se trata de un reality donde resulta que los concursantes cantan; perfecto para los afortunados, maravilloso para sus fans. Lo que se nos atraganta es que lo intenten embuchar con alevosía en los telediarios. Allá cada uno con su dieta pero ese foie gras sabe mal. Apesta a autobombo del ente público. Atufa a indigna confusión entre información y promoción.

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