“Hace 30 años, el 80% de EE UU aprobaba la pena de muerte, ahora estamos mejorando”
La monja Helen Prejean, autora de 'Dead Man Walking' y que trabaja con condenados a muerte, asiste al estreno en el Real de la ópera basada en su libro
Cuando a Elmo Patrick Sonnier le llegó la hora de ser ejecutado en Luisiana, le pidió a la hermana Helen Prejean que no asistiera. “No quería dejarme esa cicatriz en el corazón. Pero le dije que cuando fuera a morir buscara mis ojos. Quería que se fuera de este mundo con una mirada de amor”. La monja católica autora de Dead Man Walking lo contaba este lunes en Madrid. Su libro da testimonio de su experiencia con diversos condenados en el corredor de la muerte. Inspiró una película dirigida por Tim Robbins en 1995 y ahora una ópera, compuesta por Jake Heggie, que se estrena este viernes en el Teatro Real.
Lleva 20 años en cruzada perpetua por su abolición. Camina como comiéndose el suelo del teatro donde verá de nuevo reflejada su historia. Ladeada pero firme. Y cree que su senda ha dado algún resultado. “Hace más de 30 años, el 80% de los estadounidenses apoyaba la pena capital. Ahora estamos mejorando”.
Aquella experiencia le cambió la vida. Entonces no tenía idea de dónde se metía. “No supe muy bien qué hacía. Cometí muchos errores”, confiesa. La empujaba un instinto de búsqueda profunda en medio de una espesa y sofocante niebla interior. Cree que fue una llamada para reestablecer la dignidad de aquellos seres profundamente alejados de toda empatía con lo humano. Así se convirtió en lo que llaman asesora espiritual. Desde que Sonnier se puso en sus manos, Helen Prejean ha acompañado a seis más.
Con casi todos mantiene un pulso. Parecido al que se echan entre sí Sean Penn y Susan Sarandon en pantalla. O ahora la mezzosoprano Joyce DiDonato y el barítono Michael Mayes en escena, al cantar la ópera. “Se trata, en gran medida, de darles la vuelta a su identidad. Convencerles de que también han sido víctimas de su cobardía al cometer un crimen. Conducirles a aceptar su propio remordimiento”.
“Mi trabajo con los condenados a muerte trata de convencerles de que también han sido víctimas de su cobardía al cometer un crimen. Conducirles a aceptar su propio remordimiento”
Es lógico que les cueste bajar la cabeza cuando se sienten acorralados: “Van a ser asesinados. Los familiares de sus víctimas desean verlos muertos. Les resulta difícil aceptar el mal que han hecho”. Tampoco ella cree que les convenza. “Esa palabra me resulta excesiva. Creo que en ese momento, cuando se encuentran solos, simplemente desean dejar este mundo con alguien a su lado que les muestre un poco de amor. La mayoría de ellos han sido hijos de la violencia y el abuso. No lo conocen. Lo mismo que en Luisiana, hasta hace no mucho, el 90% eran negros condenados por haber cometido crímenes contra blancos, no contra afroamericanos. Esos no importaban”.
En cualquier caso, Prejean lucha contra una maquinaria que considera ilegítima: “La del Estado como ente con derecho a matar. ¿Qué ejemplo es ése? No tiene autoridad moral para exigir a sus ciudadanos que no lo hagan, entonces”. También ella se confiesa víctima de sus propios prejuicios en el pasado, como buena vecina de Baton Rouge (Luisiana), donde nació en 1939. “¿Para qué sirve el arte? Para preguntar por qué. Para poner en cuestión costumbres que consideramos normales. Yo era una chica blanca del sur. Hija de un abogado rico y famoso. Teníamos servicio en casa y eran negros. Si montábamos en el autobús, ellos iban en la parte de atrás. Así debía de ser. Hasta que algunos empezaron a negar las evidencias”.
Lo mismo le ocurría con los asesinos: “Si habían cometido un crimen atroz debían pagar por ello y a mí me parecía bien”, comenta. Hasta que trabó contacto con uno de ellos y aquella paradójica bofetada de humanidad que halló en sus ojos, destrozó esa tela de araña de verdades preconcebidas. Pero la hermana Helen llevó el dilema hasta un límite en que fuera el raciocinio de los derechos humanos quien doblegara al primitivismo de una ley que permite quitarle la vida a un hombre. Por muy monstruoso que sea.
Porque los seres reales que inspiran como reos al personaje de Dead Man Walking, repugnan. Son asesinos, violadores y extremistas nazis con difícil defensa. “Pero es que nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano. Y la clave está, igual que lo vio Tim Robbins en la película, en contar el proceso frío del asesinato en sí. La muerte concebida como un acto industrial. Eso, que la opinión pública no conocía bien, ha sido fundamental para convencer a mucha gente de la monstruosidad que supone”.
O acompañar la historia con música, como ocurre desde el año 2000, cuando se estrenó la versión cantada en San Francisco. “Yo no sé gran cosa de ópera. Pero me contaron que lo adaptarían pensé: ¡Eso es! ¡Perfecto! La música llega a tocarnos dentro por caminos que ningún otro lenguaje consigue”. El montaje llega ahora al Teatro Real con la hermana Helen presente en el estreno. Un paso más, a través del arte, en su lucha por devolver la dignidad a las sociedades que la ultrajan con excesos como la pena de muerte.
COMPRA ONLINE 'DEAD MAN WALKING' (EN INGLÉS)
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.