Los marcianos existen
Varias agencias espaciales colaboran en una gran muestra de la Fundación Telefónica sobre el planeta rojo
Sí, los marcianos existen. No porque las esperanzas de hallar vida en Marte hayan crecido mucho desde que los terrícolas venimos observándolo, que son unos cinco milenios, o soñando con él, que serán unos 100.000 años, desde el mismo momento en que nuestra especie se asomó al frágil y acomodado planeta Tierra y miró por primera vez al cielo del ocaso con su mejor herramienta biológica, la curiosidad. No, no es por eso. Es porque lo dijo una autoridad en el tema, el autor de Crónicas marcianas, Ray Bradbury: “Los marcianos existen, y somos nosotros”.
¿Y dónde está la noticia? Veréis, Marte siempre tuvo dos propiedades desconcertantes. Era rojo, del color de la sangre; y, aunque la mayor parte del tiempo se movía hacia el mismo lado del cielo, como parecía su obligación y la de otros cuerpos celestes, de vez en cuando, de manera impredecible, se daba la vuelta y tiraba para el otro lado, aunque pronto volvía a su dirección original. Esto desesperaba a los antiguos, que lo identificaron enseguida con el caos, la destrucción y el mal comportamiento en general. Los vedas lo llamaron Mangala, que era su dios de la ira, la pasión y la bronca, y los árabes no maquillaron mucho esa imagen pendenciera. El símbolo de Marte, que es el que ahora usamos para el macho, consiste en un escudo y una lanza.
¿Y la noticia? Aquí viene. ¿No te gustaría entender a qué se debe la mala fama de Marte? A qué vienen tanto color sanguíneo y tanto movimiento errático que han arruinado el currículo de nuestro vecino cósmico? El lector y su sobrina tienen ahora la oportunidad de entender todo sobre Marte, su ciencia y su cultura, su magnetismo y su posición en el gran esquema de las cosas, gracias a una exposición de la Fundación Telefónica, en la Gran Vía madrileña. Se llama Marte, la conquista de un sueño, y estará en Madrid hasta marzo, cuando se desplazará a la ciudad de las ciencias de Valencia.
La exposición es honesta, abarcadora y pedagógica —-ojalá la visiten muchos maestros de escuela y profesores de instituto— porque sus asesores encarnan la mejor museografía y cultura astrofísica disponible (INTA, ESA, Observatorio Astronómico de Roma), que además han aportado joyas bibliográficas de Copérnico, Kepler y Galileo, maquetas de los satélites y rovers que exploran Marte ahora mismo, o que lo harán pronto, un fragmento de meteorito procedente del planeta rojo y unas animaciones de la relación entre Marte y la Tierra que te harán entender las matemáticas del cielo. Si hubiéramos tenido esos materiales cuando estudiábamos. Ojalá los adopte la pedagogía actual. No hay barreras de propiedad intelectual, es solo cuestión de proponérselo, y los de la ESA aseguran estar dispuestos a todo.
Los científicos sueñan con que una niña que visite esta exposición sea la primera astronauta que visite Marte. Creen, con su mejor olfato, que eso es posible, que el primer humano que llegue allí esté vivo ahora mismo. Es una idea que hace volar la mente, porque la nuestra es una especie que explora o muere, que desde su origen ha permanecido moviéndose a tierras ignotas, a paralelos y meridianos inexplorables, a hacerse preguntas sobre lo desconocido. Los científicos son optimistas sobre nuestro viaje a Marte, aunque no tanto sobre la posibilidad de que lo logremos antes de cargarnos la Tierra por completo.
Kant dijo que toda la filosofía cabe en cuatro preguntas: ¿qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? y ¿qué es el ser humano? Nuestro vecino más próximo del Sistema Solar tiene algo que decir sobre las cuatro de Kant. De un modo u otro acabaremos allí. Los marcianos existen, y somos nosotros.
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