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La mujer con más galones del Vaticano

Barbara Jatta cumple un año al frente de los Museos Vaticanos, una institución gobernada por hombres desde su fundación hace 500 años

Daniel Verdú
Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos, hace dos semanas.
Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos, hace dos semanas.Antonello Nusca

Un centenar de cardenales, obispos y directivos del Vaticano asistía el 21 de diciembre al chorreo que les caía por tercer año consecutivo en el tradicional discurso del Papa a la curia. Entre todos aquellos solideos rojos y púrpuras, estaba solo ella. “Cada vez que Francisco decía hermanos y, sobre todo, hermanas, todos me miraban a mí”, bromea Barbara Jatta (Roma, 1962), la mujer con mayor rango en la Santa Sede y la primera que dirige sus museos en más de 500 años de historia. Hace justo un año sustituyó al frente de una de las cinco galerías más visitadas del mundo al carismático Antonio Paolucci, exministro de Cultura y experto gestor, que en sus 10 años había renovado y modernizado profundamente la institución. Su ambición ahora es perfeccionar la organización y mejorar la experiencia de los visitantes.

La cruz, la foto del Papa Francisco, un imponente escritorio que usó Pío IX y el busto del primer director de la institución, el escultor Antonio Canova, configuran un austero despacho donde jamás se había sentado una mujer. Un síntoma que se ha podido apreciar también en otras áreas de la Santa Sede, como la oficina de comunicación —con su vicedirectora, la española Paloma García Ovejero— o el hospital Niño Jesús, y que abre una rendija en el sistema de organización de una institución históricamente gobernada por hombres que Francisco prometió renovar. “Con mi nombramiento el Papa ha querido dar esa señal. Pero yo no creo en las cuotas rosas, sino en las personas. Así que pienso que he sido elegida por mi profesionalidad. Soy muy vaticana, llevo aquí 24 años y siempre se me ha juzgado por cómo he hecho las cosas”.

El encargo de Francisco —con quien Jatta, admite, habla y se cruza algunos mensajes a la espera de que visite la institución cuando tenga tiempo— se produjo pocos días después de encontrarse en una celebración del Vaticano. “Fue definitivo”, bromea. La petición consistió en hacer un museo abierto que vaya más allá de las 200.000 obras expuestas (sus sótanos esconden otras 800.000 piezas que permiten celebrar exposiciones internacionales como la de Santiago de Chile solo con obras en depósito) y salga al encuentro de los ciudadanos. “No quiere que los museos sean espacios donde las obras cojan polvo. Y este no lo es por muchos motivos. Es dinámico, cambiamos muestras, tenemos actividades científicas…”.

La herencia recibida por Jatta —madre de tres hijos, procedente de una familia vinculada al arte y a la restauración— es la de un museo modernizado convertido en el principal motor económico del Vaticano (unos 100 millones al año), por detrás, claro, del inmenso patrimonio inmobiliario de la Santa Sede que gestiona la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica. La institución recibe un flujo de visitantes que este año —aún no hay datos oficiales— superará en alrededor de un 15% los seis millones del año pasado (el Louvre, el más visitado, tiene 7,4). Un arma de doble filo.

Colas kilométricas

Interior de la Capilla Sixtina en plena visita turística.
Interior de la Capilla Sixtina en plena visita turística.

El magnetismo del museo provoca también unas desalentadoras colas que serpentean pegadas al muro del Vaticano que, a menudo, disuaden a algunos visitantes. “Impresiona, es cierto. Y estamos trabajando en ello. La verdad es que cualquier director quiere tener el máximo de visitas posibles, pero debes gestionarlo bien. La realidad es que estos días, cuando el museo recibe solo unas 11.000 personas, puedes pasear de una manera más disfrutable. Pero durante el año hay que afrontar jornadas con 28.000 personas diarias. Entre otras cosas, hemos asumido más personal para que todas las salas estén siempre abiertas y los siete kilómetros de galería sean visitables”. Además, el museo habilitará otro acceso que permitirá dividir en dos la cola. “Habrá menos presión en la zona y se repartirán los flujos mejor”, señala Jatta, poco partidaria de limitar el número de visitantes.

Pero el problema tiene una raíz parecida en todas las grandes galerías. La experiencia museoturística se ciñe a menudo a un relato sesgado del contenido y los visitantes se empeñan en ver solamente un par de sitios icónicos. Y aquí la Capilla Sixtina ejerce esa peligrosa atracción. Hace algunos años, los equipos de mantenimiento de los museos descubrieron que el sudor, el aliento, la caspa, restos de pelo, hilos o el polvo que traen las decenas de miles de visitantes a diario estaban dañando los frescos de Miguel Ángel, Botticelli, Pinturicchio, Perugino o Signorelli en uno de los espacios artísticos más imponentes del mundo y el lugar donde se realiza el cónclave para elegir al Papa. Desde entonces se han buscado distintas soluciones, como la máquina que durante un mes cada año —el de enero, concretamente— quita el polvo del ábside donde se encuentra El juicio final o el proyecto de una capilla Sixtina virtual que acoja a los visitantes. Y se buscan alternativas para descongestionar el espacio. De momento, se ha creado un espectáculo multimedia (con música de Sting) que se inaugurará en marzo en un auditorio cerca del Vaticano.

La gestión de un museo de este tipo, donde cada día trabajan unas 1.000 personas, está expuesta a enormes complicaciones administrativas. Lo saben todos los colegas de Jatta. Pero las peculiaridades del Vaticano obligan a su director a desplegar un conocimiento y una sensibilidad suplementaria para tratar con la curia. Aunque hay ventajas. Su antecesor en el cargo solía ironizar con que no tenía que lidiar con los sindicatos. “Jajaja… Paolucci bromeaba con esto. Y es verdad, siempre es más fácil. Pero es así, sobre todo, porque mis superiores son muy fáciles de localizar y debatir”. Más irónico todavía, tratándose de todo un Papa.

La diplomacia del arte con China

La diplomacia del arte es un concepto de moda intramuros del vaticano. Los Museos Vaticanos se han convertido en los últimos tiempos en un actor fundamental del deshielo entre las relaciones entre China y la Santa Sede, rotas d desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio y a sus misioneros católicos. Desde el pontificado de Benedicto XVI ha habido gestos continuos en esa dirección que hacen pensar en algunos avances. Pero hasta el momento, la complicada situación ha creado dos iglesias paralelas en China (la oficial, controlada desde la Asociación Católica Patriótica, y la clandestina).

El único movimiento que ha habido en los últimos meses, al menos en la superficie, ha sido el de una suerte de cortejo artístico que desembocará en una gran exposición con doble sede en marzo. “No hay duda de que las iniciativas artísticas, como en tantas otras ocasiones, son la que muchas veces abren el camino. Siempre me acuerdo del caso en los años 20, cuando Mussolini se instaló en el Palazzo Chigi. Tenía una biblioteca extraordinaria con obras fundamentales. En 1923 se la regaló al Papa Pio XI, que había sido bibliotecario. Aquello fue el primer paso para el concordato del 1929. Digamos que las iniciativas culturales ayudan. Pero yo hablo de arte, no quiero entrar en discurso políticos. Pero les ayudo en todo lo que puedo. Y por supuesto, mantengo contactos con mis homólogos chinos”, dice Jatta.

La realidad es que Francisco tiene un enorme interés en la operación de deshielo y en la Santa Sede se ve este movimiento como una oportunidad muy interesante. En China, el Gobierno no admite la autoridad del Papa para nombrar a sus representantes. Una situación incómoda para casi todos, excepto para la isla de Taiwan, que recibe del Vaticano uno de sus pocos reconocimientos internacionales. En caso de prosperar la apertura de relaciones, ellos serían los principales perjudicados.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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