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Muere Sunny Murray, batería iconoclasta del jazz

El músico fue una rareza incluso en el amplio mundo del 'free jazz'

Para algunos, fue un genio. Para otros, un farsante. Para la mayoría, un misterio. Batería de jazz, iconoclasta entre los iconoclastas, Sunny Murray, nacido James Marcellus Arthur Murray (Oklahoma, 1936), falleció el viernes, 8 de diciembre, a los 81 u 82 años, dependiendo de la fuente. El músico se hallaba recogido en un asilo, en las afueras de París. La noticia, dada a conocer por un portavoz de Eremite Records, sello para el cual grababa sus discos, no especifica las causas del fallecimiento.

El comportamiento errático del jazzista dentro y fuera de escena engrandeció la leyenda que terminaría por devorar a la persona, confiriéndole a los márgenes de los márgenes. Incluso dentro del free jazz, Murray fue una rareza. “Vamos a dejarnos de historias”, le confesaba el saxofonista Steve Potts al crítico portugués José Duarte, “ese tipo no es capaz de mantener el tempo durante cuatro compases seguidos. Sencillamente, no sabe tocar”. No era el único en opinar de semejante modo.

Por un tiempo, el nombre de Murray aparecería en los medios de comunicación junto al del también batería Denardo Coleman, el “delincuente musical” precoz de The empty foxhole y Ornette at 12: “nadie entendía que hacía Denardo con su padre”, me contaba el pianista Misha Mengelberg, recodando aquellos años, “así como nadie se explicaba que había visto Cecil Taylor en ese Sunny no-sé-qué”. Es muy posible que tampoco lo supiera el, por entonces, batería de bebop recién llegado de provincias. Murray, confesó más tarde, se movía por inercia en el efervescente mundo musical de la Gran Manzana. Hasta que le vino la iluminación.

“A poco de empezar a tocar con Cecil Taylor me di cuenta de que su música requería algo más que un batería llevando el ritmo”. Son los años de gloria del baterista junto a su peculiar vecino de loft en el Nueva York sin flores en el pelo y con Panteras Negras en las calles de los años sesenta. Los años de gloria del free jazz, el “nuevo jazz”… Cecil Taylor abriría a Murray los caminos de la abstracción que el baterista se encargaría de desarrollar en sus subsiguientes apariciones junto a Albert Ayler –Spiritual unity- y como líder, en sus discos para el sello ESP (Extra Sensory Perception). En 1968, trasladaría su residencia a París para regresar puntualmente a los Estados Unidos. Murray va a contactar con algunos de los nuevos valores del jazz más free -David Murray, Evan Parker- antes de regresar a Europa, esta vez de forma definitiva, mediados los noventa.

Durante un tiempo, su figura permanecerá sumida en la sombra. Todo son rumores. Hay quien le ha creído ver trabajando como lavaplatos en un restaurante del centro de la ciudad y quien asegura que el músico pasa sus días en un parque, mirando al infinito. Se dice que se haya acogido a un establecimiento de reposo, donde pasa sus noches. Fue necesario esperar al cambio de década para que Murray retomara su actividad, bien que de forma un tanto precaria.

En 2009, actuó en la sala Jazzroom de Barcelona, junto con sus habituales Tony Bevan, a los saxos, y Jon Edwards, al contrabajo. La audiencia, escasa, no se mostró muy receptiva ante lo que el crítico de la página Web Tomajazz describió como “un concierto accidentado” tras de que el artista sufriera lo que parecía “una especie de lipotimia”. Tres años más tarde, Murray visitaría Lisboa para actuar en la Fundación Gulbenkian, con resultado parecido. “Un concierto de Sunny Murray”, escribía uno con tan fausto motivo, “puede resultar una experiencia desconcertante en grado sumo”, con el jazzista entrando y saliendo a placer, dejando las cosas a medio terminar, o a medio empezar, y la audiencia sin saber muy bien qué papel tomar, si tomárselo a broma o organizar un nuevo San Quintín. Uno, aunque tarde, terminó por entender: no era él, éramos nosotros, incapaces de acceder a la lógica interna de una expresión artística diferente en forma y fondo. Sencillamente, no estábamos preparados para lo que se nos vino encima. Una cosa está clara: si ha existido un creador honesto y consecuente en el jazz más allá de las apariencias, ese ha sido Sunny Murray.

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