La colección del decapitado Carlos I reunida 400 años después
La exposición congrega las obras que el monarca atesoró, vendidas por Inglaterra tras su ejecución
Carlos I de Inglaterra pretende asir con firmeza el bastón de mando en el que quizás es su más renombrado retrato, realizado por Anton van Dyck solo 13 años antes de la ejecución del rey, decapitado en 1649. El monumental cuadro Le roi à la chasse, propiedad del parisiense Museo del Louvre, acaba de regresar a Londres junto a otras muchas de las perlas artísticas que el soberano logró atesorar en una de las colecciones más famosas de la historia. Vendidas las piezas tras su muerte y esparcidas por Europa, una exposición de la Royal Academy ha conseguido reunirlas por primera vez en cuatro siglos.
Casi centenar y medio de lienzos con las firmas de Van Dycke, Rubens, Holbein o Tiziano, entre una larga nómina de maestros; de esculturas clásicas, exquisitas miniaturas y enormes tapices se exhiben en la galería de Piccadilly desde el próximo sábado, 27 de enero, hasta el 15 de abril bajo el título Carlos I, rey y coleccionista. Al monarca Estuardo le llevó menos de dos décadas —y un desorbitado dispendio que redundó en su impopularidad— amasar ese impresionante repertorio para su disfrute en dos de sus principales palacios londinenses, Saint James y Whitehall. Frente a a la fachada neoclásica de este último acabó decapitado por las huestes republicanas de Oliver Cromwell, cuyo Gobierno puso a subasta una colección integrada por 1.500 pinturas y medio millar de esculturas para sufragar las deudas del Estado contraídas por el rey.
Como resultado del especial interés mostrado en aquellas pujas por los emisarios de las cortes española y francesa, muchas de aquellas obras cuelgan hoy en el Museo del Prado de Madrid y el Louvre, además de en otras pinacotecas europeas. La política de préstamos entre instituciones ha permitirlo reunirlas junto a una importante selección de los fondos de la colección real inglesa para trazar el retrato de un rey y su obsesión por el arte.
El Carlos I de la historia política, convencido de sus inapelables derechos monárquicos y absolutistas, que se enfrentó al Parlamento y acabó perdiendo la partida, da paso en la muestra de la Royal Academy al coleccionista compulsivo que tuvo gran impacto en la apertura de los gustos artísticos de Inglaterra. Aunque criado en un ambiente muy proclive a la cultura, fue una visita a Madrid del entonces todavía príncipe de Gales —en busca de una entente política que no fructificó— la que le abrió el apetito por el arte. Tal fue la impresión que le causó contemplar la gran colección de pintura de los Austrias españoles.
Mecenas
Desde su ascenso al trono, en 1625, se volcó como mecenas de los mejores artistas, tal y como destila la serie de cuadros encargada a Van Dyck, un pintor que transformó la historia del retrato. Y uno de sus grandes protagonistas fue este rey inglés, posando solo o con su familia, que retuvo al flamenco como pintor de la corte hasta la muerte de este, nueve años después, en 1641.
El encuentro con otro gran maestro de Amberes, Peter Paul Rubens, obedeció primero a la razón política: el pintor visitó Londres en calidad de emisario de los españoles para negociar un tratado de paz. Durante su estancia, presentó al soberano el mural Guerra y paz, que exhibe la muestra y que marcó el inicio de un diálogo artístico entre ambos. A Rubens le entusiasmaba la obra de Tiziano tanto como a Carlos I, y en sus palacios halló uno de los grandes alicientes de su estancia londinense, con la oportunidad de estudiar de cerca la extraordinaria colección real de arte del Renacimiento.
Las obras de Tiziano, de Veronese o de Correggio, los inmensos tapices inspirados en diseños de Rafael que acaparan hoy una de las salas de la Royal Academy o la diversidad de obras de otros genios de la pintura (incluido un velázquez) son un legado que el rey coleccionista quiso para sí, pero que la nación no pudo retener.
En su recorrido hacia el cadalso, un 30 de enero de 1649, Carlos I contempló por última vez la serie de telas sobre el techo del Banqueting Hall (palacio de Whitehall) pintada por Rubens bajo su encargo. Ese magnífico trabajo simboliza la ambición de promover y amasar arte por parte de un rey a quien el pintor flamenco llegó a describir como "el mejor aficionado a la pintura de entre todos los príncipes del mundo".
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