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El espía que acabó con Willy Brandt

El director ruso Alexei Borodin muestra en Madrid su puesta en escena de la obra 'Democracia', que recrea la relación entre el canciller y el comunista infiltrado en su oficina

Raquel Vidales
Una escena de la obra 'Democracia', de Michael Frayn, dirigida por Alexei Borodin.
Una escena de la obra 'Democracia', de Michael Frayn, dirigida por Alexei Borodin.ramt
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Ya no hay políticos así
Todo sobre Willy Brandt

Willy Brandt fue proclamado canciller de la República Federal Alemana en 1969. Era el primer socialdemócrata que ocupaba ese cargo después de la Segunda Guerra Mundial. Pese a la Guerra Fría, los alemanes occidentales parecían preparados para empezar a comunicarse con la Alemania comunista. Era el gran sueño de Brandt, la Ostpolitik, la reconciliación del Este y el Oeste. Pero tuvo mala suerte y en 1974 tuvo que dimitir porque su asistente personal, Günter Gillaume, resultó ser un espía del otro lado del telón de acero.

¿Qué se siente al saber que la persona en la que más se confía es en realidad un traidor? ¿Qué sentimientos albergaba Guillaume hacia Brandt? ¿Todo lo que en algún momento unió a esos hombres era falso? Ni el mejor libro de espías puede superar esta historia real. No es raro que el conocido dramaturgo británico Michael Frayn (Londres, 1933, autor de títulos tan conocidos como Noises Off y Copenhague) la utilizara como argumento para escribir en 2003 de una de sus piezas más celebradas, Democracia, representada siempre con gran éxito por compañías de todo el mundo. “Quiero que entienda que fue igual de duro para mí que para él”, dice el personaje de Guillaume en un momento de la obra.

Medio siglo después de que ocurriera todo aquello, resulta casi morboso ver esta obra que se sitúa justo en el punto de fricción entre el capitalismo y el comunismo interpretada por una compañía rusa. Y no cualquier compañía, sino la institucional Russian Academic Youth Theatre, dirigida desde 1980 por el respetado Alexei Borodin, que el martes aterrizó en Madrid con una legión de 14 actores y decenas de técnicos para mostrar su particular versión de Democracia en el teatro Valle-Inclán (desde esta noche hasta el domingo), invitada por el Centro Dramático Nacional. Todavía se recuerda la monumental puesta en escena de 10 horas que Borodin y su troupe presentaron en 2011 en Madrid y Barcelona de la trilogía La costa de Utopía, de Tom Stoppard, un repaso a la historia de Rusia de la segunda mitad del siglo XIX a través de sus protagonistas.

Borodin, discípulo de Stanislavski y su método centrado en el actor, se detiene en lo personal más que en lo histórico. “Me lo he planteado como un conflicto entre utopía y realidad. Brandt era una persona dotada de una gran fuerza para cumplir su sueño, para unificar lo que en aquel momento no parecía unificable, pero al mismo tiempo estaba lleno de contradicciones que lo frenaban”, explicó el mismo martes en un encuentro con EL PAÍS poco después de llegar a Madrid. “Y también, por supuesto, me he centrado en la relación personal que establecieron Brandt y Gillaume. Eso es lo más universal de la obra: los traidores siguen existiendo en todas partes”, añade. El propio texto de Frayn subraya este aspecto, sobre todo cuando recrea el momento en el que Brandt empieza a sospechar de Gillaume y se lo lleva de vacaciones con su familia para hacerle contraespionaje.

Llama la atención que Borodin haya elegido a un autor británico para repasar un hecho histórico directamente relacionado con el periodo comunista en su país. También lo hizo cuando escogió a Tom Stoppard para recrear la Rusia del siglo XIX. “Es muy útil mirar la historia desde dentro y desde fuera. Cuando estás dentro a veces solo puedes ver una imagen fija en el espejo. Desde fuera el espejo se curva y te ofrece otras perspectivas. Por eso acudí a Tom Stoppard para revisar la historia de Rusia. Y por eso ahora propongo una obra sobre Alemania escrita por otro inglés y dirigida por un ruso. Es la mejor manera de entender Europa”, aclara el director.

El texto de Frayn es trepidante: intercala diálogos de diferentes escenas para mostrar los tejemanejes que se fraguan en los despachos del poder, sea cual sea la ideología dominante. “Complejidad. De esto trata realmente la obra: de la complejidad de los planes humanos y de la personalidad humana, y de las dificultades que esto acarrea a la hora de conformar y entender nuestras acciones”, apunta el autor en las notas finales de la edición impresa de la pieza (editorial Methuen, 2003, en inglés).

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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