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Tebeorama: De paseo por nuevos mundos sin salir de este

Sesenta años después del inmortal 'El Eternauta', el noveno arte se dirige con miradas renovadas hacia Latinoamérica

Detalle de una página de 'Museomaquia', de Santiago García y David Sánchez.
Detalle de una página de 'Museomaquia', de Santiago García y David Sánchez.

La mirada hacia Latino­américa nunca volvió a ser la misma tras aquellas estremecedoras imágenes de un Buenos Aires nevado, en silencio, en el que H. G. Oesterheld y Solano López hicieron caminar a su inmortal El Eternauta. Sesenta años después de aquel momento, el noveno arte vuelve a dirigirse hacia aquellos países con nuevas miradas renovadas. La ficción sigue siendo un elemento válido de análisis de posibles pasados que dialogan con la realidad, como hace Agustín Ferrer Casas en Arde Cuba (Grafito Editorial), que recuerda la revolución castrista de la mano, nada más y nada menos, de Errol Flynn, retomando la filmación real del documental Cuban Story para crear un nuevo destino para Camilo Cienfuegos. El elegante y escrupulosamente documentado dibujo permite leer más allá de la invención para establecer dos niveles paralelos, en el que historia y aventura se entremezclan con acierto. Pero la potencia del cómic es de tal calibre que puede dejar de lado sin prejuicios el decorado de la ficción y entrar en la narración de la realidad desnuda.

Adiós mi Habana, de Anna Velt­fort (Verbum), lleva al lector al mismo escenario y momento que la anterior obra, pero aporta una perspectiva distinta. Desde su experiencia en Cuba en los años sesenta, la autora recuerda los inicios de la revolución castrista, pero con la mirada crítica de la persecución y hostigamiento que sufrió por su condición de homosexual. Existe, también, una opción intermedia: la que deciden usar Jorge González y Olivier Bras en¡Maldito Allende! (ECC Ediciones). Parte de un trabajo corto de periodismo en cómic para La Revue Dessinée para indagar más en el tema y tomar un camino diferente, creando la memoria ficticia de un chileno que vuelve a su país para estudiar las figuras de Allende y Pinochet. En un complejo y difícil ejercicio de equilibrio, los autores retratan en paralelo a político y dictador, no buscando una equidistancia objetiva, imposible tras el pasado, sino intentando comprender su realidad para entender el pasado ya escrito. González exprime sus acuarelas hasta un expresionismo doloroso, que matiza de sentimientos y emociones el trabajo periodístico de Bras en una conjunción perfecta que deja en el lector el peso de las decisiones.

En este caminar por otros mundos, la historieta nos puede llevar sin sobresaltos hasta Asia, hasta ese Japón donde el manga reina incondicionalmente y genera una cultura apabullante en una complejidad de la que apenas nos llegan ecos. Poco a poco se van resolviendo las ausencias de los grandes dibujantes de manga, como Kazuo Kamimura, conocido en Occidente más por la Lady Snowblood que encandiló a Tarantino que por el conjunto de una obra de exquisito existencialismo o por ser el maestro de Jiro Taniguchi. A la espera de que alguna vez nos llegue la magistral Dosei Dijai (Cuando vivimos juntos), ECC Ediciones publica en España la no menos imponente El club del divorcio, durísimo relato de la cotidianeidad de un club nocturno japonés de los años setenta, que se adentra en el difícil encaje de una mujer divorciada en una sociedad tan tradicionalista como machista. El delicado trazo de Kamimura alza un retrato de la soledad en el que la tristeza es la única constante. Una tristeza deses­perante, agobiante, que impregna cada trazo del dibujo de unos personajes que son incapaces de mirarse a los ojos.

El cómic permite también parafrasear a Eluard y buscar nuevos mundos sin salir de este hasta llegar al surrealismo desbordado, como proponen Santiago García y David Sánchez en Museomaquia (Astiberri), uno de esos regalos envenados que en manos de otros autores podría haber sido un encargo mecánico, pero que estos dos autores han sabido transformar en reto desafiante al lector. Para conmemorar el 25º aniversario del Museo Thyssen Bornemisza, García y Sánchez transfiguran el propio museo en el paisaje onírico por el que deambula un joven caballero sin rumbo, dejando que las obras tomen vida en un relato donde el arte es el único protagonista de una búsqueda por este nuevo sueño de Polífilo, creando conexiones a través del tiempo y el estilo que derrumban las barreras del arte para construir una visión única, reproduciendo ese estado de confusión y fascinación que provoca la visita a un museo. Onirismo del que participa Sabor a coco, de Renaud Dillies (La Cúpula), homenaje confeso a esa joya única del arte que es el Krazy Kat de George Herriman que visita ahora —no se lo pierdan— el Museo Reina Sofía. Dillies es consciente de que la sombra de Coconino es alargada, de la imposibilidad de acercarse al original, por lo que decide usarlo en constante referencia que certifica la validez hoy de aquellas propuestas que encandilaron a Picasso.

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