Eduardo Arroyo, siglo XXI
El Museo de Bellas Artes de Bilbao rastrea lo mejor del artista en las últimas dos décadas
Para entender al Eduardo Arroyo del siglo XXI, es preciso hacer una parada en 1910. Entonces, Zuloaga pintó La víctima de la fiesta, esa lenta cabalgada con derrota a cuestas de un picador sobre un caballo herido. “Me obsesioné durante meses con ese cuadro y empecé a pedir fotografías de manera compulsiva”, asegura. El resultado fue una respuesta que se enfrenta hoy en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a esa imagen primigenia: El regreso de las cruzadas, una de las últimas obras de Arroyo, capital para entender al artista en su último periodo.
Puede que a Miguel Zugaza, director ahora de la pinacoteca bilbaína tras dejar su cargo en el Prado, se le ocurriera ese duelo de óleos para conformar la exposición que estará hasta abril en su museo. En cuanto vio esa reciente obra en la que el autor desplegaba una despensa panorámica plagada de paisajes castellanos, atravesada por la lanza mustia del picador con su terca cara de desgarro, debió pensar: Y si lo enfrento al original...
La obra de Ignacio Zuloaga es parte de la colección del museo de Bellas Artes. Lo cedió en depósito la Hispanic Society de Nueva York, su propietaria, en 2007. El caso es que ahí dialogan ambas hoy, pared contra pared, con una elocuencia que corta el ánimo y acelera reflexiones sobre las quejumbres colectivas. Mientras lo pintaba este pasado invierno en Madrid, Arroyo se identificaba con ese gesto de cabreo del picador. “Es España…”, contaba en su estudio.
Pero ahora anda alegre, optimista. Al menos consigo mismo. Cerró su antológica en la Fundación Maeght de Saint-Paul-de-Vence (Francia), a la que han acudido cerca de 100.000 personas y abría con su obra más reciente -la que ha producido en el siglo XXI- esta de Bilbao, donde regresaba al mismo lugar en que expuso hacia 1994 su muestra Tamaño natural.
Aquella fue ideada por él junto a Zugaza. Y ambos han regresado al mismo espacio, retomando un viaje por etapas sobre su obra, con el ánimo más alto que el picador de Zuloaga. “En esta muestra, Arroyo reúne a su parnaso”, asegura Zugaza. Se refiere a su corte intemporal de mitos, leyendas, artistas, boxeadores y literatos… De don Juan y doña Inés encerrada con candado a Cassius Clay. De Balzac y Delacroix, a Mickey Mouse y el indio Jerónimo. De Van Gohg y Oscar Wilde a Shakespeare y James Joyce. De Frida Kahlo a Cyrano… Enmarcados entre burbujas de surrealismo y lingotazos de pop art. Pero siempre reconocibles dentro de la personalidad de este artista que escribe con pinceles y da brochados con estilográfica. Capaz de hacernos comulgar su Cordero místico acompañados en la liturgia por sátrapas a carboncillo y héroes de la modernidad.
O que habita espacios íntimos en su territorio de Laciana (León), como bien sabe y certifica la gran experta en su obra, Fabienne di Rocco. Es la comisaria de la exposición, autora de Eduardo Arroyo y el paraíso de las moscas, recién publicado por La Fábrica. Allí, entre los montes que rodean su casa en Robles, encuentra materia para su escultura, presente también en la exposición.
“En esta muestra, Arroyo reúne a su parnaso”, asegura Miguel Zugaza
“Sale a buscar piedras que el mismo escoge por su forma y singularidad. Sin idea preconcebida ni mecanismo de transferencia las desbasta con pica y las trabaja con cincel plano para que expresen aquello que llevó a su elección”, asegura Di Rocco. Y así, Arroyo resume el paréntesis que aúna la prehistoria con la modernidad, apegado al escondrijo de su infancia. Pintura, dibujo, escultura. Gran y pequeño formato. “Técnicas propias, como collages hechos de fotografías y fragmentos de sus paletas”, destaca Zugaza.
La invención sin aliento, el reto contra el pesimismo con píldoras de entusiasmo ante nuevos proyectos que le tocan la puerta a sus 80 años. Todo sea con ánimo de no dejar que la cara del picador que regresa de su cruzada le robe la sorna, ni la sonrisa de pícaro. Le sobran razones para no encontrar esperanza, pero resiste riéndose un poco de todo. De ahí este duelo de personajes. El suyo y el de Zuloaga. “Ambos retornan de una batalla, que en este país tenemos casi siempre perdida”.
Babelia
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