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Steven Munar, un viajero de tonadas

El músico anglo-mallorquín presenta ‘Violet Koski’, un ecléctico disco dedicado a su abuela

Steven Munar, en Madrid.
Steven Munar, en Madrid.Luis Sevillano
Andrea Morales Polanco

Los 616 kilómetros que separan Barcelona de Madrid dan para muchas reflexiones. "¿Las redes sociales ayudan o dañan a la industria musical? ¿Spotify segrega? ¿Qué es realmente el indie?" Estas son solo algunas de las conversaciones que ocurren en la furgoneta que conduce el músico anglo-mallorquín Steven Munar (Palma de Mallorca, 1971) junto a la banda The Miracle Band.

Pero más allá de las charlas, Munar y su banda celebran. Volvieron a juntar su energía y sinergia. Él dio las letras, ellos encontraron los acordes. Juntos presentan Violet Koski, el quinto álbum de estudio de Steven Munar, un disco que llega cuatro años después de haber publicado Time Traveller. “Lo comencé a grabar en 2016. Llegué a componer 18 canciones, pero mi hija me dijo que eran demasiadas así que lo dejé con 14”. Con apenas 10 años Elsa le dio “el mejor consejo para los tiempos que corren”.

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Y es que en la vida de Munar, tanto arriba como fuera del escenario, su familia manda. Basta con preguntarle qué significa Violet Koski. “Es un homenaje a mi abuela. Mi madre —la escritora británica Heather Smith— llamó con ese nombre en uno de sus cuentos a mi abuela. Cuando falleció decidí que quería dedicarle un disco y lo hice con este nombre simbólico”, explica.

Pero no es el único guiño. Mother es un poema que su progenitora escribió y que él musicalizó. Never Believe se lo compuso a su hija y Stillness a su padre. “Esta canción es una especie de redención con él —murió hace 12 años—, hay nostalgia, hay reproche, hay luz y amor”, describe.

Este mallorquín de familia británica y afincado en Barcelona desde 1995 es un creyente “sin religión”, amante de los teatros pequeños y acogedores “aunque a veces intimiden”, un caballero de la guitarra, y un psicólogo para sí mismo. “Cuando escribo soy honesto conmigo. Escribir y cantar es una terapia, sacas tus demonios”, sostiene casi susurrando.

En sus palabras, Violet Koski es su trabajo más ecléctico. “Cuando estaba haciéndolo, me di cuenta de que había muchos estilos. Pop, rock, soul, folk, funkie. Creo que abrí nuevos caminos. Por ejemplo, con Stilness, anduve por una vía por la que no había ido. Además, es evidente que hay una clara influencia a la década de los sesenta y setenta. También están presentes David Bowie y Van Morrison”, detalla.

De allí que este material contenga temas más desenfadados como Fuck Your Vanity o Hey. Hey, Hey. “Fuck Your Vanity es de las letras más desgarradas del disco. Estaba enfadado, me di cuenta de la vanidad y el ego que hay en las redes sociales. Y pensé: para qué si al final de la vida todos vamos a parar en el mismo lugar”. Mientras que en Hey. Hey , Hey, hace una crítica sarcástica a las élites. Para ser exactos, al expresidente francés Hollande, quien pagaba 10.000 euros al mes a su peluquero.

Vivir de la música siendo un artista independiente no es tan sencillo. “En la actualidad vivimos en una dicotomía. Los artistas tenemos más facilidades y visibilidad que antes, pero a la vez vemos cómo se ha perdido el valor y el aprecio a la música”, lo dice especialmente por la llegada de las plataformas de música en streaming. “Parece que si no cautivas al público en los primeros 30 segundos, entonces te dejan de oír. No hay más oportunidad”. Pero no está dispuesto a venderle su alma a Internet y sus prisas. “Como músico y compositor para nada me plantearé escribir una canción que cautive en 30 segundos. Yo haré lo que siento”. Cuando se lanza a hablar del tema la nostalgia lo vence. “Yo recuerdo que cuando te comprabas un disco lo machacabas hasta el final. Ahora a menos que se trate de un enamorado de la música, la gente pasa. No es fácil”, añade. Y aunque es realista sigue siendo un “tío optimista”. “Sí, puede ser que Spotify segregue. Pero si eres una persona con un mínimo de inquietud musical vas a querer abrir tu visión. Y recordemos que en este mundo todos tenemos un público potencial”, reconoce.

El panorama musical al que se enfrenta hoy es totalmente diferente al de cuando empezó, allá por 1986. Munar pertenece a esa segunda generación del indie. Aunque a él no le gusten las etiquetas. “No tengo muy claro qué es. Sé que el significado es independencia. Buscarte la vida, salir del mainstream, hacer algo alternativo ser un artista independiente. En ese sentido lo soy. Pero es que ahora lo que se llama indie es corriente. Se creó un sello y creo que desde el momento en que se convirtió en un estilo dejó de ser indie”, profundiza.

Y aunque haya pertenecido a esa ola de músicos que encumbró a bandas como Los Planetas, nunca se sintió ni precursor del indie ni parte del movimiento. “Tampoco me sentí muy involucrado porque no ofrecía la misma música. La mía era un poco diferente”, dice el músico que vio “nacer” y tocó en hoy reputados festivales con el FIB o el Primavera Sound. “Lo que comenzó siendo en petit comité ahora es masivo”, reconoce con asombro y entusiasmo, mientras revela que le gustaría subirse al escenario del Azkena Rock Festival, en Vitoria.

Junto a Violet Koski nació otro bebé, The Miracle Boy, Steven Munar & The Tea Servant. Se trata de un documental sobre su carrera, dirigido por Nando Caballero y estrenado en el festival In-Edit Beefeater. “La idea era grabar el concierto de reunión de The Tea Servants —una de sus primeras bandas—. Luego casi sin querer terminó siendo en un documental sobre mí”.

Sea en la furgoneta con sus compañeros, frente al público, o en una entrevista Steven Munar es ese viajero de tonadas, de mirada profunda, reflexivo, cauto y paciente. Un músico que seguirá evolucionando y que con cada disco deja claro su refinado gusto por la buena música y su pasión por el directo.

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