Goyas justos en el reinado de Julita
Nada que objetar a unos galardones que incluyen a una mujer incomparable, imprevisible, divertida, carnal, surreal, de la que estoy colgado a perpetuidad
Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana, digamos la España de los 70, recuerdo con estupefacción y vergüenza ajena algún seminario y adoctrinamiento en el cineclub de un colegio mayor para mostrar el fascismo imperialista en el cine de John Ford y de paso en el cine norteamericano. Los organizadores, modelo de percepción, lucidez y progresismo, imagino que también cobraban pasta (no creo que mucha) por exponer su agudo descubrimiento. Y la memoria me asegura que conocí a variados y grotescos descerebrados que afirmaban orgullosamente que por principio ellos no veían jamás películas yanquis. Con dos cojones, con dos ovarios. Tan satisfechos y orgullosos ellos y ellas.
Varias décadas después, ese arrogante disparate se repite aquí con gente que proclama sin rubor, aunque la mayoría lo hace en privado o con una copa de más, que jamás alimentarán la taquilla de películas que sean españolas. Qué miedo las generalizaciones, el tópico como norma, la adoración de exclusivas banderas. Otra aclaración personal sobre la concienciada aunque fatigosa moda del abaniqueo rojo. No me importaría que en el presente y en el futuro todas las películas llevaran la firma de mujeres, o de hombres, o de hermafroditas, a condición de que poseyeran talento, personalidad, sentimiento, arte. Lo de las cuotas rígidas me parece mosqueante. O sea, no hablemos de sexos, sino de profesionalidad, de eficacia, de calidad, de tener lo que hay que tener.
Y, cómo no, hay películas excelentes en la cosecha anual de cine español que fueron bendecidas con los premios Goya. Y a lo mejor, eso sirve para que un público escéptico o perezoso se acerque a verlas. Y confieso mi pasmo inicial al constatar que entre ese cine que compite en la consagración académica no figura Perfectos desconocidos, ese primoroso, tragicómico y malvado ejercicio de cine, sin concesión al habitual desmadre final que lastra algunas películas de un director tan potente como Alex de la Iglesia, modélicamente interpretado. Sus infinitos espectadores han disfrutado con ella. No acabo de entender las razones del desprecio. Tampoco que fueran tan poco generosos con la insólita, inteligente y posibilista (costó 10.000 euros) Selfie.
Y nada que objetar a sus merecidos galardones. Como hace siglos que tengo la emoción congelada, agradecí enormemente que La librería consiguiera el milagro en un par de secuencias de provocarme las lagrimas. Es una película tan bonita como triste, también luminosa. Habla de algo imprescindible llamado leer, que permite vivir otras vidas, como refugio del náufrago en la soledad, droga sin resaca, fuente de conocimiento y emoción, antídoto contra el infortunio existencial.
Delicadeza y complejidad
Isabel Coixet lo narra con sentido poético, delicadeza, complejidad, fuerza emocional. Pero esas almas afines, que integran una mujer adulta, una niña y un anciano, también conocen el significado del desamparo, y también poseen enemigos: la vileza, el odio al diferente, la envidia, el poder para acorralar a su victima. Nada suena a recitado ni forzado, los sentimientos parecen auténticos, su romanticismo, contagioso.
Handia, que acumuló 10 premios, aunque no los más golosos, supone una apuesta con riesgo en la que todo ha funcionado. Rodada con estética poderosa cuenta una historia real. La de un gigante que se ha propuesto la supervivencia cuando todo en su sufrida existencia le condena a la marginalidad. Sus autores son Jon Garaño y Aitor Arregui. Vuelven a confirmar como en la inquietante Loreak que poseen capacidad para transitar caminos extraños con sentido poético e imágenes que perduran. Y es justo que hayan reconocido el mérito del intimista universo de Carla Simon en Verano 1993, pero a mí me fascina bastante menos que a su enfervorizado público. Todos los premios de interpretación son solventes. Y celebro mucho que esté la formidable Adelfa Calvo de El autor.
Hubiera sido imperdonable no reconocer el talento, el esfuerzo y la audacia de Gustavo Salmerón en el retrato de su madre y de su familia en esa inclasificable joya titulada Muchos hijos, un mono y un castillo. Necesitaría otro articulo para describir a la persona que la protagoniza, su increíble madre Julita Salmerón. Estoy colgado con ella a perpetuidad. No sé si interpreta en algún momento, pero es mi actriz del año. Cómo disfruto con esta señora incomparable, imprevisible, divertida, carnal, surreal, conmovedora.
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