‘La salamandra’: las dobles vidas de los seres humanos
La coproducción chileno-ecuatoriana de Sebastián Araya Serrano se refiere a la capacidad de ser más de uno
La salamandra, el anfibio con hábitos nocturnos y diurnos, que puede vivir en el agua y en la tierra y, por lo tanto, tiene más de una posibilidad en un mismo cuerpo, sirve de símbolo para una película que trata sobre la dualidad. Porque la cinta homónima del chileno Sebastián Araya Serrano (Lisboa, 1971), una coproducción chileno-ecuatoriana, ganadora de un fondo Ibermedia, cuenta la historia de un hombre cualquiera que a partir del dolor puede desdoblarse y transformarse en otro. “El filme transita desde la ciencia ficción antropológica y al thriller metafísico”, explica su director, que cuenta que a fines de los 80 vivió cerca de un año en Ecuador, mientras protagonizaba la serie Nazca de la televisión española, TVE, junto a Ginés García Millán y Paco Rabal.
Estrenada en Chile a comienzos de enero, La salamandra se refiere a la capacidad que tiene el ser humano en ser más de uno y en un asunto sobre el que Araya Serrano reflexiona constantemente: la sensación de que sociedades modernas nos aplastan, más que acogernos, y donde el ser humano encuentra poco espacio para sobrevivir espiritualmente. Es la segunda película de una trilogía que arrancó con El lenguaje en el tiempo, donde uno de los temas centrales también es la idea de lo doble: cómo una mujer puede ser más de una y cómo, a partir del trauma y del dolor, las cosas pueden torcerse. No es claro que complete la serie justo ahora, aunque la tercera película está escrita: El segundo despertar.
“Son películas muy de cine de autor, personales, y estoy pesando abrir el espectro a películas que sigan siendo autorales, pero que convoquen a más público”, adelanta el cineasta chileno, director de Azul y blanco, de 2004, sobre el pasional mundo del fútbol.
Todavía en cartelera en Quito, La salamandra cuanta la historia de un hombre al que nunca se le da nombre que está angustiado, vive muy solo y es muy marginal: tiene poco dinero, vive en la periferia y su trabajo en una fábrica es precario. “Pero también es marginal en términos sentimentales: no sabe relacionarse con la gente ni expresar su amor, por lo que se conforma con mirar de lejos a la mujer que le gusta en su trabajo, sin atreverse a hablarle”, cuenta el director. Poco a poco, este hombre sin nombre empieza a imaginar a otro que sí podría ser aceptado y pertenecer y que, aproximadamente en el minuto 45 de la película, lo reemplaza. Un actor muy parecido al primero, que vive en un mejor piso y que logra que la mujer de la fábrica sea su novia. Un sueño cumplido, salvo por lo que adelanta Araya Serrano: “Parece ser que es alguien que pudo insertarse, pero este segundo hombre se da cuenta de que no tiene recuerdos, que no sabe bien quién es y que no entiende su historia ni su pasado”.
Es cuando La salamandra se vuelve una reflexión: aunque sea aceptado y se tenga un lugar, el ser humano no sabe para dónde va, ni quién es, ni de dónde viene. “Son todas preguntas que nadie tiene las respuestas, salvo la Iglesia católica, a la que no le creo nada”, dice el chileno. “Este segundo hombre es una proyección, un sueño, una ilusión”.
Las películas de Araya Serrano –que en La salamandra vuelve a tener en el elenco a la actriz chilena Tamara Acosta–, las une el deseo por instalar nuevas narrativas. “Tengo el afán estético de experimentar y de entregarle al público la posibilidad de ver un espectáculo diferente y de que él decida lo que está viendo”, explica. “Busco que se trabaje el cine de manera con todas sus potencialidades. Llenarlo de sentido, narrativa, poética, estética, que se ha perdido mucho en el cine actual”. El director añora las propuestas de Lynch, Bergman, Pasolini, Antonioni. “Volver a ese cine de autor donde no solo bastaba con contar una buena historia, sino que estaba enfocado en el cómo”.
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