En las entrañas de ‘Carmen’
Así se pone en pie en el Teatro Real el montaje más polémico y más representado de la ópera de Bizet
Un mástil, una cabina, diez Mercedes destartalados y el toro de Osborne. Esa es toda la escenografía que ha necesitado Calixto Bieito para poner en pie la producción más polémica y representada -ha pasado por 32 teatros de todo el mundo hasta recalar en el Real madrileño- de Carmen, la ópera de Bizet. Ni plazas de toros, ni tabernas, ni recónditas calles andaluzas. Bieito ha prescindido de los estereotipos románticos españoles en un montaje con legionarios y chonis que deja el peso dramático en los cantantes. "Las interpretaciones tienen tanta fuerza que no se necesitan grandes alardes en el escenario", destaca Guillermo Carbonell, uno de los tres regidores que coordina cada función -hasta el 17 de noviembre- en el Real.
Carbonell y sus colegas tienen la última palabra para decidir cuándo empieza el espectáculo. Con todos en sus puestos, avisan al maestro Marc Poillet para que, con un golpe de mano (no utiliza batuta) la orquesta comience el enérgico preludio que desencadena esta tragedia en cuatro actos. A partir de entonces Piollet está al mando mientras los regidores, desde la mesa de control, van marcando los cambios en escena a medida que leen una partitura llena de anotaciones y avisan al elenco -en italiano, francés, inglés o castellano- de cuándo deben volver. "Es esencial que sepamos de música y que hablemos varios idiomas para manejarnos con soltura", destaca este licenciado en Arqueología e Historia del Arte, que comenzó en la regiduría en el Liceu, tras varios años como actor. Los regidores también toman las decisiones cuando surge algún imprevisto. "Son la máxima autoridad durante la representación", afirma Carbonell, que ejerce este oficio en el Real desde que reabrió el teatro, hace 20 años.
Estas noches de función están siendo tranquilas. No ocurre igual en todas las producciones. "En esta Carmen no hay grandes cambios de decorados ni vestuarios complejos", asegura. "Solo 60 coristas, 22 actores y 11 cantantes que debemos coordinar en varios momentos de la obra", precisa. Ese sosiego se percibe en todo el equipo desde mucho antes del inicio de cada función. En torno a las siete de la tarde los pasillos del Real se llenan de legionarios que pasan por maquillaje para colocarse falsos tatuajes y cigarreras a medio vestir. Al acabar, se dirigen a la sala de ensayo, varias plantas por encima del escenario, para pulir con Andrés Máspero, el director del coro, algunos errores captados en la función del día anterior. Máspero va directo al grano. "Señoras y señores, escúchense bien, porque sobre el escenario, con todo el movimiento, es como estar en el carnaval de Río", bromea con los presentes.
El coro infantil calienta, una docena de menores vestidos con los chándales y los vestidos de flores, con las pulseras de plástico y las cadenas de oro, calientan en una sala contigua. A veces se despistan, y Ana González, su responsable, les da algunos consejos para la función a punto de empezar.
Los músicos empiezan a llenar el foso y el público las butacas. En ese momento Joan Matabosch, director artístico del teatro hace la ronda de camerinos de los protagonistas para desearles una buena función y comprobar que todos estén preparados. Ellos, cantantes de prestigio de varias nacionalidades, se muestran simpáticos y cercanos cuando Matabosch penetra en su intimidad. Todo parece correcto y en los hombros del escenario el atrezo ya está listo: diez Mercedes viejos, una bolsa con vestidos de faralaes... Los nebulizadores, que rocían el aire, funcionan a pleno rendimiento. Se perciben la humedad y el buen rollo. "Yves Lenoir, el director que vino de París a montarlo, ya que Bieito no podía, creó un ambiente de trabajo maravilloso, lleno de cariño y confianza, algo que no suele pasar, muchos directores suelen crear tensiones", reconoce Carbonell, mientras confirma por el micrófono que puede pasar el maestro. Y Piollet accede al foso entre aplausos. Ya puede desencadenarse la coreografía artística y técnica que cada noche y con cada ópera, desde hace 20 años se baila en este centenario coliseo.
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