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Paso a la nueva estrella del teatro y el cine francés

Vincent Macaigne se estrena en España con ‘En manque’, sobre la rebeldía juvenil

La actriz Liza Lapert en una escena de 'En manque', dirigida por Vincent Macaigne. En vídeo, el tráiler de la obra.Vídeo: MATHILDA OLMI
Álex Vicente

En sus espectáculos hay ruido y furia. Fuego, barro, ceniza y sangre. Humo que sale desbocado de fumígenos, luces estroboscópicas que parpadean con violencia y decibelios que amenazan con cruzar la barrera del sonido. No es casualidad que algunos estén desaconsejados para epilépticos y mujeres embarazadas. “Nunca ha pasado nada, pero lo advertimos por precaución”, confiesa Vincent Macaigne (París, 1978).

El actor, director y dramaturgo, convertido en peculiar nueva estrella del teatro y el cine francés, se estrenará en los escenarios españoles la semana que viene. Macaigne representará uno de sus últimos espectáculos, En manque, en el Teatro de la Abadía de Madrid el 22 y 23 de febrero, dentro del programa del Festival de Otoño a Primavera. Además, protagoniza un ciclo de películas en el Instituto Francés, que proyectará su debut en la dirección, Pour le réconfort, y dos de sus trabajos como intérprete, a las órdenes de realizadores surgidos del último cine de autor francés, como Louis Garrel y Justine Triet.

Su obra habla de una millonaria suiza, madame Burini, que decide abrir una fundación donde poder exponer su impresionante colección privada, recolectada a golpe de talonario en un gran museo italiano. Hasta que su hija, líder de un grupo activista, irrumpe en el escenario para acabar con esa matriarca y saquear su caja fuerte. “Me interesaba hablar de esas fundaciones privadas que existen en todas las ciudades, y que son como las catedrales modernas en la civilización occidental”, explica Macaigne, defensor de un sistema cultural de titularidad pública. “No hay una regla general, pero me parece importante contar con lugares subvencionados, que continúen siendo laboratorios donde la búsqueda de nuevas formas siga siendo posible, sin tener que generar beneficios obligatoriamente”.

Vincent Macaigne en agosto de 2017 en el festival de Locarno.
Vincent Macaigne en agosto de 2017 en el festival de Locarno.Pier Marco Tacca (Getty Images)

En realidad, ese punto de partida es solo una excusa para hablar de una de sus obsesiones: la situación de una juventud perdida en un mundo dominado por las fuerzas del capital, que suele optar por la violencia como solución. “Mi teatro no es realmente violento. Habrá música fuerte y luces cegadoras, pero no hay sadismo”, rebate Macaigne. “Me gusta la desmesura, pero solo porque quiero que el espectador viva algo parecido a un acontecimiento, un gran momento en el que sucedan cosas inmensas. En realidad, mi teatro se parece bastante a una fiesta”.

Sus obras suelen presentar un mundo abocado a una destrucción inminente. Al borde del apocalipsis o tal vez de la revolución. El propio Macaigne lo llama “teatro de preguerra”. “Mi generación creció durante la posguerra, observando lo que sucedió décadas atrás y reflexionando sobre ello. Mi trabajo reflexiona, más bien, sobre lo que sucederá en el futuro. Y eso es algo que puede dar miedo”, admite Macaigne, vislumbrando “grandes cambios” de cara a un futuro próximo. “Puede que lo que digo suene triste, pero en realidad siento mucha esperanza. En el fondo, hacer teatro siempre es una forma de transmitir esperanza. Lo mismo puede decirse sobre el arte en general”, suscribe.

Macaigne debutó a los 25 años, a mediados de la década pasada. Desde entonces ha dirigido ocho obras. Entre ellas, relecturas libérrimas de clásicos como Hamlet, Don Juan de Molière o El idiota de Dostoievski. En el pasado Festival de Otoño de París representó tres piezas a la vez, privilegio habitualmente reservado a una minoría de vacas sagradas. En 2017, también estrenó dos películas como actor —por ejemplo, su primera comedia comercial, la reciente C’est la vie— y encadenó tres rodajes. Entre ellos, E-book, lo nuevo de Olivier Assayas, donde comparte protagonismo con Juliette Binoche.

“Necesito trabajar y crear. No tengo una relación compulsiva con mi trabajo, aunque es verdad que no suelo marcharme mucho de vacaciones”, sonríe. En todos sus proyectos, Macaigne parece interpretar variaciones sobre un mismo personaje: un perdedor entrañable, depresivo pero enternecedor. En el teatro, en cambio, parece estar bastante más enfadado. “En mi vida cotidiana no me siento colérico. Pero, cuando hago una obra, es para expresar una idea e intentar que las cosas cambien”, concluye.

Una generación de puertas cerradas

Macaigne se ha convertido en jefe de filas de la nueva generación que ha asaltado el cine y el teatro francés con nuevos temas y lenguajes. “Diría que somos un grupo particular. No hemos tenido acceso a muchas cosas, en comparación con la generación anterior. Debutamos en un mundo donde las puertas se cerraban, en lugar de abrirse”, asegura el actor y director. Macaigne es crítico con la situación del teatro francés, que considera que corre menos riesgos que en otros momentos de su historia. Y señala el descubrimiento de nombres como Angélica Liddell y Rodrigo García, ambos venerados en Francia, como influencias importantes en la consolidación de su radical lenguaje escénico.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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