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Crítica | Oculto el sol
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La búsqueda no es el encuentro

Se notan a la legua sus ganas de arriesgar, de salirse por la tangente. Pero la cristalización de su osadía solo alcanza momentos puntuales de fascinación

Imagen de promoción de 'Oculto el sol'.
Imagen de promoción de 'Oculto el sol'.
Javier Ocaña

OCULTO EL SOL

Dirección: Fabricio D'Alessandro.

Intérpretes: Florencia de Maio, Rosario Andrea, Ramiro Cordinez, Catalina Bedacarratz.

Género: drama. Argentina, 2016.

Duración: 71 minutos.

En la creación de una película alejada de los convencionalismos —de la narrativa, de las formas, del tono, de los subtextos, y de los modos interpretativos— hay tres fases principales: primera, la de la decisión en sí, siempre valiente, a contracorriente, en determinadas ocasiones casi suicida, de escapar de lo obvio; segunda, la de la búsqueda, pues para sustituir esos usos habituales hay que encontrar nuevos caminos, o al menos sendas cruzadas por otros pero abandonadas, prestas para ser recogidas de nuevo y llevadas a un lugar insólito, al margen; y tercera, la fase de creación en sí, la de la plasmación de esas ideas, si es que se han llegado a encontrar, en una película excepcional, pero atractiva y coherente dentro de su deriva singular.

Oculto el sol, película argentina con una parte de financiación española, es una de esas obras. Se notan a la legua sus ganas de arriesgar, de salirse por la tangente, y eso es magnífico. Pero la cristalización de su osadía solo alcanza momentos puntuales de fascinación. Son los menos, porque la mayoría del no-relato es pura teoría de la vanguardia.

Estructurada a través de una serie de siete historias cruzadas en medio de una jornada de eclipse, Oculto el sol pretende reflexionar sobre la divergencia entre la luz y la oscuridad, separándose de la pura estancia física y adentrándose en el interior de sus personajes, todos ellos a la deriva, y en un tono de relato cercano al surrealismo que, por momentos, invita a una comparación con la obra de Giorgios Lanthimos. Sin embargo, el trabajo de improvisación entre los actores y el director, el novel Fabricio D’Alessandro, aunque ya bregado en la publicidad, el cortometraje, la televisión y la enseñanza, acaba concretándose en un trabajo más pretencioso que enigmático.

Lo mejor de la película son, sin duda, los tratamientos musical y de sonido, precisamente los que llevan hasta un estado de cierto desasosiego muy acorde con las instrucciones de uso de D’Alessandro. Pero son apenas unos fogonazos de brillo artístico en una película demasiado plúmbea, que además no alcanza sus ambiciones fotográficas, de nuevo relacionadas con la dualidad entre oscuridad y luz, con un trabajo notable en las tomas más explícitas con la dicotomía, y una fotografía de urgencia, de aspecto ramplón, en las secuencias más intrascendentes.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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