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The Cranberries
Columna
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Por qué vamos a echar de menos a Dolores O’Riordan

The Cranberries serán ya para siempre inviables sin la figura icónica y cautivadora de O'Riordan

La banda irlandesa The Cranberries con su cantante Dolores O'Riordan en primer plano, en París en 2012.Vídeo: JOEL SAGET

En su provocador y divertido ensayo Placeres culpables, de 2015, Óscar García Blesa incluía Everybody Else is Doing It, So Why Can't We (1993), el debut de The Cranberries, entre esos discos que nos encantan aunque no podamos hacer alarde público de ello sin que algún esteta refinado intente sacarnos los colores. Y hacía bien en llamar a las cosas por su nombre, sin esos complejos y cainismos a los que somos tan aficionados en el reino (de taifas) de la melomanía. Los de Limerick (Irlanda profunda, humilde y genuina, ojo) encarnaban muchas virtudes y abarcaban no pocas intersecciones: eran unos pipiolos nada frugales ni indocumentados, compaginaban fiereza y ternura, los había fichado una multinacional pero encajaban bien en un espíritu que hoy llamaríamos indie. Y se presentaban con una canción, Linger, nada canónica para reinar en las listas: era un tiempo medio más bien lánguido, prefería el desamor a la euforia sentimental, arrancaba con un comienzo en falso y se revestía con unos preciosos arreglos de cuerda en unos tiempos, esos primeros años noventa, en que las guitarras más crudas y desabridas del grunge parecían el único recurso estético aceptable. Todo habría jugado a favor de que The Cranberries ocuparan un puesto en nuestro parnaso de delicatessen. Pero, contra todo pronóstico, llegaron al número 1 y las pulcras hordas puretas los condenaron a eso que los ingleses llaman Guilty pleasures.

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La conmoción mundial que ha producido la muerte inesperada, prematura y repentina de Dolores O'Riordan acentúa la sospecha de que Linger, Dreams, Just my imagination y demás grandes éxitos de estos Arándanos irlandeses figuran en las estanterías de muchos más hogares de quienes confiesan públicamente atesorar y apreciar esos álbumes. The Cranberries serán ya para siempre inviables sin la figura icónica y cautivadora de O'Riordan, coautora de la inmensa mayoría del repertorio, dueña de una voz característica entre miles y estupenda, dicho sea de paso, con la guitarra acústica. A O'Riordan quizá se la caricaturizó por sus excesos interpretativos de Zombie, símbolo por excelencia su segundo y más exitoso trabajo, No need to argue (1995), pero pocos estribillos quedaron en la historia de aquella década con tanto poder evocador como aquel berrido agónico y desmadrado.

La repercusión, con el conflicto norirlandés como telón de fondo argumental, fue abrumadora. Las ganas de cierta parte de la crítica por servir su venganza en plato frío, también. Por lo que cuentan, Dolores era una mujer algo desabrida en el trato personal. Y el éxito ajeno, como ya se ha comentado, lo encaja mal el común de los mortales. Cuando la estrella de The Cranberries declinó, O'Riordan debutó en solitario en 2007, ya en un sello independiente, con un disco de título quizá desdichado: Are you listening? Y en la prensa no faltó quien rematase un chiste que la propia artista había puesto en bandeja: “¡Pues no, claro que no estamos escuchando!”.

Era cierto que, entre 1997 y 2002, los cuatro irlandeses publicaron tres elepés que ni de lejos hacían sombra a aquellos dos estupendos trabajos iniciales, pero también es verdad que tanto Everybody else is doing it, so why can’t we como No need to argue merecen hueco en cualquier discografía de un aficionado ecléctico, sagaz y desprejuiciado. Entre otras cosas, porque O'Riordan logró imprimir un aroma diferente y distinguido a ese pop acústico en femenino, de ingesta sencilla y elaboración cuidadosa, que representaron durante los ochenta bandas como 10,000 Maniacs o Everything But The Girl. Porque el regusto melodramático de las interpretaciones y las temáticas suponía un nexo interesante con otra irlandesa ilustre (y también afectada por el maldito síndrome bipolar, qué cosas), Sinéad O'Connor, a la que se homenajeaba sutilmente con esos títulos manuscritos en las portadas de los álbumes. Y porque era evidente que el otro pilar fundamental de la banda, el guitarrista y compositor Noel Hogan, había procesado y puesto al día las enseñanzas de Johnny Marr y The Smiths. Cualquiera que escuchase Waltzing back, uno de los temas menos divulgados del primer trabajo, comprendería fácilmente que Hogan habría escuchado How soon is now a toda pastilla en el local de ensayo.

Aquella banda nunca brilló en el nuevo siglo como había hecho durante sus inicios, cierto. Pero no menos verdad es que Roses, su inesperado regreso de 2012, merece una segunda oportunidad evidente, y no solo porque viniese acompañado por el sensacional concierto del 12 de marzo de 2010 en el Palacio Vistalegre de Madrid. Roses incluía una de las piezas más adictivas del grupo, Tomorrow, que hoy resulta muy difícil de escuchar sin que su radiante estribillo (“Mañana podría ser demasiado tarde…”) nos escueza. No habrá ya mañana para Dolores O'Riordan, pero es evidente que mañana, y muchos días después de mañana, la seguiremos echando de menos.

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