El excéntrico que transgredió la música clásica

Aparecía descalzo o con la ropa sin planchar, ataviado de abrigos en verano, con su pequeño taburete bajo el brazo o con el piano a ras de nariz. La imagen que el pianista Glenn Gould proyectaba no era nada canónica, pero es que el canadiense no seguía ningún tipo de norma ni en su vida ni en su obra. Su postura ante la música, sus revisiones aventuradas de clásicos como Juan Sebastian Bach o Ludwig van Beethoven, sus manías al tocar, pero sobre todo su talento lo convirtieron en uno de los pianistas más célebres del siglo XX. Coincidiendo con su 85 aniversario, EL PAÍS lanza  una colección de cinco cedés, cada uno acompañado de un libreto, que recoge sus grabaciones, esas que con tanto mimo confeccionó bajo la mirada horrorizada de los puritanos de la música clásica.

Nacido y criado entre músicos, Gould destacó en su Canadá natal ya a los 14 años, cuando era solista en la Orquesta Sinfónica de Toronto. Pero el punto de inflexión lo marcó la grabación en 1955 de Las variaciones Goldberg, de Bach. “Se trata de un disco que es merecedor de un lugar de honor en cualquier historia de la fonografía”, explica Luis Gago, autor de uno de los libretos que incluye la colección, en un artículo en EL PAÍS. No solo en la parte formal, dice, sino también en lo sustancial: “Gould se atrevía a subvertir otra tradición, la interpretativa, que se había acercado siempre a Bach como un compositor sacrosanto hacia el que había que mostrar un respeto —casi un temor— reverencial. El canadiense, en cambio, lo deconstruía, lo zarandeaba, lo intimidaba, lo trataba irreverentemente como a un igual”.

El artista no concebía tocar una pieza como la partitura mandaba, interpretar lo que ya existía no tenía sentido para él y por eso manoseaba las composiciones. Ramón del Castillo, que firma el análisis de la última entrega de cedés, ya advirtió en este periódico que “si uno se toma en serio a Gould, tiene que estar dispuesto a tomarse con otro humor la música, y ahí empieza el lío”. Y es que no solo se atrevió a releer los clásicos, sino que su apostasía llegó a tal punto que, mostrando una vez más su desprecio hacia el público, en 1964 declaró que el concierto había muerto y se dedicó a cultivar la música grabada. Encumbró el disco por encima del directo, y se jactó de confeccionar sus grabaciones como si de un collage se tratara, creando composiciones que en realidad nunca había tocado sensu stricto.

La colección Glenn Gould recoge estas piezas que el genial músico dejó, transgrediendo las normas de la música clásica y creando una nueva manera de acercarse al género.

La colección Glenn Gould recoge estas composiciones que el genial músico dejó, trasgrediendo las normas de la música clásica y creando una nueva manera de acercarse al género.